Día del Seminario o la grandeza del ministerio sacerdotal
Este domingo, 4 de marzo, celebramos en nuestra archidiócesis de Valencia el Día del Seminario. Es especialmente importante para la vida de nuestra Iglesia Diocesana. El lema que se ha elegido a nivel nacional para este año es “Pasión por el Evangelio”. Quisiera expresar, a todos los que formáis parte de la Iglesia, la inmensa alegría que tengo al dirigirme a vosotros para hablaros de nuestros seminarios y de la misión tan importante que desempeñan en hacer posible que todos los que en ellos se formen salgan con una fuerza especial para entregar la noticia de Jesucristo en estos momentos de la historia. Os invito a todos los jóvenes a que os hagáis esta pregunta: ¿qué quiere el Señor que haga con mi vida, a qué me llama? Hay que tener “pasión por el Evangelio”. Hay que vivir con la convicción total de que solamente Jesucristo es quien entrega a los hombres el camino verdadero que han de seguir, la verdad desde la que hay que vivir y cultivar la vida que el ser humano aspira a tener en lo más profundo de su corazón. Cuando esto se tiene claro, hay “pasión por el Evangelio”. Por eso, os invito a todos los cristianos a que descubráis la grandeza del ministerio sacerdotal y la necesidad de su presencia en medio de este mundo.
A vosotros, los sacerdotes, os animo a que invitéis a niños y jóvenes a ser, también, sacerdotes. Haced lo mismo que hizo el Señor, convencidos de que vuestra misión es de una importancia capital para la vida de los hombres. Y vosotros, miembros de la vida consagrada, valorad en lo más profundo del corazón lo que está significando en vuestra vida el ministerio sacerdotal, en la entrega radical por hacer de ella un seguimiento de Jesucristo.
Presentar a los jóvenes la certeza de que el mundo no puede vivir sin Dios
“Pasión por el Evangelio”, porque Cristo es la respuesta a todas las preguntas e interrogantes del ser humano. Hay que presentar a los jóvenes esta certeza: el mundo no puede vivir sin Dios. Pero para presentarla, hemos de tenerla nosotros también: la certeza de que solamente el Dios de la Revelación, el que se nos ha mostrado en Jesucristo, el que nos dio a ver su rostro lleno de amor que transforma el mundo como el grano de trigo que cae en tierra, es el verdadero. Tengamos la certeza de que el mundo no puede vivir sin Dios: Él es la Verdad. Solamente caminado tras sus huellas vamos en la dirección correcta. Y debemos guiar a los demás en esa dirección. ¡Qué pasión se engendra en nuestra vida cuando vivimos en la certeza de que Cristo es, realmente, el rostro de Dios! ¡Qué la alegría encontrar en la Iglesia ministros para el futuro del mundo, sacerdotes entusiasmados por entregar esa Buena Noticia que es el mismo Jesucristo!
La pasión por el Evangelio engendra creatividad para buscar formas de ayudar a los jóvenes a encontrar en el ministerio sacerdotal su camino. Pero está exigiendo de todos los que formamos parte de la Iglesia no ser cristianos, sacerdotes o miembros de la vida consagrada, cansados, tristes, aislados o ideologizados, sino todo lo contrario, llenos de entusiasmo por habernos encontrado con Jesucristo y por anunciar el Evangelio de primera mano. Vivamos en la comunidad cristiana con tal fuerza, convicción, escala de valores e identidad, que haga decir a jóvenes: “mi futuro está en ser sacerdote, sí, éste es mi futuro”.
La misión de Cristo, prolongada por el ministerio sacerdotal
La misión de Cristo que se prolonga en la Iglesia, y de modo especial por medio de sus apóstoles y sucesores, consiste en el anuncio de la Buena Noticia, en la “pasión por el Evangelio”, en la cercanía salvífica-caritativa a todo ser humano en su circunstancia concreta y en hacer presente al mismo Jesucristo, muerto y resucitado, bajo los signos sacramentales instituidos por Él. ¡Qué hondura adquiere la vida del sacerdote cuando contemplamos su vida desde lo que quiso el mismo Jesucristo! El sacerdote ministro, en nombre de Cristo Pastor y Cabeza, realizando estos servicios proféticos, diaconales y litúrgico-sacramentales, en la misma dinámica y espíritu con que Cristo los realizó.
Para comprender lo que significa que el sacerdote actúa en la persona de Cristo Cabeza y para entender las consecuencias que derivan de la tarea de representar al Señor, es necesario aclarar lo que se entiende por representar. En el lenguaje común quiere decir recibir una delegación de una persona para estar presente en su lugar, para hablar y actuar en lugar de ella. Pero esto no es lo que queremos expresar cuando hablamos del sacerdote. El sacerdote que actúa en la persona de Cristo Cabeza y en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción, realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del pan y del vino para que sean realmente presencia del Señor, absolución de los pecados. El Señor hace presente su propia acción en la persona que realiza estos gestos. Los tres oficios que identifican la misión del sacerdote –enseñar, santificar y gobernar– especifican esta representación eficaz.
¿Qué significado tiene la Ordenación sacerdotal? Alcanza su mayor expresión al descubrir que, por ella, el sacerdote es sumergido en la Verdad, en esa Verdad que no es simplemente un concepto o un conjunto de ideas a transmitir y asimilar, sino que es la Persona de Cristo, con la cual, por la cual y en la cual, vivir. El Señor ha confiado a los sacerdotes una gran tarea, como es ser anunciadores de la Palabra, de la Verdad que salva; ser su voz en el mundo para llevar todo aquello que contribuye al verdadero bien de los hombres.
La sorpresa de haber sido llamados a prolongar la misma misión de Cristo
En este Día del Seminario, no puedo dejar de recordaros a todos los seminaristas de nuestra Archidiócesis de Valencia. Y, especialmente, que tengáis una convicción fuerte de que Cristo os ha elegido para que le prestéis la vida. Nunca olvidéis que el don del ministerio sacerdotal, que os quiere regalar como gracia el Señor, es un prodigio en el que se hacen realidad aquellas palabras: “Como me envió mi Padre, así os envío yo” (Jn 20, 21). Vais a ser unos enviados, vais a estar ligados de forma total e irrevocable al servicio del Señor. ¡Qué hondura tiene vuestra vida ya! Os estáis preparando para revestiros de la persona de Cristo, para ejercer de algún modo su función de Mediador, vais a ser intérpretes de la Palabra de Dios, dispensadores de los misterios divinos. Cuando estoy con vosotros, no puedo olvidar aquellas palabras del Apóstol San Pablo: “Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros” (2 Co 5, 20). Con ellas recuerdo y valoro todo lo que debéis vivir en este tiempo de preparación para el ministerio sacerdotal. Os pido a todos los cristianos que me ayudéis a sostener el Seminario.
Con gran afecto, os bendice
+Carlos Osoro Sierra