Foto de archivo de una Unidad de Cuidados Intensivos.

L.B. | 23.04.2020

Es enfermera en la UCI de un hospital valenciano y profesora universitaria. Ana (nombre ficticio) siempre ha ejercido su profesión en servicios especiales como reanimación o UCI. Como explica, en 22 años de profesión ha visto morir a mucha gente, jóvenes y mayores, pero reconoce que nunca como ahora, a los niveles a que se ha llegado con la pandemia provocada por el Covid-19.

Ana compara la situación que se está viviendo actualmente con una guerra. “No tenemos balas, aviones ni rifles, pero tenemos el virus que es un enemigo mucho peor, porque no se le ve y mata en silencio”. Y esa invisibilidad es, precisamente, para Ana una sobrecarga. “Por muchas medidas que tomes no siempre puedes controlarlo”, dice.

El personal sanitario está viviendo con especial intensidad esa sobrecarga emocional. Para empezar, han tenido que modificar los turnos y acortar los días de descanso, y pasan por momento de estrés, nerviosismo y desesperación. “La carga emocional es muy grande y las consecuencias saldrán luego”, comenta.

Esta situación hace que Ana se identifique y se sienta más unida a otros profesionales que tradicionalmente entregan su vida por proteger a los demás, como policías o militares. “Son profesiones vocacionales. Si no tienes capacidad de sufrimiento no puedes estar el pie del cañón”, subraya. Y admite que “hay días que lloras y lloras pero al día siguiente hemos de seguir con una sonrisa, dando lo mejor de nosotros mismos”.
Porque además, esta situación lleva aparejada también consecuencias fuera del trabajo. Por ejemplo, Ana está viviendo sola, separada de su marido, de su hijo y del resto de la familia, para evitar contagiarles en caso de que ella llegara a enfermar.

“No poder dar un abrazo a los hijos es muy duro”. A Ana le hicieron un test para ver si tenía el virus. Resultó negativo, pero tardaron tanto en darle el resultado que, como ya se había reincorporado al trabajo, no pudo visitar a su hijo. “No estoy enferma, pero no pude ir a verle. De haber llegado a tiempo el resultado, hubiera podido besarle”, dice con pesar.

Por experiencia propia Ana sabe que las separaciones son muy duras. Por eso, los sanitarios también se ponen en la piel de las familias de los enfermos e intentan darles información como una manera de ayudarles y consolarles. Y en la medidad de lo posible, les ayudan a comunicarse con los enfermos a través del móvil. “Aunque también es duro ver que hay enfermos que no recuerdan el pin o que se emocionan tanto al hablar con la familia que acaban pasándote el teléfono para que sigas tú porque ellos ya no puedan hablar. Hay vivencias que conservaremos para siempre”.

Además, Ana quiere dejar muy claro que, aunque es complicado, los pacientes están acompañados en todo momento, incluso cuando llega la hora de la muerte. “Siempre hay una mano que les da ánimo y consuelo, por desgracia a través de un guante. Pero a pesar de los guantes y las mascarillas transmitimos muchísimo y los pacientes nos manifiestan su gratitud”.

Es cierto que la relación con los pacientes de la UCI es complicada porque están intubados y, la mayoría, sedados. A pesar de todo, Ana les habla. “Rezo, les acompaño, intentamos en la medida de lo posible que no estén solos y llamamos al sacerdote cuando es preciso”, explica.
Ana tiene claro que cada enfermo deja huella en los sanitarios de una manera diferente. “Entre los pacientes también hay compañeros nuestros, médicos, enfermeras, auxiliares, que están muy enfermos o han fallecido. Esto va haciendo mella en todos”.

Pero no pierden la esperanza ni el ánimo, porque también hay muchos enfermos que se curan. Y cuando dejan la UCI y pasan a planta, cuando son conscientes de la situación, muestran su agradecimiento y tienen palabras de cariño y sonríen a través de la máscarilla. “Hubo un paciente al que cuando salió le aplaudimos y fue él el que empezó a aplaudirnos a nosotros. Fue muy emocionante”, recuerda.

Por otra parte, Ana reconoce que “esto es un trabajo de todos, cada uno en su sitio: médicos, enfermeras, pero también personal de limpieza, de cocina, de material… Hay que agradecer la labor a todos porque no siempre es fácil acompañar”.

Los agradecimientos los extienden también a quienes se quedan en casa y cumplen las medidas de seguridad. “A los padres que mantienen a sus hijos en casa, a mis vecinos por el cariño que me están demostrando, a gente del barrio que no conocía y que ahora me dan las gracias…”.

Ana tiene una petición especial: que las sirenas sigan sonando. “Animan a niños y a ancianos a seguir el tiempo que sea necesario con el confinamiento. Y también a nosotros porque cuando sales de trabajar es emocionante encontrarte con un aplauso. Te recarga las pilas para volver al día siguiente”, comenta.

Por último, Ana insiste en que la esperanza no se debe perder. “Saldremos pero todos unidos. Si nos saltamos el confinamiento, no podremos. Por eso, gracias, gracias a los que se quedan en casa”.