Este sábado 20, seis valencianos serán ordenados diáconos permanentes, en una misa que tendrá lugar en la catedral de Valencia a las 11 horas. Tras un largo período de discernimiento y formación, darán este paso apoyados por sus familias, esposas e hijos. Pero, ¿qué es un diácono permanente? Todas las dudas al respecto nos las resuelve monseñor Javier Salinas, obispo aux. de Valencia y pte. de la comisión de Apostolado Seglar de la CEE.

Celebración en la Catedral con los diáconos permanentes.

❐ L.A. | 18.11.21
A muchos sigue sorprendiendo la realidad de los diáconos permanentes, hombres en su mayoría casados que tienen un papel muy definido en la Iglesia y utilizan vestiduras litúrgicas propias.
Es un servicio que, además, se está intentando potenciar en los últimos años también en nuestra diócesis. Este sábado, recibirán la ordenación seis más en Valencia, con los que nuestra diócesis, contará ya con un total de 36.

Monseñor Javier Salinas, obispo auxiliar de Valencia, es presidente de la comisión de Apostolado Seglar de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Partamos de aclarar la figura del diácono y luego la del diácono permanente ¿Qué es y qué no es? ¿Qué misión tiene un diácono en la Iglesia hoy?

El ministerio eclesial tiene tres órdenes: el obispo, el presbítero y el diácono. El diaconado es un ministerio restablecido por la Iglesia cuyo alcance el Concilio Vaticano II ha ampliado como realidad permanente y que tiene como misión propia configurarse, unirse a Jesucristo, que se hizo diácono; es decir, servidor de los demás. Por tanto, es un ministerio para el servicio; no es un ministerio para presidir la asamblea, la Eucaristía, no. Sirve y ayuda a los presbíteros y al obispo especialmente en su misión apostólica. Es una característica propia de él y que le marca un aspecto fundamental en la vida de la Iglesia porque, al subrayar tanto esa dimensión del servicio, nos recuerda algo que compete también a todos los ministerios eclesiales: son para el servicio del pueblo de Dios.

Estamos hablando de una figura que nos retrotrae a los inicios de la Iglesia. Ahí estaba, por ejemplo, el diácono Esteban. ¿Ahora en el siglo XXI con esa recuperación de su figura, el diácono asume aquellas mismas funciones que tenía entonces o hay otras añadidas?

Básicamente son las mismas. San Ignacio de Antioquía decía: “Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles”. Sin ellos no se puede hablar de Iglesia. Por tanto, el diaconado forma parte de ese servicio eclesial y, desde el principio, eran aquellos que ayudaban al gobierno de la Iglesia. Tiene una vinculación especial con el obispo, de tal forma que, en su ordenación, es únicamente el obispo el que le impone las manos al diácono. En la Iglesia antigua, los diáconos eran los que estaban más preparados para ser obispos porque eran aquellos que tenían experiencia de gobierno.

Lo más habitual es que los diáconos acabaran siendo sacerdotes pero desde hace un tiempo vemos la figura del diácono permanente, un laico, muchos de ellos hombres casados. ¿Cuál es la especificidad de esta figura?

El que es célibe preparándose para el ministerio sacerdotal es ordenado en vistas después a ser ordenado presbítero. Sin embargo, el diácono permanente siempre será tal. Puede ser un laico célibe o casado. La Iglesia considera que es una tarea propia de los laicos que han colaborado y colaboran en la vida de la Iglesia, desarrollando una verdadera misión diaconal, ya sea en la vida litúrgica, pastoral, catequética, ya en las obras sociales y de caridad…
Y precisamente, al ser ordenados, son fortalecidos por la gracia del Señor con la imposición de manos que transmite desde los apóstoles y que los hace más cercanos al ministerio del altar. Pero están llamados a cumplir una misión propia de colaboración, de ayuda en el ministerio de los sacerdotes y del obispo.


-¿Qué formación reciben los diáconos permanentes?
-Es una formación muy parecida a la de un sacerdote. Con unos ritmos diferentes porque, claro, el diácono es una persona que va a desarrollar un ministerio eclesial pero es un laico, un padre de familia en la mayoría de los casos y, por tanto, un profesional. Tiene que combinar todo esto con todos esos elementos.
La formación suele durar tres o cuatro años como mínimo. Y en ella se va adquiriendo una visión sistemática del conjunto de lo que es la fe cristiana y de todos aquellos elementos que pueden ayudar para introducirnos en la fe o como consecuencia de ella.


¿Y qué competencias tendrá una vez reciba la ordenación como diácono?
-En primer lugar, el diácono no puede presidir una comunidad. No puede ser como un párroco. Al diácono se le encomienda la colaboración y esa es una función muy importante. Por así decirlo, él “prepara la mesa” para celebrar la Eucaristía, no la preside. “Preparar la mesa” quiere decir muchas cosas; por ejemplo, no puede haber Eucaristía sin bautismo. El diácono puede bautizar. Es un ministerio que le compete. El diácono tiene que proclamar el Evangelio. El diácono tiene que ayudar a que lo que celebramos y vivimos se traduzca en la vida, en la caridad. Él tiene otro campo de acción en el mundo caritativo y social.
Conforme avanza el tiempo en la vida de la Iglesia, el obispo le puede encomendar otras tareas más concretas. Puede pensar, por ejemplo, en temas de gestión de la vida de la Iglesia desde la perspectiva administrativa y económica u otras que tienen que ver más con la docencia. También estar en campos “de frontera”, como puede ser la pastoral penitenciaria, la pastoral de la salud…
Propio de los diáconos es el tema de la familia, por ejemplo. Participa del sacramento del orden -con la imposición de las manos y la oración consagratoria- y al mismo tiempo es un laico. Su predicación debe tener un sabor peculiar porque es alguien que experimenta en su propia vida vivir en una familia, educar unos hijos, tener una profesión… Y esto le concede un tono que enriquece mucho la vida de la Iglesia.


-En estos momentos de la Iglesia en que coinciden la escasez de sacerdotes y, por otra parte, el despoblamiento de amplias zonas del interior, “la España vaciada”, con núcleos poblacionales diminutos muy aislados, ¿qué papel están llamados a desempeñar los diáconos permanentes?
-Depende del obispo, del pastor. Ellos no pueden sustituir a un sacerdote. No pueden ser párrocos pero sí pueden ayudar. Podrían presidir una celebración en ausencia del sacerdote o podrían hacer otros ministerios de coordinación y de atención a los demás. El diácono no es un sacerdote de segundo nivel. Él tiene una personalidad y una misión propia. Colabora para el bien de la Iglesia y ellos pueden, en estos momentos, desempeñar otras funciones a las que a lo mejor el sacerdote no llega; por ejemplo, podría muy bien el diácono ser el responsable de la catequesis, de la educación cristiana en un arciprestazgo o una vicaría.
Es una misión que, diríamos, todavía está naciendo porque sí es verdad que hay unas competencias propias. Puede presidir la celebración de un matrimonio. Puede realizar la oración de las exequias. Es un mundo que puede abrirse más, haciéndose en la medida que la experiencia nos vaya descubriendo nuevas misiones. El diácono es, sobre todo, un servidor como Cristo, que vino “no a ser servido sino a servir”.