M.J. FRAILE | 04-03-2016
El cardenal arzobispo Antonio Cañizares participó en la celebración del ‘Día de los padres’ el pasado domingo en el Seminario Mayor de Valencia ‘La Inmaculada’, junto a los formadores, los seminaristas y sus familias. J.PEIRÓ
Bajo el lema ‘Enviados a reconciliar’, recordamos la importancia de esta acción en nuestra vida, “como expresión concreta de la misericordia, y la dimensión sacramental que experimentamos en el sacramento del perdón”, recuerda el rector del Seminario Mayor ‘La Inmaculada’ de Moncada,  Fernando Ramón. Situaciones que en el Seminario “vivimos cada día, en distintas circunstancias que afectan a la relación entre todos los que formamos esta comunidad; y de una manera muy especial con la celebración del sacramento de la penitencia”. Los sacerdotes y los que se forman para serlo, los seminaristas “estamos llamados a ser vínculo de comunión en nuestras parroquias”, a poner todos los carismas “al servicio del enriquecimiento mutuo y del crecimiento en la fe”.
Año de la Misericordia
“Tenemos una ocasión preciosa para poner en el centro de nuestra Comunidad la misericordia de Dios”, esa misericordia vivida que “nos ha de llevar a la conversión y al testimonio”. Para ponerla en práctica, el Seminario Mayor la ha incluido en distintos ámbitos, como en los temas que ahondan en las predicaciones, a través de  la lectura del capítulo ‘Bienaventurados los misericordiosos’ de la obra ‘La misericordia’ de W. Kasper; y por último,, vivirlas de primera mano “junto a toda la Comunidad del Seminario” asignando en cada uno de los siete cursos de formación, una obra de misericordia corporal y una espiritual, y sea el eje de alguna acción concreta”.
Año jubilar del Sto. Cáliz Con motivo del Año eucarístico del Santo Cáliz, los seminaristas peregrinarán a la Catedral para ganar la indulgencia jubilar.
El Santo Cáliz está presente en la vida del seminario “ya desde antes de la convocación de este jubileo, porque cada jueves celebramos la Eucaristía con una réplica que se le concedió al Seminario”. Además, “hemos introducido en el repertorio musical tanto los gozos del Santo Cáliz, compuestos por José Climent, canónigo y prefecto de Música Sacra de la catedral de Valencia, como el himno del jubileo del Año de la Misericordia que cantamos en la celebración de los jueves y nos ayudan a tener presentes ambos acontecimientos en este año”.
Seminario Menor
En el seminario Menor de Xàtiva, este Año de la Misericordia se presenta como una oportunidad “para conocer más a Dios, conocernos mejor a nosotros, nuestras fragilidades y pobrezas, experimentar cómo Él las abraza desde la sencillez y ver que nos llama a realizar en otros esa Misericordia vivida”, explica el rector Pablo Valls. “Nuestra misión es poner a los seminaristas lo más cerca posible de Aquel que les ha llamado a seguirle, y en este Año de la Misericordia facilita el encuentro de los seminaristas con Cristo”.
Para ponerla en práctica, desde el Menor han confeccionado un ‘Cuaderno de Oración’ que abarca todo el Año de la Misericordia, y con el que cada mes trabajan una obra de misericordia.
Las semanas están dedicadas a “tomar conciencia de los dones que hemos recibido por pura gracia, posibilitando la alabanza y acción de gracias; a abrir los ojos y “reconocer el sufrimiento de los demás” y a llevar a cabo acciones concretas que hagan realidad la obra de misericordia de ese mes.
La Misericordia también está presente en las convivencias organizadas para monaguillos y para adolescentes dentro del Grupo Samuel. “Tomamos personajes de los Evangelios cuyo encuentro con Jesús ha estado marcado por su misericordia lo que ayuda a los seminaristas a identificarse con ellos y ver que Cristo también puede sanar sus heridas”.
[su_box title=»Testimonios de los seminaristas» style=»soft» box_color=»#051fee» title_color=»#ffffff»]Jorge López: «Ante el Santísimo me reconcilié conmigo mismo»
Soy Jorge López Prieto seminarista de cuarto curso de la Inmaculada (Moncada), tengo 27 años. Mi vida siempre ha sido dentro de una familia cristiana, pero la fe uno debe ir haciéndola propia no vale la de tus padres. Soy el 5º de 7 hermanos y no recuerdo mi infancia como feliz. Me costó siempre encontrar mi lugar en casa y también mi lugar en el colegio, lo cual me hizo destacar por mal estudiante con tal de que alguien me quisiera, así llamaba la atención. Esto me hizo crear una burbuja en la que yo era mi dios y todo el que viniese a mi vida no me haría más daño. Este mundo «burbuja» me hizo forjar una ideas muy fanáticas, me hizo dejar de estudiar a los 16 años y ponerme a trabajar, ganar dinero, elegir a mis amigos, mis motos, mis coches, mi fiesta y buscar la felicidad donde continuamente nos están diciendo que está. Mi relación con Dios pasó a ser meramente mer-cantilista, tú me das y yo te doy y utilitarista, como un refresco, el cual me servía para descansar la conciencia a través de la confesión o de algunas palabras de algún sacerdote en la predicación o en la dirección espiritual. Esto me hacía vivir una división hipócrita en mi interior. Esta división total también se produjo en mi relación con las chicas.
