Con estas palabras iniciaba el Papa Francisco su entrada en Río de Janeiro: “la juventud es el ventanal por el que entra el futuro del mundo”. ¿Cómo no atender a este ventanal? ¿Cómo no ocuparnos de ofrecer espacios a los jóvenes? ¿Cómo no ocuparnos de ver el significado que tiene la tutela de las condiciones materiales y espirituales en las que tiene que vivir y desarrollarse? ¿Cómo no poner todo lo necesario para llegue a ser lo que tiene que ser cada joven? ¿Cómo no entregarnos de lleno a darles valores duraderos por los que merezca la pena vivir?
¿Cómo no asegurarles unos horizontes de trascendencia para que la sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien que hay en cada joven pueda ser saciada?
El Señor ha bendecido de un modo extraordinario esta Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Río de Janeiro. El Papa Francisco, a través de los diversos encuentros que ha mantenido, ha marcado con la fuerza del Espíritu Santo lo que deseaba proponer a los jóvenes y, a través de ellos, a toda la Iglesia: “id y haced discípulos a todas las naciones”. Ciertamente, este encuentro supone para toda la Iglesia un nuevo Pentecostés. Todas las puertas de la Iglesia han sido abiertas para que todos los hombres conozcan a Jesucristo y para que, quienes lo conocemos, seamos testigos sin miedo del evangelio, con una humildad que cada día tenga más que ver con la del Señor y con la alegría propia de quien sabe que Dios cuenta con él para mostrar su rostro y su amor, la realización de su proyecto y de sus obras. Los jóvenes han mostrado una vez más a la Iglesia llena de gozo y de esperanza.
“Id y haced discípulos a todas las naciones”
Las palabras con las que nos ha reunido en esta JMJ el Papa Francisco han sido las mismas que el Señor, en el inicio de la misión de la Iglesia, dirigió a los Apóstoles, “id y haced discípulos a todas las naciones”. Hoy llegan mediante la Iglesia y el Sucesor de Pedro a todo bautizado pues, como muy bien nos ha recordado el Papa, “soy consciente que, dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a las familias, a sus comunidades eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones” (Discurso en la ceremonia de bienvenida en Río de Janeiro). Pero es verdad que, muy especialmente, el Papa Francisco ha querido que llegasen a los jóvenes. Ellos son, como nos ha dicho, “el ventanal por el que entra el futuro en el mundo. Es el ventanal y, por tanto, nos impone grandes retos” (Discurso en la ceremonia de bienvenida en Río de Janeiro).
A la luz de ese mandato misionero que Cristo nos confía, el significado y las palabras que el Papa Francisco nos ha dirigido adquieren más fuerza y se ven con mucha más claridad. Él ha pedido a los jóvenes que digan un “sí” valiente y decidido a Cristo y a su Iglesia, en todas sus palabras ha estado presente el deseo de que Cristo alcanzase de tal modo el corazón de cada joven que pudiese decir como el profeta Isaías: “Heme aquí: envíame” (Is 6, 8). Fue de una significación muy bella el encuentro que tuvo con los jóvenes de Argentina, en el que los invitó a hacer vida un programa excepcional: “las Bienaventuranzas y Mateo, 25”. Un programa que respondía a la pregunta que el Papa mismo les hacía, “¿qué es lo que espero como consecuencia de la JMJ?” Les entregó tres claves para el programa que les proponía: 1) “Que hagan lío, quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, instalación, comodidad, clericalismo, estar encerrados en nosotros mismos. Si no salen, se convierten en una ONG. Y la Iglesia no puede ser una ONG”. 2) “Lucha por la dignidad de todos, especialmente de los dos polos de la vida, los jóvenes y los ancianos. No se dejen excluir, ni excluyan”. 3) “Autenticidad. Por favor, no licuen la fe en Jesucristo. No tomen licuado de fe: la fe es entera, no se licua, es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre que murió por mí”.
El abrazo de Dios
En este “id y haced discípulos a todas las naciones”, adquiere un significado especial la visita del Papa Francisco al Santuario de Nuestra Señora de Aparecida. Ella se dejó abrazar por Dios y puso la vida a su disposición para que Él tomase rostro humano, de tal manera que los hombres y mujeres de este mundo pudiesen percibir cómo es el abrazo de Dios. Y es que, aunque se den situaciones de caída de valores en la cultura, de exclusiones fuertes, de un intento de marginación de Dios, de diferentes dudas hasta de quién es el hombre, de consumismo, de droga, delincuencia, de erotismo; también se da hoy una gran sed de Dios que, en ocasiones, se esconde detrás de una actitud de indiferencia e incluso de hostilidad. Así, en esta situación, Cristo quiere que todos se dejen abrazar por Él, su corazón late de amor infinito por cada uno de nosotros, y sus brazos, abiertos de par en par, están preparados para acoger a todos sin excepción.
Urge, pues, anunciar a los jóvenes que se dejen abrazar por Cristo. De ahí que nuestra actitud, debe ser la de nuestra Santísima Madre, tal como el Papa Francisco nos decía en Aparecida: 1) “mantener la esperanza”, porque Dios siempre está de nuestra parte, está a favor del hombre; 2) “dejarse sorprender por Dios”, porque, es verdad, siempre nos sorprende, también en las dificultades; 3) “vivir en la alegría”, y ser testigos de esta misma alegría.
¿Cómo dejarse abrazar por Cristo? En la vigilia lo expresó con unas palabras que son claves, todo un método para hacerse “discípulo misionero”. El Papa Francisco decía así: “los jóvenes son el campo de la fe, los atletas de Cristo, los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor”. Todo un método: 1) “Campo como lugar de siembra”: dejad que Cristo y su Palabra entren en vuestra vida, preguntaos ¿qué clase de terreno sois y qué clase queréis ser? En toda vida humana hay un pequeño trozo de la misma que es buena tierra y prende la semilla. Decid a Jesús que deseáis y queréis que prenda su semilla, dejadla crecer, cuidadla. 2) “El campo como lugar de entrenamiento”: nos pide que seamos sus discípulos. ¿Cómo entrenarnos? En el diálogo con Él, en la oración, en el coloquio, en los Sacramentos que hacen crecer en nosotros su presencia. También, a través del amor fraterno y del servicio, escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. 3) “El campo como obra en construcción”: cuando recibimos la Palabra de Dios, cuando nos entrenamos, experimentamos algo nuevo en nosotros: somos Iglesia, somos piedras vivas, somos constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia.
¿Por dónde empezar para que la Iglesia sea ese templo de piedras vivas? No esperemos que otros comiencen. Somos tú y yo. Empecemos por ti y por mí. Hagamos que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Y el Papa Francisco en la Misa de clausura, nos ha mandado a la misión con tres palabras: 1) “vayan”: a todas las personas, ambientes; 2) “sin miedo”: Él está con nosotros, nos acompaña siempre; 3) “para servir”: que el canto de nuestra vida sea tener los pensamientos, sentimientos y las obras de Cristo. Os lo aseguro, el Señor cuenta con nosotros para anunciar el Evangelio. Tened valentía para hablar de Cristo en vuestras familias, en vuestros ambientes, hacedlo con el fervor de los Apóstoles: “nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).