El domingo, día 26, por iniciativa del Santo Padre, Papa Francisco, será un domingo dedicado a la Palabra de Dios, a poner de relieve cuanto es y significa la Palabra de Dios para la vida de la Iglesia y del mundo, a reconocer que la Palabra de Dios está en el centro de la vida de la Iglesia y constituye su núcleo sin el cual no se comprende ni la fe ni la vida cristiana ni nada que la exprese. Es el gran tesoro que Dios nos ha concedido. La Palabra de Dios es central para la vida eclesial. No en balde la Iglesia surge de la Palabra de Dios, es engendrada por ella, no hay fe sin la Palabra de Dios, no hay vida cristiana sin la palabra que sale de la boca de Dios. Aún más, en el centro de todo, fundamento de todo, es la palabra eterna de Dios que se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, Jesucristo, Evangelio vivo de Dios. Él es, en efecto, la única palabra que tiene Dios, en la que nos lo ha dicho todo, todo junto, de una vez. En Él se nos ha revelado y comunicado los secretos de Dios, la intimidad de Dios, e, inseparablemente, la verdad del hombre y la grandeza de nuestra vocación. Jesucristo es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. No habrá otra palabra más que ésta. Con toda su presencia, con palabras y obras, signos y milagros, con su muerte y resurrección y con el envío del Espíritu de la verdad, completa toda la Revelación y corrobora con testimonio divino que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. Dios que para llevar a cabo su designio de salvación en favor de los hombres, en otros tiempos habló fragmentariamente por medio de los profetas, en los últimos y definitivos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo. Nunca pasará ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo, es esta revelación que está contenida y expresada en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia.

De la importancia y lugar de la Palabra de Dios nos hace caer en la cuenta el Concilio Vaticano II, que dedicó una Constitución Dogmática clave y quicio a la Palabra de Dios y más cercanamente, uno de los Sínodos de los Obispos más relevantes que se han celebrado después ha estado dedicado a reflexionar y profundizar cuanto es la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia.

Hay que familiarizarse con la Palabra de Dios, cuyo centro y culmen tenemos en Jesucristo, los Evangelios, a cuya lectura, meditación y acogida todos los días deberíamos dedicar unos minutos, sin faltar un solo día. Este ejercicio sencillo y diario, al alcance de todos, ayudará a asimilar y a profundizar en el valor infinito de la Palabra de Dios que se nos da a nosotros en la Sagrada Escritura, como testimonio inspirado de la revelación, que con la Tradición viva de la Iglesia constituye la regla de fe. Esta misma palabra es la que es celebrada en la Sagrada Liturgia y se nos da en la Eucaristía como Pan de vida.

La lectura, contemplación, escucha y meditación de la Sagrada Escritura, del “Evangelio de cada día”, viene en nuestra ayuda, alienta nuestra esperanza y aviva la conciencia de la expresión manifiesta de la necesidad que tenemos en conocer y profundizar el misterio de la Palabra de Dios, del Evangelio de Jesucristo y que es Él mismo, contenida y transmitida en las Sagradas Escrituras, de manera particular en los cuatro Evangelios, con las diversas implicaciones existenciales y pastorales que se derivan de ahí. La lectura atenta y diaria del Evangelio de cada día comporta una riquísima experiencia de Iglesia, en torno al Evangelio, fundada en él, y que vive de él.

Y también avivará y acrecentará el deseo de que todos los fieles crezcan en la conciencia del misterio de Cristo, única Palabra de Dios, único Salvador y mediador entre Dios y los hombres, y que la Iglesia renovada por la escucha religiosa de la Palabra de Dios, del Evangelio único cuadriforme, pueda emprender una nueva etapa misionera, anunciando la Buena Noticia que Dios comunica por su Palabra a todos los hombres.