Dios conociéndome se cruzó rápido en mi camino. Fue un día delante del Santísimo expuesto (cuerpo de Cristo que comulgamos en misa, y que a veces se expone encima del altar para rezar directamente con Él) en Sant Mateu. En ese momento me puse a llorar como un niño, supe profun-damente que Dios me amaba, no me sentí juzgado por todo lo que había hecho durante mi vida, que había sido utilizar a Dios.
Otros tres meses después Dios me llamaba al sacerdocio. Y yo descubriéndome feliz en su voluntad aceptaba, pues en la mía no había sido nunca. Ser feliz no es no sufrir, sino, es saber sufrir, descubrir paz interior en lo que haces en cada momento de tú vida y saberse profundamente amado, causa que te lleva a amar.
Desde aquí llegó mi reconciliación con toda mi historia, llegó mi reconciliación con mi infancia, con mi familia y conmigo mismo, pues la reconciliación con Dios, provoca que la vida se ordene y sobretodo que la vida tenga sentido, que valga la pena vivir, desde Cristo, por Cristo, con Cristo y en Cristo. Hoy descubro que Dios me amó primero y que debo obedecer su voluntad pues es lo único que es capaz de hacer feliz al hombre. Y cuando ganas en sensibilidad con Jesucristo descubres que ser bueno no es posible en el hombre por sí mismo, sino que necesitas ayuda del único Bueno. Él siempre está en el débil esperándonos.
Julio Baños: «Para cuidar de los demás es necesario cambiar primero uno mismo»

Me llamo Julio, tengo 20 años y estoy en segundo de filosofía, en el Seminario Mayor de la Inmaculada. Mi vocación empezó de pequeño, sobre los 8 años. Estuve durante cuatro años de monaguillo en la parroquia de San Pablo, en Ibiza, lugar en el que nací. Durante ese tiempo hice mucha amistad con el párroco que se encontraba allí, Mauricio, él fue el que hizo que cada vez me gustara más ir a misa, a ayudar. Después de un tiempo, me di cuenta de que lo que hacía el sacerdote en la misa me llamaba mucho la atención, me gustaba, incluso me daban ganas de hacer lo mismo. Y partiendo de esas ganas fue como decidí, sin duda alguna, que quería ser sacerdote. Con esa decisión estuve durante esos cuatro años, tiempo durante el cual mi familia no puso ningún tipo de objeción. Cuando acabé Primaria, fui al Seminario Menor de Xátiva, lugar que ha sido mi casa durante 7 años. Una experiencia increíble, transformadora y, como no, de salvación. El último año que estuve allí, tuve el regalo de ser decano, cargo con el cual me di cuenta de lo importante que es cuidar de los más pequeños, y para ello es necesario cambiar uno mismo. Durante ese tiempo he visto de una manera clara la presencia de Dios en mi vida y en la de mi familia, sin apartar su mano ni un solo momento y dándome cuenta de la gran paciencia que tiene conmigo.
Ahora me encuentro en el segundo año del Seminario Mayor y veo como Dios actúa en mi vida, veo como es ÉL quien cuida mucho más mi vocación que yo mismo por medio de muchísimos instrumentos como los hermanos de mi curso, los formadores y los amigos. Lo que puedo destacar es que me siento muy feliz y afortunado de haber recibido, sin merecerlo, este regalazo de la vocación. Está claro que con mi edad hay muchas otras cosas que me pueden llamar mucho mi atención, como estudiar otra carrera o tener novia, pero siempre que me vienen estas dudas me doy cuenta de que si no dejo que Dios guie mi vida, yo no voy a ninguna parte. La última cosa a destacar es que este regalo no es solo para mí, sino para la gente que de aquí a algún tiempo me voy a encontrar, lo importante es que esa gente se encuentre con Dios.
