Cristina Cons, en su visita a Valencia, donde impartió la convivencia a jóvenes de la parroquia San Andrés. FOTO: A. SÁIZ

❐ CARLOS ALBIACH | 10.03.2022
Cristina Cons con 23 años vio una llamada de Dios a formar a niños y jóvenes en educación afectivo-sexual. Una educación que parte de la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II y que se materializa en cursos, charlas e incluso en convivencia con jóvenes. Una de estas convivencias, bajo el título de ‘Love Revolution’, es la que impartió a jóvenes de la parroquia San Andrés Apóstol de Valencia. PARAULA conversa con ella durante esta visita. Cristina tiene 27 años, vive en Santiago de Compostela, es graduada en Pedagogía y tiene un máster en Coaching Familiar por la Universidad Francisco de Vitoria y otro en Orientación por la Universidad de Santiago.

¿Por qué es importante que los niños y jóvenes reciban formación afectivo-sexual?

El amor humano es lo más básico de la persona. Es lo que define a la persona, esa vocación que tiene a amar y amar con todo, con el cuerpo incluido. Formarlos es fundamental y sino lo hacemos ya llegamos tarde. Todos tenemos que aprender a amar y más ahora que el contexto es contrario a la naturaleza de la persona, a todo lo que es amor, ya que todo es sentimentalismo, erotismo y pornografía.

El mayor reto es que los jóvenes lo entiendan primero para poder vivirlo después ¿Lo ves fácil?
A mí me ha parecido sencillo, al ser joven, les habló como yo he entendido las cosas. Además yo tuve una adolescencia muy parecida a la que se tiene ahora, donde buscaba que me quisiesen. Mi experiencia vital me habla de la herida grande de este tiempo, la cosificación, la de dejarte usar o usarte a ti mismo. Por ello mi historia hace que pueda estar más cerca.
Lo que sí que he visto es una gran verdad, que no es otra que estamos muy bien hechos. A pesar de lo que hayamos vivido cuando a un joven le hablas bien, y es necesario hacerlo, de amor, del cuerpo, de la sexualidad, del ser hombre y mujer, y hay que hablar bien de el corazón se despierta.

Sin embargo, nos encontramos con jóvenes con muchas heridas afectivas y con un entorno que la gran mayoría de veces no ayuda.

Una de las cosas que más me preocupa es la hipererotización de la sociedad, estamos muy expuestos a ese sexo constante, que desvirtúa el amor erótico. Es tanta la exposición a lo erótico que hace que se pierda.
También me preocupa las relaciones en familia como es la ausencia del padre. He visto que los chavales se sienten poco queridos, de ahí que el campo de trabajo es complicado. Después de la cuarentena hubo una explosión de autolesiones, pensamientos suicidas… Por eso creo que la Iglesia debe asumir con fuerza la vocación que tenemos a enseñar a amar. Si Dios es amor, y se fundamenta todo en el amor, tenemos que enseñarlo. Y es más, además de enseñarlo, tenemos que ayudarles y acompañarles. Por eso es importante una comunidad que dé soporte, personas de referencia. Se trata de caminar con el otro hasta que viva aquello a lo que está llamado a vivir, a vivir plenamente el amor. He visto conversiones muy fuertes, de adolescentes y jóvenes al escuchar lo que es el matrimonio, la sexualidad… han dicho eso es lo que yo quiero vivir.

También nos encontramos con el gran problema de la pornografía, que destruye a la persona por completo.

En este tiempo de pandemia se ha disparado. Es claramente un problema. La edad de inicio de consumo es de 8 años, cuando ya tienen móvil. La industria del porno sabe que los niños y jóvenes, por la estructura de su cerebro, son propicios a esta adicción, y por eso los busca. Es devastadora cerebralmente, genera una adicción, es sexo falso y es extremadamente violento contra la mujer y sobre todo para la persona. En esto no tenemos que ser ingenuos y hay que acompañar a los que lo están sufriendo.

A este último problema hay que unir la excesiva sexualización de los productos de entretenimiento como series, música, cine…

Hay que tener cuidado con lo que se ve, que todo lo que vemos lo aprendemos. Si estoy muy expuesto a esto, claro que afecta. Hay que enseñarles a filtrar, hay muchas opciones de ocio sano.

¿Es importante aprender también a amarse a sí mismo?

Es el tema de la autocosificación. Es tanta cosificación alrededor que al final acabas tratándote así, como si fueras una cosa. Decía San Juan Pablo II que lo contrario al amor no es el odio sino el uso, que te utilicen. Y vivimos en la época del uso. Buscas que te quieran y acabas sintiendo que te usan y eso te hace sentirte fatal. Sin embargo, es una oportunidad para poder dar luz y decirles que amar es distinto. También que vean que tienen un valor y una dignidad.

¿Qué tienen que hacer los padres en la educación afectivo-sexual de sus hijos?

Es importante que hablen con sus hijos desde siempre, es algo de toda la vida. Hablar de lo bueno, en positivo. Contar la historia mejor que la cuenta el mundo. Hay que preguntarles también mucho y que sepan que puedan hablar con sus padres. Ahí está la clave.

La teología del cuerpo de San Juan Pablo II arranca de la afirmación de “hombre y mujer los creó. Sin embargo, estas diferencias hoy se diluyen.

Somos diferentes y es muy bueno que seamos diferentes, nos habla de la complementariedad. Aparte de que nuestros cuerpos nos hablan de la comunión, que estamos hechos el uno para el otro. También nos habla de esa vocación al amor y a la necesidad del otro, y es maravilloso. A mi el hombre me fascina, esa diferencia, me aporta cosas que yo necesito. Hay que celebrar la diferencia y alegrarnos de ella.

Entonces, la clave está en la experiencia de amar y ser amado.

Ese es el deseo del corazón, que existe para amar y ser amado. Y solo en esa experiencia puedo encontrar la felicidad. En entregarme plenamente a la vocación al amor. El amor no es un sentimiento, no es una emoción ni un afecto, es una decisión, un trabajo y una tarea que depende de la voluntad. Esa es la grandeza, hacer feliz al otro y buscar su bien, a uno mismo, a Dios, a los amigos, los enemigos…

¿Y dónde entra Dios en todo esto?

Dios es amor, es fundamental. Lo más grande es descubrir como Dios te ve, una vez lo descubres todo cambia: has sido amado desde el principio, por eso existes. Y Dios te ayuda a amar, a ver la vocación. Como decía mi marido cuando le preguntaba qué diferencia hay en vivir antes de conocer a Dios y una vez lo has conocido: “Dios es el que me está ayudando a amar”.