Pon en tu corazón las medidas del Corazón de Jesucristo
Hace muy pocos días celebraba el Sacramento de la Confirmación en una parroquia, donde un grupo de jóvenes se había preparado durante dos años para recibirlo. Les acompañaba la comunidad cristiana. Unos segundos antes de comenzar a hablarles y comentarles la Palabra de Dios que habíamos proclamado, le dije al Señor desde lo más profundo de mi corazón: “Señor, que la venida del Espíritu Santo sobre sus vidas les haga tener un corazón grande como el tuyo”. Esto se lo pido al Señor para todos los hombres. Necesitamos en estos momentos de la historia más presencias de hombres y mujeres en los que el latido de su corazón vaya al unísono con el latido del Corazón de Jesucristo. Incorporar las medidas del Corazón de Jesús en nuestro corazón es a lo que está llamado el ser humano. Es lo que da la felicidad, lo que nos hace vivir y lo que nos da capacidad para hacer vivir a quienes nos encontramos en el camino y, también, para transformar todo con la novedad que solamente Jesucristo trae a la existencia del ser humano y a la historia.
Acepta la propuesta: “¡Sígueme!”
“¡Sígueme!” ¡Qué maravilla! ¡Qué propuesta! Todos estamos llamados al seguimiento del Señor. Pero tú, joven, que estás iniciando por edad un camino en la vida, ¿por qué no piensas y te decides a darle al Señor tu corazón, para que su Corazón esté en ti y se haga realidad en tu vida, de tal manera que así acompañes a los hombres y mujeres de este momento que vivimos, dando el mismo horizonte a la vida y a la historia que dio Jesucristo? Él te invita a hacerlo. Cada uno de nosotros es Mateo, el publicano. Tenemos nuestro despacho de impuestos, nuestro negocio, nuestros proyectos… ¿por qué no dejas que sea el Señor el que te entregue su proyecto y todo lo pongas a su disposición? Se trata de ser y caminar por el mundo, vivir junto a los otros, construir esta historia con el “Corazón de Jesús”. Un “Corazón” que sabe de amar al otro hasta dar la vida misma por él. Un “Corazón” que suspira por tener a todos dentro de él, desde esa experiencia de un Dios que quiere entrañablemente a todos los hombres. Un “Corazón” que sabe de “amor”, de “verdad”, de “vida”, de “acogida”, de “entrega”, de “compromiso”, de “servicio”, de “fidelidad”, de “generosidad”, en definitiva, que tiene sobre todas las cosas y personas en primer lugar a Dios, y que desde Él entiende, experimenta y defiende que tiene que amar a todos los hombres. Por eso pone a todos los hombres por encima de él mismo. ¿Ahora entiendes por qué te digo que hay que tener un corazón nuevo para ser un hombre nuevo y para cambiar este mundo? Ello requiere pasar por una experiencia que te animo a vivir. Tengas la edad que tengas, lee este pasaje, pero si eres joven medítalo y decide. “Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: Sígueme. Él se levantó y lo siguió” (cf. Mt 9, 9).
Mi respuesta como la de Mateo
Os animo a que viváis la misma experiencia de Mateo. Porque también nosotros estamos sentados y metidos en nuestras cosas, tareas, negocios y preocupaciones. Dejaos llamar por el Señor. Él también sigue pasando a nuestro lado y nos dice, “sígueme”. ¿Será mi respuesta como la de Mateo? “Él se levantó y lo siguió”. Esta nueva situación existencial de levantarse y seguir sus huellas y sus pasos, es el inicio de entrar en un proyecto nuevo de vida, de asumir el vivir con un corazón nuevo como el de Cristo. La plenitud de ese proceso llega cuando, como Mateo, dejamos que el Señor se siente a nuestra mesa y cambie esa mesa, la convierta en su mesa, entre en nuestra casa. Él, en la mesa de la Eucaristía, nos cura el corazón y hace que se haga grande como el de Él, con la misma capacidad de entrega y de acogida.
Son necesarios corazones con las medidas del Corazón de Jesús
Os invito a no tener miedo de seguir a Jesucristo. Como nos ha dicho el Santo Padre Juan Pablo II, “duc in altum”, rema mar adentro al comenzar el nuevo milenio en el que estamos inmersos. Hay que vivir el gozo del Evangelio y testimoniarlo a los demás. No marches solo por el camino. Te invito a que, con otros cristianos, pruebes y descubras nuevas y concretas posibilidades para vivir y, también, para construir caminos nuevos de evangelización y de inculturación de la fe en nuestra tierra. Servir a los demás pasa por recuperar las propias raíces cristianas que nos hacen vivir teniendo un corazón nuevo, capaz de construir una “casa común”, fundamentada sobre la fe en Cristo y sobre la promoción de la verdadera dignidad y libertad de cada persona. En la medida que tenemos este corazón nuevo que nace de la comunión con Jesucristo, somos más conscientes de los problemas graves y lacerantes que vive el mundo. Pero, al mismo tiempo, sentimos la necesidad de vivir confiadamente en la presencia de Aquél que camina con nosotros en la historia y que es el único que cambia el corazón del hombre.
Cada día estoy más convencido de que la condición del ser humano en el contexto actual, necesita que se susciten encuentros personales con Jesucristo. Y los necesita, porque solamente es Él quien concede al hombre volver a encontrar identidad a la medida misma de Dios. Os invito a construir y vivir en comunidades cristianas en las que se puedan experimentar relaciones humanas profundas y genuinas, ricas en comunión y amistad, capaces de hacer propuestas fuertes de fe, con metas, exigentes, con profunda espiritualidad y compromiso. ¿No es esto la llamada que os hice para vivir el Itinerario Diocesano de Renovación? No sois meros receptores del anuncio, sino que tenéis que ser protagonistas de la misión. El coraje y creatividad nos vienen dados por la capacidad que tengamos para sentarnos a la mesa con el Señor y dejarnos curar por Él.
Para tener el Corazón de Jesús vive estas ocho bienaventuranzas
Te propongo ocho bienaventuranzas para tener un corazón grande:
1) Bienaventurado si eres capaz de no escamotear esa llamada del Señor: “sígueme”.
2) Bienaventurado si tienes valentía para levantarte y seguirle.
3) Bienaventurado si tienes el coraje de meter al Señor en tu casa y sentarlo a tu mesa y oír de Él: “no necesitan de médico los sanos sino los enfermos”.
4) Bienaventurado si tienes la osadía de hacer creíble con tu vida a quien te llamó y te curó, Jesucristo.
5) Bienaventurado si tienes la valentía de “hacer la misión” en tu ambiente propio, en el trabajo, estudio, tiempo libre.
6) Bienaventurado si tienes la capacidad de ser testigo de verdades cristianas importantes, tal y como la Iglesia nos las transmite, con claridad confesante en medio del mundo.
7) Bienaventurado porque con ese corazón descubres que lo tuyo es defender a todo ser humano, a los pobres y a los débiles, con un compromiso claro por la paz, la justicia y la salvaguarda de la naturaleza.
8) Bienaventurado si pones a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, y si eres capaz de poner tu vida a disposición de Él.