Hemos celebrado la apertura oficial de curso de la facultad de Teología de Valencia coincidiendo todavía con el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, Doctora Universal de la Iglesia, y en las vísperas, casi en los umbrales de la preparación del «Año de la Misericordia», al que el Papa nos convoca, y el «Año jubilar eucarístico» que tendremos en Valencia. El magisterio de santa Teresa es para nosotros guía y acicate para el quehacer de esta Facultad de Teología que está llamada a entrar dentro de la verdadera sabiduría, la de la Cruz, a saborearla, gustar de ella y difundirla; nos sentimos con el grato deber de profundizar en la fe que ha de articularse con la razón, y de dar razón de la esperanza que nos anima. La teología está llamada y ha de profundizar en la fe, conducir a la oración, fortalecer la vida espiritual, confirmar en la comunión eclesial. Sabemos muy bien que una teología que no profundice en la fe, que no conduzca a la oración, que no arraigue la vida en Dios y en su Iglesia puede ser un discurso de palabras sobre Dios, pero no podría ser nunca un auténtico razonar articulado con la fe en Dios, el Dios vivo, el Dios que es, cuya esencia es el amor, la misericordia. La luz y el dinamismo que ha de animar la teología corresponde al dinamismo presente en la fe misma.
De ahí que la teología sólo será auténtica en la Iglesia, como unidad de fe. «Solamente cuando la enseñanza de los teólogos está en sintonía con la enseñanza de los obispos unidos con el Papa, el Pueblo de Dios puede saber con certeza que esta enseñanza es “la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (Judas 3)» (S. Juan Pablo 11).
Es uno de los aspectos que aprendemos en la santa Doctora, cuyos escritos, cuya vida, experiencia humana y espiritual, sabiduría de lo alto tanto necesitamos en el quehacer de la Facultad.
La Teología, en nuestra Facultad, como todo en ella, está llamada a concentrar su reflexión en lo que son sus temas radicales y decisivos: el misterio de Dios, del Dios Trinitario, que en Jesucristo se ha revelado como el Dios-amor­misericordia; el misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que con su vida y mensaje, con su muerte y resurrección, ha iluminado definitivamente los aspectos más profundos de la existencia humana; el misterio del hombre, que en la tensión insuperable entre su finitud y su aspiración ilimitada, lleva dentro de sí mismo la pregunta irrenunciable del sentido último de su vida.
En todo esto el magisterio de santa Teresa es altamente iluminador. Al hablarnos de Dios con la fuerza que ella tiene, al mostrarnos en su vida, cuyo secreto nos desvela y comunica, todo lo que Dios es y significa para el alma humana, para el hombre más auténtico, y al regalarnos la verdad de Dios con aquella experiencia vital que la distinguía, santa Teresa está invitándonos a una “determinada determinación” de entrar a fondo en el auténtico sentido de la vida. Ese es su camino, el camino de perfección que libera y salva. El que pido para los hombres de hoy, para que en nuestro tiempo surja una humanidad nueva y renovada.
Los hombres de este todavía comienzos de milenio necesitamos de maestros, testigos de sabiduría, como santa Teresa; necesitamos ser conducidos por esos maestros como la santa para ser conducidos por los senderos del encuentro con Dios, del fiarnos y confiarnos al Dios único y verdadero, del ir de la mano del Hijo único de Dios, Jesucristo, muy humanado y llagado, para alcanzar la verdad que libera y engrandece por encima de todo, que es reconciliación, paz, perdón de los pecados. El hombre de nuestros días, tan torturado y empequeñecido, tan quebrado en su humanidad más propia, tan enfrentado a los otros, tan amenazado de tantas maneras, necesita de una mano que le ayude a ir en la búsqueda de Dios, el que sólo basta, donde se encuentra la verdad y la sabiduría; necesita de un guía certero, experto profundamente humano, conocedor del corazón del hombre y de su misma fragilidad quebradiza, para que le lleve hasta ese encuentro que sacia, recrea, enamora y esperanza. Esa guía y ayuda nos la ofrece santa Teresa, la que es enteramente de Jesús, el Hijo de Dios humanado y llagado. Porque ella es toda entera de Jesucristo, el único que conoce al Padre, camino único de Dios a nosotros y de nosotros a Él, es por lo que la santa es guía y maestra.