Domingo Pacheco: «La mejor decisión de mi vida ha sido fiarme de Dios»
Mi vocación podría decir que nace en el seno de mi familia, donde recibí mi fe. Es ahí donde comienzo se me habla de Dios por primera vez, donde se me enseña a hablar con él y donde se me acerca a la Iglesia para que siga conociéndole, primero a través de la catequesis de Primera Comunión y después en el Junior. El Junior ha sido una constante en mi vida anterior a entrar al Seminario, y ha sido uno de los medios de los que se ha servido Dios para acercarme a él, primero siendo niño y después pasando a formar parte del equipo de educadores. Sin embargo, hubo un momento en que empecé a distanciarme de Dios. Con mi temprana adolescencia continué ligado a la parroquia, pero mi corazón muchas veces ya no estaba ahí, si no que estaba en otras cosas. Buscaba divertirme y lo conseguía, pero muchas veces esa diversión se convertía en un absoluto en mi vida. No era tanto que me alejara de la Iglesia, porque seguía estando presente en ella, pero buscaba la felicidad en otros sitios. La vida de la parroquia era como un complemento en mi vida, pero no pensaba que la felicidad la pudiera encontrar ahí. Hubo momentos buenos, pero también hubo momentos malos y de angustia. Sin embargo, hubo una experiencia que me marcó cuando fui al Encuentro Europeo de Taizé en Ginebra. Ahí pude descubrir que la fe en Dios era algo que marcaba profundamente la vida de muchas personas, y fue como una llamada a no alejarme de esa Iglesia de la que muchas veces me veía tentado de alejarme.
Continué con esta vida ligado a la parroquia y con mi vida fuera de ella, pero poco a poco fui involucrándome más en la vida de la Iglesia, ya no solo a través del Junior y del movimiento Iuvenes, si no ampliando el campo y viendo y conociendo otras realidades en la Iglesia, viendo que esta era más grande de lo que yo había pensado. Y fue al volver de mi segundo viaje a Taizé cuando empecé a preguntarme si Dios verdaderamente no me estaría llamando al sacerdocio. Esa pregunta ya la viví antes, pero la desestimé enseguida porque yo tenía claro que tenía que formar una familia y vivir una vida “normal”. Sin embargo, en ese tiempo algo había cambiado: había podido experimentar a Dios y ver que cuando estaba cerca de él o le dedicaba mi tiempo y parte de mi vida a él, era feliz. Y esto también lo había podido ver en los demás: cuando los demás se acercaban a Dios me veía como un testigo privilegiado. Así, empezó a surgir en mí la pregunta por el sacerdocio, aunque siempre contestaba de manera negativa. Pero ante la insistencia de la pregunta, decidí preguntarle a mi párroco, y entre él y mi vicario episcopal me acompañaron al Centro de Orientación Vocacional, donde durante un año estuve discerniendo la voluntad de Dios sobre mí más allá de lo que yo le quisiera imponer a esa voluntad. Fue un tiempo intenso porque me permitió ponerme delante de Dios y ver cómo era y cómo había sido mi vida, pero al final vi que quizás Dios me llamaba a ser sacerdote, y lo único que sabía era que si era esa la voluntad de Dios, valía la pena fiarse. Siempre lo decía de la misma manera antes de entrar al seminario: “es como una espinita que tengo que quitarme… no sé si será eso, pero si lo es, sé que valdrá la pena todo el tiempo que pase allí”.
Entré al seminario y las reacciones fueron de lo más variadas. Mis padres y mi familia, aunque se sorprendieron mucho, se alegraron porque veían que mi vida tomaba un rumbo y ese rumbo era bueno. Mis amigos se sorprendieron todavía más, y hubieron reacciones de lo más diversas: desde enfados hasta efusivas felicitaciones, habiendo muchas sorpresas en las reacciones de mis amigos cuando se lo dije por primera vez. Yo estaba convencido de que era una buena decisión por el discernimiento que había tenido en el COV, y eso era más que suficiente para entrar y ver si eso era lo que Dios quería de mí. Y bueno, no voy a contar pormenorizadamente lo que han sido mis años de seminario, pero sí que puedo decir que a día de hoy, estando en 6º curso, he podido vivir momentos de lo más variados: momentos de un gozo enorme por ver que Dios me confirma en esa vocación y momentos muy duros por la incomprensión en lo que sucede en mi vida, pero si algo puedo sacar de estos 6 años es que gracias a Dios y al Seminario he podido madurar en mi fe y personalmente, y he podido ver que de Dios vale la pena fiarse, porque Él no defrauda y el camino que me ha ido presentando ha sido un camino que busca que tenga una vida feliz y plena, más allá de la alegría o la tristeza. A día de hoy puedo decir que la mejor decisión de mi vida ha sido fiarme de Dios y ver qué es lo que quiere de mí. [/su_box]