Vista de una de las calles del Cementerio General de Valencia. A.SAIZ

L.B. | 07.05.2020


La imagen de la Virgen de los Desamparados tiene sus orígenes a principios en el siglo XV, cuando la ‘Lloable Confraria de la Verge Maria dels Innocents’ creó una imagen yacente de la Virgen para colocar sobre los féretros de los ajusticiados, así como de los enfermos y desamparados, entre los que se incluía a la gente que moría sola o sin medios para sufragar el entierro. Pero, ¿qué sucede en nuestros días? ¿Aún hay personas que mueren y son enterradas en soledad?


En estos últimos meses, como consecuencia del confinamiento que vivimos por la pandemia de Covid-19, han sido muchos los entierros a los que los familiares no han podido asistir. Por eso, Benjamín Zorrilla, capellán del Cementerio General de Valencia, recuerda que, como ya anunció en PARAULA, cuando pase esta situación, se celebrarán funerales por cada uno de los fallecidos durante este tiempo, con el fin de que puedan asistir los familiares y amigos.


La mayor pobreza
A parte de esta situación excepcional, Zorrilla constata en su día a día en el cementerio que “la mayor pobreza que existe ahora es la soledad humana” y, aunque no es frecuente, aún hay gente que muere y es enterrada en soledad. “Varias veces al año celebramos misas en la capilla del cementerio sólo con el fallecido, sin nadie que le acompañe”, explica.


Esta situación de soledad puede deberse a muy diversos motivos.
Por una parte, está lo que Zorrilla denomina “soledad generacional”. Cada vez son más las personas que mueren muy mayores, centenarias, de manera que “ya no queda nadie de su generación y los de la siguiente están también mayores o enfermos y no pueden acompañarles” indica Benjamín Zorrilla, quien recuerda el caso bastante reciente de una señora fallecida que ya había enterrado a sus cuatro hijos.


La soledad se puede dar también porque la familia no se lleva bien. “Entonces no acuden o vienen sólo uno o dos familiares”. Zorrilla recuerda con especial dolor el caso del fallecimiento de un chico. “Antes de morir pidió ver a su madre. La localizaron pero ella no quiso ir a verle, tampoco quiso asistir al funeral cuando se le comunicó que el hijo había fallecido. Es duro, pero no podemos juzgar porque no sabemos realmente qué es lo que ha pasado ahí”, explica el capellán.
Y, por supuesto, siguen existiendo situaciones de beneficencia, en las que la persona ha fallecido en la calle o carece de medios para pagar el funeral. “En estos casos el Ayuntamiento se hace cargo y, si nos lo piden, les hacemos la misa igual que a todo el mundo. También en ocasiones hay un alma caritativa, por ejemplo, alguna vecina que se hace cargo de todo y asisten 3 o 4 vecinos al entierro”.


Esta situación, que haya sólo tres o cuatro personas acompañando, es también “triste y muy frecuente”, según Zorrilla, y se da, sobre todo, en caso de fallecimiento de inmigrantes.

Algunas personas han planteado la posibilidad de organizar grupos de jubilados para acompañar a los fallecidos en soledad


El capellán recuerda que hace poco falleció una mujer y sólo acudió el marido. Estaban casados en segundas nupcias y no tenían hijos. La mujer no tenía ningún otro familiar y los hijos del primer matrimonio del marido no pudieron asistir. “Sólo estaban ellos. Esto es triste, también por el viudo. En estas ocasiones atendemos y acompañamos a la persona que se queda sola”, comenta.


Sin distinción
Benjamín Zorrilla subraya que en todos estos casos en que no hay familiares o acompañantes la Iglesia celebra el responso o el funeral “igual que si la capilla estuviese llena y sin hacer distinciones: se recibe el cadáver a la puerta y se hacen las oraciones, se celebra la misa y se le despide, porque nuestra misión es espiritual y no tiene nada que ver con la sociología”, explica Zorrilla.


A finales de 2019, poco antes de empezar una misa, la funeraria le indicó al capellán que no iba a ir nadie porque el único hijo del fallecido estaba enfermo y no podía asistir. “Los mismos trabajadores de la funeraria, me dijeron que entrarían el cadáver y me pidieron que celebrase la misa porque “usted ha de llevar esta alma al Cielo”, dijeron”.


Grupos de oración
Algunas personas, conscientes de esta realidad, han planteado al capellán del Cementerio General la posibilidad de organizar grupos de jubilados que pudieran acompañar a los fallecidos en soledad. “El problema -comenta Zorrilla-, es que nos enteramos de la situación 5 o 6 minutos antes de empezar la celebración”.


No obstante, esta propuesta ha llevado a Benjamín Zorrilla a reflexionar sobre la posibilidad de organizar grupos de 5 o 7 personas que cada día estuviesen en el cementerio y asistieran a misa de 11, rezaran el Rosario y acompañaran al fallecido y a su familia. “Podría ser un grupo de oración de la capilla, cuya labor apostólica fuera rezar por las almas, especialmente por los que no han recibido asistencia religiosa. Así además, darían testimonio de nuestra fe en la vida eterna y harían visible la oración que la Iglesia hace todos los días por la salvación de las almas. Sería bonito poder decirles, incluso, algunas palabras a los familiares”, reflexiona.


“El cementerio está siendo el mejor libro de la vida. Todos los días aprendo. Y ¡cuánta falta hace que la Iglesia dé luz!”, concluye el capellán