La familia, “iglesia doméstica”, es una gracia de Dios. Cuando la familia expresa y manifiesta con su vida el proyecto que Dios mismo hizo para ella, deja traslucir lo que Él mismo es: Amor.
Esta sociedad de crisis y de emergencias, de enfermedades y heridas, necesita de la familia cristiana. La familia cristiana ha supuesto en la historia de la civilización una institución de sanación de la humanidad, transformadora de las relaciones, ofertadora de vida, escuela de humanidad, maestra en el desarrollo de la persona como imagen de Dios, en mostrar la dignidad de la persona y cómo se ha de servir a esa dignidad, escuela que engendra libertad, fraternidad, servicio, entrega, fidelidad. La familia cristiana, su presencia en esta sociedad, es necesaria, urge su misión. ¿Por qué? Quizá lo entendamos mejor si nos detenemos, por unos momentos, a contemplar aquella escena tan significativa en la que cada uno de nosotros podemos identificarnos con los pastores de Belén: encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre (cf. Lc 2, 6). ¡Qué hondura adquiere esta realidad, que los primeros testigos del nacimiento de Cristo fuesen los pastores! Encontraron al Niño Jesús, pero hallaron a una pequeña familia: madre, padre e hijo nacido. ¡Qué maravilla, Dios ha querido revelarse naciendo en una familia humana! Desde entonces la familia humana se ha convertido en un icono de Dios. Para nosotros, los cristianos, sabemos que Dios Trinidad es comunión de amor y la familia es, con todas las diferencias entre Dios y la criatura, expresión que refleja el Misterio del Dios amor.
Propuesta para familias cristianas
Quisiera lanzar con esta carta una propuesta para todas las familias cristianas, una propuesta que no quiere eliminar otras pertenencias, necesarias y que expresan la riqueza de la Iglesia.
Pero sí es una propuesta que quiere ser manifestación de una Iglesia particular que se ha tomado en serio lo que el Papa Benedicto XVI nos viene diciendo, como es entrar en el dinamismo de la “nueva evangelización”. Os llamo a todos los que estáis viviendo la fe en los movimientos de grupos de matrimonios, de familias, donde cultiváis de una manera especial lo que sois; os llamo también a los que pertenecéis a comunidades del estilo y carisma que fuere, lo mismo a las que os asociáis como familias para promover una educación cristiana de vuestros hijos a través de las asociaciones de padres; os llamo a tantas familias que vivís la fe en vuestra parroquia sin más y que os habéis tomado en serio ser cristianas. Estoy seguro que todas las familias, como miembros de la Iglesia que camina en nuestra Archidiócesis de Valencia, si nos unimos y promovemos el ser “familia misionera”, tendremos un vínculo esencial que, respetando el carisma de cada una, nos une a quien verdaderamente nos ha mostrado el rostro concreto del Señor, la Iglesia. Nos unimos por nuestra pertenencia eclesial. Hoy la familia cristiana está llamada a asumir el compromiso de ser “familia misionera”.
Compromisos
¿Qué compromisos asume una familia, una “iglesia doméstica” que quiere ser “familia misionera”? Todos los compromisos nacen de ese amor de Dios que en vuestra familia deseáis dejar traslucir: un amor que es enteramente gratuito, que vive, manifiesta y hace perdurar en el tiempo la fidelidad sin poner ningún límite a la misma, que nunca deja al Amor que es Dios mismo, que se abre a la vida y que aporta unos lazos entre todos los miembros de la familia incomparables con nada, por las manifestaciones que tiene de unidad, de entrega, de servicio, de vivir los unos para los otros, de regalar lo que viven a quienes tienen alrededor. Y los compromisos son cinco: 1) comer la familia una vez a la semana todos juntos, para hablar y compartir la vida entre todos los miembros; 2) rezar una vez a la semana juntos, proclamando el evangelio del domingo próximo y rezando por lo menos un misterio del Santo Rosario; 3) tener en la casa el “rincón del encuentro”, es decir, un lugar donde esté un Crucifijo, una imagen de la Virgen, la Biblia y el catecismo de la Iglesia Católica; 4) Todos los domingos, mientras los hijos tengan la edad para hacerlo, ir juntos a Misa a la parroquia; 5) Vivir sin vergüenza, con explicitud y testimonio en medio del mundo, que somos cristianos; en los lugares donde se estudia, se trabaja, en las relaciones que tengamos con los demás. Tendréis un signo que pondréis en vuestra casa, allí donde crece y se hace la “iglesia doméstica”, una imagen de la Sagrada Familia en la que se pondrá este rótulo:
“Esta fue la primera Familia Misionera: mi familia como esta Familia”, y debajo irán escritos los cinco compromisos que asume quien desea ser “familia misionera”. Os entregaré la misión para que vuestra familia sea iluminada por la fe, para que se dejen todos los que la integran como miembros ocupar por la gracia de Dios y acogerla a través de los medios que el Señor ha puesto y entrega a través de la Iglesia. Mas adelante os daré más información y concreciones sobre este proyecto “familia misionera”.
Familia: fundamento indispensable
Este momento de la historia es especial. La familia cristiana necesita ser animada y ha de descubrir que es un fundamento indispensable para la sociedad y para los pueblos, así como también un bien insustituible para los hijos, que han venido a la vida fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. ¿Conocemos una escuela de humanidad y de transmisión de valores más grande que la familia? Ella es verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. Es en la familia donde hemos surgido a la vida, pues nadie se ha dado a sí mismo. La vida la hemos recibido de otros y se ha desarrollado y madurado en la verdad y en la dimensión integral que ella tiene, en la relación y comunión con todos los que constituimos esa gran escuela de amor y de humanidad, de solidaridad y fraternidad, de vida y comunión que es la familia. ¡Qué maravilla es descubrir que la familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esa dimensión relacional, filial y comunitaria que son esenciales para vivir! ¡Qué gracia más inmensa es descubrir que la familia es el ámbito donde la persona puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral!
La familia es indispensable para realizar la nueva evangelización. Y si el Beato Juan Pablo II y, ahora, Benedicto XVI nos dicen que la Iglesia tiene que entrar a vivir con todas sus fuerzas el proyecto de la “nueva evangelización”, que lo tiene que ser “nueva en ardor”, “nueva en método” y “nueva en expresión”, esto afecta a la familia, a la “iglesia doméstica” como escuela que debe ser de la “nueva evangelización”. La edificación de la familia cristiana se hace dentro de esa familia más grande que es la Iglesia, que sostiene y estrecha a la familia y cuenta con ella como la institución que más puede hacer por anunciar a Jesucristo. Y en esa familia que es la Iglesia, también la familia aprende a vivir con “nuevo ardor”, que lo alcanza en una comunicación cada día mayor con Jesucristo en la oración, en la escucha de su Palabra, en la frecuencia con la que viven los sacramentos; con “nuevo método”, que lo descubre en la contemplación de la familia de Nazaret, donde todos miraban a Dios y todos acogían el amor de Dios en sus vidas e irradiaban ese amor –hay que volver a la familia de Nazaret para aprender el método–; y con “nueva expresión” porque en la familia cada persona, desde la más pequeña al más anciano, se valora por sí misma y nadie es medio para otros fines, todos los miembros se valoran por sí mismos. Todo esto tiene una expresión única en la Sagrada Familia, en la que el mismo Jesús vino a este mundo.