Es preciso que el “Evangelio de cada día”, unido también a la participación en la Eucaristía y a la adoración eucarística, se difunda ampliamente en nuestra diócesis, especialmente en nuestras familias. Que todos los días no falte el encuentro familiar para leer juntos, meditar y comentar este libro, y orar la familia unida sobre el texto del Evangelio que aquel día corresponda. Es una sencilla y bellísima experiencia que consolidará más y más a las familias, será luz puesta en las casas que ilumine la vida de cada uno de los que componen la familia, les ayudará a vivir más y mejor la verdad de la familia, a vivir muy unidos entre sí y a fortalecer los lazos familiares, les auxiliará y fortalecerá en las pruebas, gozos, alegrías y tristezas, los vinculará más honda y realmente con Dios y con la Iglesia. Lo que decimos de las familias, podemos decirlo de cada fiel en particular: los consolidará en la fe, será lámpara que guíe sus pasos, los fortalecerá, les dará vida, alegría y esperanza, razones para vivir y para amar. No olvidemos jamás lo que Jesús dice al tentador ante la primera tentación: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

El deber primario y fundamental de la Iglesia es nutrirse de la Palabra de Dios. Para ello es necesario que la Iglesia conozca y viva lo que anuncia para lograr que su predicación sea creíble, a pesar de las debilidades y la pobreza de los hombres que la conformamos. La Iglesia se ve urgida a anunciar la Palabra de Dios, el Evangelio vivo de Dios, le apremia una nueva evangelización. El Sínodo mencionado reflexionó sobre el modo de hacer que cada vez sea más eficaz el anuncio del Evangelio, de la Palabra de Dios en nuestro tiempo y lograr que su luz ilumine todos los ámbitos de la humanidad, y para esto nos ofrece claras y precisas indicaciones la Exhortación apostólica postsinodal del Papa Benedicto sobre la Palabra de Dios, y la Exhortación Apostólica del Papa Francisco, al comienzo de su pontificado “Alegraos y gozad”, además de la Carta que nos ha dirigido para introducir este domingo próximo dedicado a recordarnos el lugar de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia.

Cuantos participamos en el Sínodo mencionado vivimos y fuimos confirmados en la certeza de una convicción que recogía el papa Benedicto XVI en la homilía de clausura: “Llevamos con nosotros la conciencia que la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, es sobre todo nutrirse de la Palabra de Dios, para hacer más eficaz el compromiso de la nueva evangelización. Es necesario que esta experiencia llegue a cada comunidad; es necesario que se comprenda la necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada porque sólo así se hace creíble el anuncio del Evangelio, no obstante las fragilidades que marcan a las personas. Ésto exige en primer lugar un conocimiento más íntimo de Cristo y una escucha cada vez más dócil de su Palabra”.

«Es necesario que los fieles tengan acceso a la Sagrada Escritura para que éstos, encontrando así la verdad, puedan crecer en el amor». «Es necesaria una pastoral robusta y creíble del conocimiento de la Sagrada Escritura para anunciar, celebrar y vivir la Palabra en la comunidad cristiana, dialogando con las culturas de nuestro tiempo, poniéndose al servicio de la verdad y no de ideologías, e incrementando el diálogo que Dios quiere tener con todos los hombres». «El lugar privilegiado dónde resuena la Palabra de Dios, que edifica la Iglesia, es sin lugar a dudas la Liturgia. En ésta se ve que la Biblia es el libro de un pueblo y para un pueblo: una herencia, un testamento entregado a los lectores para que actualicen en su vida la historia de la salvación testimoniada en cuanto está escrito. El pueblo no subsiste sin el Libro de la Palabra de Dios, porque en éste encuentra su razón de ser, su vocación, su identidad».

En nuestra diócesis habremos de propiciar iniciativas para promover un conocimiento mayor y una escucha más atenta de la Palabra de Dios; formar grupos de lectura orante y reflexión de la Palabra de Dios, impulsar la «Lectio divina» en la diócesis y en las parroquias; formar grupos de animadores bíblicos a nivel diocesano y parroquial; crear un Centro diocesano de difusión bíblica y de formación de agentes diocesanos para este fin; ofrecer materiales idóneos; difusión de la publicación del «Evangelio de cada día», que la mayoría de vosotros ya conocéis y fomentar esta lectura en las familias; cuidar la Homilía dominical basada en las lecturas del día, en la Sagrada Escritura. Todo lo que hagamos en este sentido por el conocimiento, difusión y asimilación de la Palabra de Dios será de gran fecundidad para la comunidad cristiana, que la consolidará en la fe, será lámpara que guíe sus pasos, la fortalecerá, le dará vida, alegría y esperanza, razones para vivir y para amar.