En este curso que ahora iniciamos en nuestra Facultad, necesitamos escuchar y seguir a la ‘santa andariega’, que se dejó inundar y conducir por el Espíritu de la sabiduría, aprendida de la contemplación de su único Maestro, humanado y llagado, crucificado, Jesucristo, para, ir tras sus huellas y centrar toda nuestra vida en el conocimiento, seguimiento y amor de Jesucristo el único que llena, sacia y salva. Nadie puede decir “Jesús es el Señor”, tan necesario para nuestra Facultad y para todos, si no se lo concede y guía a su conocimiento el Espíritu, a quien hemos invocado en esta celebración. Que El os guíe a profesores y alumnos en vuestras tareas, que Él conduzca a todos a la contemplación y aprendizaje de la sabiduría de la Cruz.
En los tiempos de eclipse de Dios y de noche oscura que padecemos los humanos por la secularización, la increencia, el ateísmo, el deterioro moral y el paganismo imperantes, santa Teresa de Jesús es testigo vibrante del Dios vivo y de su amor misericordioso. Un testigo impresionante de Dios, que rompe su silencio junto a nosotros sus pobres y oscuros hermanos. Dios no ha muerto. Dios es el Amor. Santa Teresa le ha “visto”, le ha “oído”, le ha “sentido”, vive conscientemente en su llama, a ella se le ha llenado el alma de sol.
En ella se da la síntesis de contemplación y acción en una gran altura, en una de las cimas más señeras de la historia. Es una mujer admirable, síntesis armoniosa de contrastes mujer tan divina y tan humana, tan humilde y por eso tan valiente y osada, tan sencilla y tan extraordinaria, tan contemplativa y tan activa. Todo verdadero y todo auténtico en ella. Y, así, aunque su alta vida contemplativa la invitaba a la soledad, no se dio en ella el riesgo de encerrarse en si misma; al contrario, supo abrir su vida y entregarla a las exigencias del amor, supo poner en ella un sentido apostólico total, supo servir sin desmayo a la sociedad y a la Iglesia. Así de simple y básico es lo que ahora necesitamos: esa síntesis, esa unidad de vida interior desplegada en amor y servicio; todo se resume ahí, es por ese camino por donde encontraremos esperanza y alegría.
Los caminos de la verdadera sabiduría, que ha de vivirse y saborearse en nuestra Facultad son, en efecto, de esperanza y alegría. Empapada de esa sabiduría, por ello, santa Teresa es la “doctora de la alegría cristiana”, que debería reinar entre nosotros en esta Facultad. Tan llena de alegría tiene su boca que nunca cansa. Por eso mismo necesitamos de su magisterio de alegría; y, cautivados por su palabra verdadera, volver una y otra vez junto a ella, para escucharla; así recuperaremos la alegría auténtica y honda que el mundo necesita y es la que debería impregnar nuestra Facultad. Es la que desde aquí deseo a todos. La alegría que brota siempre del amor y que es inseparable de él.
Porque Dios es Amor, misericordia. Esta es la palabra clave de toda la revelación que El nos ha hecho de su misterio, sobre todo en la Cruz, y de sus designios de amor sobre nosotros. Para este fin de amor fuimos creados. Para este fin de amor nos ha dado a su Hijo. Se nos da el Amor para que le amemos. Este amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Este amor que pedimos del Espíritu debería empaparnos como la esponja en el agua, para poder así devolverle amor y repartir amor a los hombres hermanos. Todo ha de ser para provecho de los hombres, para “aprovechar almas”, como repetía una y otra vez la Santa.
«Deseo grandísimo, decía, más que suelo, siento en mí que tenga Dios personas que con todo desasimiento le sirvan y que en nada de lo de aquí se detengan, en especial letrados, que como veo las grandes necesidades de la Iglesia, que éstas me afligen tanto que me parece cosa de burla tener por otra cosa pena, y así no hago sino encomendarlos a Dios, porque veo que haría más provecho una persona del todo perfecta, con hervor verdadero de amor de Dios, que muchas con tibieza. Siento mucho la perdición de tantas almas». Esta es su gran lección, la que hoy necesitamos aprender y asimilar, y la que esta mañana quisiera transmitiros, escuchando la Palabra de Dios, y abriéndonos al don del Espíritu que nos ha concedido el magisterio de santa Teresa. Así no permaneceremos ni impasibles ante tanta necesidad de nuestros hermanos, ni cruzados de brazos ante la urgencia apremiante de evangelizar de nuevo, como si de la primera vez se tratare, al mundo que es el nuestro. Es lo que debe hacer nuestra Facultad que, como todo en la Iglesia, ha de continuar la misma misión de Jesucristo, traer el amor y la misericordia del Señor que reconcilia, pacífica y salva.