Antonio en la fachada de la parroquia San Lucas de Cheste, de la que es párroco. (FOTO: A.SÁIZ)
CARLOS ALBIACH | 11-10-2019
Antonio Sapiña, actual párroco de San Lucas de Cheste y natural de Cullera, cambió completamente su vida con 47 años. Dejó su empresa de cristalería y marchó al Seminario Redemptoris Mater de Goma en la República Democrática del Congo, donde se formaría para ser un sacerdote misionero.
¿Qué es lo que le llevó a Antonio a dar ese giro a su vida? La respuesta hay que encontrarla año atrás cuando en medio de una depresión profunda se acercó a la parroquia Sangre de Cristo de Cullera a escuchar las catequesis para adultos que ofrecía el Camino Neocatecumenal. “A los 36 años cuando tenía todo lo que el mundo me había dicho que tenía que tener: mi empresa, una posición social, un apartamento en la playa… todo empezó a dejar de tener sentido. ¿Tener dinero para qué?, ¿una novia para qué?”, cuenta el sacerdote. Desde ese momento Antonio, que como él mismo cuenta había tenido una vida intensa y vinculada al mundo de la noche, empezó a cambiar: “No fue de hoy para mañana sino que el Señor empezó a hacerlo poco a poco, sin yo darme cuenta, y sobre todo reconciliándome con mi historia”.
Unos años después Antonio veía que el Señor le llamaba a servir a la evangelización pero no sabía cómo. La escucha de una experiencia de un misionero en las favelas de Brasil le animó a hacer una experiencia de vacaciones solidarias. Sin embargo, al final no la hizo y acudió a la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, donde tuvo que estar ingresado al romperse un brazo. “Ahí empecé a ver que el Señor me llamaba”, relata. Tras un año de discernimiento acudió a una convivencia para ofrecerse para ir a algún seminario Redemptoris Mater del mundo para formarse como sacerdote. Por sorteo le tocó el de Goma. Unas semanas después ya estaba allí y con todos los papeles arreglados. “El Señor lo hizo todo muy fácil”, destaca.
Experiencia fuerte
Antonio cuando estuvo de seminarista en Goma.
Los años que Antonio ha estado en el Congo, le han marcado profundamente. Goma, la ciudad donde estaba el seminario, está situada en la frontera con Ruanda, por lo que se hacia mucha vida en este último país. Además, allí se encuentran muchas personas que han vivido en sus propias carnes el genocidio de 1994.
“Allí he vivido situaciones tensas, dos revoluciones, una guerra, durante la cual prácticamente se fueron todos los extranjeros y nos quedamos solo los religiosos”, detalla. Antonio, que cuenta que escuchó incluso alguna bomba. “Yo les enseñaba las fotos de Cullera y dice de aquí nos queremos ir todos allí y tú sin embargo dejas tu familia allí para venir aquí. O estás loco o Dios existe y veo que no estás loco. Eso les interpelaba mucho”, cuenta.
Una de las experiencias que ha marcado mucho a Antonio es ver la reconciliación entre las etnias tutsis y hutus, así como con los blancos. “Yo he podido compartir la fe en una comunidad con todos ellos y cuando me hablan de la reconciliación tras el genocidio puedo poner rostros concretos”, añade. De hecho, como cuenta, “la Iglesia ha hecho mucho para la reconciliación y sobre todo ha ofrecido una palabra para curar las heridas del alma tan profundas de esta población”. “He visto experiencias fuertes y están juntos. Ese es el gran milagro”, puntualiza.
Toda esa experiencia ha ayudado a Antonio “a ver que las grandes guerras las tenemos dentro y no fuera y que las heridas del alma que tenemos todos hay que compartirlas, me ayudó a madurar y a aterrizar a la realidad”.
Respecto a la fe de sus habitantes Antonio detalla que “les gusta que hablen de Dios y te acogen sin ningún problema”. “Ellos llaman antes al cura que al médico y ante tantos sufrimiento o Dios existe o ya nada tienen sentido”, añade.
Gran trabajo de la Iglesia
Antonio también explica que el trabajo de la Iglesia allí es “muy grande”, puesto que atiende hospitales, escuelas y hace una gran labor social. De hecho, en la parroquia donde estuvo de diácono había dos colegios de huérfanos y un centro de personas con discapacidad.
Tras nueve años en República Democrática del Congo, interrumpidos por dos años en República Dominicana para acabar los estudios de Teología, Antonio se ordenó sacerdote con 56 años. Sin embargo, y a pesar de querer ejercer como sacerdote allí, un problema de salud hizo que tuviera que quedarse en la diócesis de Valencia.
“África me ha ayudado más que yo le he ayudado, en todos los sentidos. No era mi opción el ser sacerdote pero el Señor la ha ido confirmando poco a poco. Ahora estoy contento de servir en Valencia porque el Señor habla a través de los acontecimientos de tu historia personal y sé que ahora mi misión está aquí en Cheste”, concluye.