Queridos hermanos y hermanas de la diócesis de Valencia, hemos seguido con verdadero y apasionado interés, asombro, estupor, compasión, dolor y aún vergüenza, durante largos y angustiosos días, la travesía de 629 personas por el Mediterráneo, mar que está siendo boca y tumba anónima, insaciable y devoradora que se traga o se ha tragado ya a tantísimas víctimas de la injusticia, de los egoísmos de poderosos, de la crueldad inhumana, de intereses bastardos inconfesables, de mafias y de la cerrazón en sí mismas de las naciones sin llegar a escuchar como se debiera, a países más pobres de donde nos vienen esas víctimas.
Durante varios días, -terribles días-, en el barco “Aquarius”, 629 hermanos nuestros, -porque son ante todo, hermanos- gran parte de ellos niños sin sus padres, mujeres, algunas de ellas embarazadas, han sufrido, están sufriendo lo indecible en medio de su travesía por las aguas de nuestro mar Mediterráneo, sin que los hubiera acogido puerto alguno. Ahora, gracias a Dios y Dios mediante, llegaron al puerto de Valencia, acogidos como debe ser por España. Proceden de Africa, de países y regiones subsaharianas muy pobres y castigadas: son inmigrantes y refugiados, carentes de todo en sus países de origen, en los que padecen y sufren de tales maneras que se sienten forzados y se exponen a esa espantosa travesía por el mar y a un sinfín más de calamidades, e incluso al rechazo de países a los que se dirigen en busca de una situación, al menos, un poco mejor.
A esta situación y otras similares que todos conocemos y tenemos en mente desgraciadamente, nos vamos acostumbrando de manera cada vez más insensible. Lo del “Aquarius”, ha sido como un golpetazo que ha sacudido nuestras conciencias, quizá un tanto adormiladas, y nos ha puesto en pie para atender a los que llaman a la puerta del corazón y a la conciencia colectiva de pueblos y naciones. Y llaman a las gentes de buena voluntad, y llaman sobre todo a la conciencia humanitaria y cristiana.
Por eso, desde el primerísimo momento en el que tuvimos noticia de que esos 629 hermanos nuestros iban a ser acogidos en España, dando muestras nuestras autoridades y un ejemplo de mirar con altas miras y de sentido de justicia, solidaridad, de responsabilidad y deber, y que, en concreto, se dirigían además al puerto de Valencia, desde donde, después, se organizará la acogida que se les debe y la distribución por diferentes partes de España, desde el primerísimo momento, como digo, la diócesis de Valencia se puso en pie de marcha y servicio, y se ofreció de inmediato, se abrió sin retrasarse ni un ápice a socorrer esta necesidad perentoria, puso a disposición cuanto fuera necesario y la Iglesia diocesana tuviese para acoger, ayudar, auxiliar, y atender a los que llegan. La comunidad diocesana ha puesto cuanto esté en sus manos a disposición de los 629 hermanos que llegan y llaman a sus puertas, sin escatimar nada, sin mirar al tendido ni a nadie que le aplaudiese, guiada únicamente de su fe y de su conciencia cristiana, de su caridad que en estas 629 personas que llegan, necesitadas de todo, ve al mismo Señor, ve a nuestros verdaderos hermanos con los que el Señor se identifica, ve sencillamente a hombres, mujeres y niños que claman y tienen necesidad y hay que acoger, auxiliar, atender, amar, dar de comer y beber, ofrecer casa y techo, cobijo de hogar, y medios de salud y de vida, de educación, de amor misericordioso por encima de todo.
La diócesis de Valencia, como enseña el Papa Francisco, está dispuesta y pronta para “acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”. Y así lo hemos hecho saber a nuestras autoridades autonómicas, locales y de la Nación España, así como a la opinión pública. Todo lo que haga falta y esté en nuestras manos, sin cálculos. La Delegación Diocesana de Migración, Cáritas diocesana, continuando ambas con su obra diaria con los inmigrantes y refugiados que ya viene haciendo, la Universidad Católica con sus propios medios -médicos, enfermeros/as, profesores, lingüistas- las Órdenes y Congregaciones religiosas, con sus carismas propios, comunidades, el Seminario, las parroquias, familias, sacerdotes, laicos, voluntarios, asociaciones… todos se han ofrecido y están dispuestos a colaborar en dar respuesta cristiana de amor, de caridad, de justicia, a esta situación de emergencia y a ayudar en el tiempo que se precise, en lo sucesivo, y esté en sus manos. Los próximos días se concretará esta voluntad general de la diócesis con medidas precisas.
Os confieso que estoy conmovido por el apoyo que he encontrado en toda la diócesis, incluidos pueblos lejanos, a mi primera llamada de socorro y de emergencia. Por eso os digo a todos: ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, UN MILLÓN DE GRACIAS! ¡Hemos de mantenernos en esa caridad, ese es el ejemplo que el mundo necesita para creer, ese es el ejemplo que se nos pide: el de la caridad, el de estar con el pobre, a su lado, no de palabra sino con hechos y obras de caridad. La obra y tarea es inmensa, nos sobrepasa, pero contamos con el auxilio del Señor que es quien llevará a cabo su obra de amor y justicia, a nosotros nos corresponde dejarnos ayudar por Él y no obstaculizar su obra en favor de estos pobres cuyo clamor y angustia llega hasta Él, hasta el cielo-.
Por todo esto, es por lo que el Papa Francisco, en la audiencia que he tenido con él en Roma, me ha dicho que os comunique a todos estas palabras suyas: “Estoy contento con la diócesis de Valencia, cómo os comportáis. Os felicito y agradezco a la diócesis de Valencia la prontitud y generosidad con que habéis reaccionado, el ejemplo que estáis dando de caridad con estas pobres gentes; me habéis conmovido, como me conmovisteis en el ofrecimiento para atender Vicariatos Apostólicos de la Amazonía del Perú; ése es el camino; no lo abandonéis nunca: el de la caridad; manteneos firmes en la caridad, en el buen ejemplo y en la luz y buen sabor de la caridad y de las obras de caridad. El Papa está con vosotros, con la Diócesis de Valencia. ¡Ánimo y adelante! Ayudad a vuestras autoridades, colaborad con ellas, que ellas también están dando un ejemplo de solidaridad y razón justa que aplaudo y admiro”. Yo también, personalmente, aplaudo, y agradezco, en este punto, a nuestras autoridades.
Sin duda que estas palabras del Papa son lo más importante de esta carta que os dirijo: su mensaje de ánimo y de aliento, que yo he agradecido de todo corazón y os transmito fielmente. Os ruego, como siempre nos pide, que recéis a Dios por él, orad mucho por él, por el Papa Francisco, de quien tanto estamos aprendiendo y recibiendo el Evangelio de la caridad, de la esperanza y de la alegría. El Papa nos confirma en la fe, alienta nuestra caridad y fortalece nuestra esperanza
Con mi bendición, agradecimiento y mi ánimo a todos