Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Os invito a que en todas nuestras comunidades cristianas oremos siempre por la unidad de todos los cristianos, pero especialmente ahora desde el 18 al 25 de enero. El Papa Benedicto XVI nos ha recordado de diversas maneras y en distintos momentos a todos los miembros de la Iglesia, que quienes nos alimentamos y sostenemos por la Eucaristía no podemos olvidar cómo esta comunión viva con Jesucristo nos impulsa a lo que el Señor tanto deseó y nos pidió a los discípulos que viviésemos. Hizo de la unidad de sus discípulos una manifestación expresa en el Cenáculo, como un deseo supremo. El Sucesor de Pedro nos lo ha recordado y él sabe que tiene que hacerse cargo de ese deseo en la misión que el Señor le ha confiado de confirmar a sus hermanos. Nosotros acogemos lo que al inicio mismo de su ministerio el Papa Benedicto XVI nos dijo: asumir el compromiso de trabajar con empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de los discípulos de Cristo. ¡Cuánto está trabajando el Santo Padre por esto! Nosotros queremos acompañarle en la oración que durante esta semana hacemos por la unidad de todos los cristianos.
Gestos concretos
Es verdad que para lograr la unidad de los cristianos no bastan manifestaciones de buenos sentimientos. Son necesarios gestos concretos que penetren en lo más profundo del corazón y sacudan las conciencias. Gestos que nos impulsen a la conversión interior, que es camino de todo progreso en el camino del ecumenismo. Es muy bello todo el libro del profeta Miqueas. Responde a esa pregunta que el mismo profeta hace y que es con la que inicio el título de mi carta pastoral: “¿Qué exige Dios de nosotros?” El profeta, en la primera parte de su libro, hace una dura crítica a quienes tienen autoridad tanto política como religiosa, por abusar del poder y robar a los que son más pobres.
Incluso, tiene dos expresiones duras, pero llenas de fuerza: “arrancáis la piel a la gente” y “juzgan por soborno”. En la segunda parte del libro hace una vibrante exhortación al pueblo a peregrinar “al monte del Señor”… Él nos indicará sus caminos y “nosotros iremos por sus sendas”. En la tercera parte, se nos revela el juicio de Dios que va acompañado por una llamada a guardar con esperanza la salvación, con fe en Dios que “perdona el pecado y pasa por alto…las culpas”. Esta esperanza tiene una concreción que es el Mesías, Él traerá la paz que saldrá de Belén y llevará la salvación “hasta los confines de la tierra”.
Llamada a todas las naciones a caminar
Es de una hondura bellísima la llamada que el profeta hace a todas las naciones a caminar y ponerse en esta peregrinación para compartir la justicia y la paz que es la salvación. Pero esta llamada tiene para los cristianos, en esta semana de la oración por la unidad, una incidencia especial. ¡Qué fuerza tiene en esta semana de la oración por la unidad la pregunta “¿Qué exige Dios de nosotros?”! La respuesta nos la da Cristo. Para un discípulo de Cristo, su camino implica ponerse en la senda de la justicia, la misericordia y la humildad. Y ello nos está exigiendo conocer internamente al Señor, encontrarnos con Él. La oración es un lugar privilegiado para ese encuentro y para pedirle que todos los cristianos nos pongamos a hacer esa peregrinación pidiendo al Señor la unidad de su Iglesia, una peregrinación que nos pide emprender la senda de la justicia divina, acoger su misericordia y adentrarnos en esa humildad en la que Dios mismo entró al acercarse a nosotros en la historia de los hombres y de la que San Pablo nos habla en la Carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 1-11). Os invito a meditar este texto.
Purificación de la memoria
El esfuerzo que se está haciendo por tener un diálogo teológico ha sido muy grande. Por otra parte, la oración por la unidad es constante, se han realizado muchos encuentros y diálogos en niveles diversos. Pero urge lo que el Beato Juan Pablo II llamó la “purificación de la memoria”, que es la que puede disponer a los espíritus para acoger la verdad plena de Cristo. Todos, más tarde o más temprano, tendremos que rendir cuentas de lo que hemos realizado o hemos omitido por el gran bien de la unidad plena y visible de todos los cristianos. Recordar aquellas palabras de Jesús en las que nos pide la unidad como una necesidad siempre para todos los cristianos: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 20-21). Hay un compromiso irreversible que asumió el Concilio Vaticano II, proseguido gracias al trabajo del Sucesor de Pedro y el aliento que él ha dado, personalmente y a través de la acción del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. El camino de la unidad nos pide esperanza, valentía, dulzura, firmeza, oración insistente, tener un mismo corazón para que el Señor nos dé el don de la unidad. No podemos ignorar que la división hace menos eficaz la causa del anuncio del Evangelio a todos los hombres tal y como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II (cf. Unitatis redintegratio, 1).
La unidad que todos buscamos no es ni la absorción ni la fusión, sino el respeto de la multiforme plenitud de la Iglesia que, de acuerdo con la voluntad de Jesucristo, debe ser siempre una, santa, católica y apostólica. En este Año de la Fe, hagamos presente lo que el Santo Padre nos dice: “La puerta de la fe (Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros… Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor (Porta Fidei, 1)… La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos da la vida, y la vida en plenitud” (Porta Fidei, 2).
Ocho etapas
Caminemos, pues, en la búsqueda de la unidad de todos los cristianos, hagamos esta peregrinación como se nos invita a través del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, en esas ocho etapas: 1) conversando; 2) con el cuerpo partido de Cristo; 3) hacia la libertad; 4) como hijos de la tierra; 5) como los amigos de Jesús; 6) más allá de las barreras; 7) en solidaridad; 8) en celebración.
La mejor forma de ecumenismo consiste en vivir según el Evangelio. En la vida cristiana la fe, la esperanza y la caridad van juntas. El camino hacia la unidad nos exige a todos una fe más viva, una esperanza más firme y una caridad que inspira y alimenta nuestras relaciones. Promovamos el ecumenismo del amor, que deriva directamente del mandamiento nuevo que dejó Jesús a sus discípulos. Un amor que es acompañado con gestos llenos de coherencia, que crean confianza y hace posible que se abran los corazones y todos los sentidos. La caridad ilumina siempre la verdad. El diálogo de la caridad promueve siempre el diálogo de la verdad. Es en la verdad donde se realiza el encuentro y la unidad. Orad siempre por la unidad de los cristianos.