El Cementerio General de Valencia alberga una rica historia y un extenso patrimonio artístico. Fundado en 1805, con diferentes estilos, podemos encontrar en él numerosas obras que rinden homenaje a personas ilustres, expresan el arte funerario de diferentes épocas y reflejan la rica tradición escultórica de Valencia proporcionando una visión única.

FOTO: A.SAIZ

BELÉN NAVA| 26.10.23

Antes del siglo XIX, los difuntos eran enterrados en cementerios parroquiales vinculados a iglesias locales. Estos cementerios eran pequeños, limitados en capacidad y lo que es más, se encontraban dentro de la ciudad. A medida que la población crecía, los cementerios parroquiales se volvían insuficientes constituían un serio problema desde el punto de vista sanitario: era poco higiénico e insalubre. Es en 1787, concretamente el 3 de abril mediante una Real Orden expedida por el rey Carlos III, cuando se decretó que los difuntos fueran enterrados en lugares alejados de la ciudad.

Aún habrán de pasar algunos años hasta que en nuestra ciudad esa Real Orden sea ejecutada. Una vez encontrado los terrenos adecuados, alejados de la ciudad, comienza su construcción entre los años 1805 y 1807 con el arquitecto municipal Cristóbal Sales, en colaboración con el también arquitecto Manuel Blasco, al frente de la obra. En un primer momento se componía de una planta cuadrangular en cuyo testero se situaba la capilla.

Conforme los sistemas de enterramientos van evolucionando, así lo hace el propio cementerio. De las fosas comunes se pasa a los nichos y a mediados del siglo XIX comienzan a construirse los primeros panteones encargados por parte de la burguesía y nobleza local. Pronto se haría notorio, también en el cementerio, la ostentación de algunas de las familias más adineradas de la ciudad. Grandes arquitectos y escultores de la época eran contratados para realizar los monumentos funerarios, convirtiendo al Cementerio General de Valencia en referente cultural-artístico.

Clasicismo, eclecticismo, historicismo, modernismo o movimientos racionalistas se conjugan en las obras de interés que se sitúan en las primeras secciones, las más antiguas. Coinciden con el área del primitivo camposanto tantas veces ampliado.
Destacan las obras de los escultores Mariano Benlliure, Ricardo Boix, Luis Bolinches, Capuz, Castelló Mollar, Gabino, Francisco Paredes, Vicente Navarro, Silvestre de Edeta, Ramón de Soto, entre otros. También los arquitectos fueron protagonistas, comenzando con los creadores del cementerio: Cristóbal Sales y Manuel Blasco, seguidos de otros como Francisco Almenar, Joaquín Mª Arnau, Joaquín Belda, Manuel Peris, Gerardo Roig, Vicente Sancho, Enrique Samper… con especial atención a José Manuel Cortina y Antonio Martorell, autores de espléndidos panteones.

Su importante patrimonio artístico lo ha convertido, además, en un referente museístico de la mano del Museo del Silencio, donde se ofrecen al visitante cuatro rutas para recorrer el cementerio, y poder conocer su riqueza patrimonial, histórica y cultural de la mano de Rafael Solaz Albert, investigador, bibliófilo y documentalista que afirma que “ni los más ostentosos panteones -ricamente decorados con intrincados relieves, junto a las sencillas lápidas de inscripciones anónimas borradas por la erosión del olvido- trazan un desacuerdo ante el fin de la vida. Esta diferenciación está concebida por los que quedan… El oro se convierte en ceniza, los hombres desconocidos se remarcan y la guadaña, convertida en símbolo, recuerda la esencial igualdad”.

El monumento funerario exento más antiguo es el erigido por el arquitecto Sebastián Monleón y el escultor Antonio Marzo en 1846, para el joven Juan Bautista Romero Conchés. El panteón con elementos neoclásicos está formado por: el basamento rectangular de jaspe negro y encarnado cercado por una reja de hierro; el ara o altar neogriego decorado con frontones curvos con el retrato del joven en medallón y alegorías funerarias: reloj de arena con guadaña, antorcha humeante -símbolo de la brevedad de la vida-, corona de siemprevivas – símbolo de la vida eterna, de la resurrección y de la felicidad-, y el símbolo de la inmortalidad, un círculo formado por serpiente enroscada y cinco estrellas. Lo corona un elegante obelisco de mármol rosado. Sobre el zócalo un sarcófago clásico de mármol de Carrara con dos figuras apoyadas a los lados: la Juventud representada por un joven y la Esperanza velada y con la antorcha invertida. El ara está perforada por un hueco de perfil ojival que aloja una lámpara votiva como símbolo de la vida y la resurrección.

Ángel alado
Podemos encontrarlo en el panteón familiar Pau-Simó, tiene una estética conservadora donde el grupo escultórico sigue unos cánones estilísticos ligados al estilo clásico, en una vertiente naturalista de línea pura y claridad compositiva. En el panteón predominan las superficies totalmente pulidas, monocromas y simples que encarnan la belleza ideal. Se trata de una composición piramidal berniniana, con el sepulcro alzado sobre un basamento escalonado y donde la figura del ángel alado
protege y guía la salvación eterna.

La figura escultórica del ángel alado y los ornamentos fueron labrados con mármol de Carrara mientras que el sarcófago situado en lo alto de los escalones de acceso y el pretil fueron elaborados con mármol de Macael. La obra está atribuida al arquitecto Gerardo Roig i Gimeno.

Ángel Guardián
Realizado por encargo de la familia Moroder, el conjunto arquitectónico es obra de Antonio Martorell. Destaca la bella figura del ángel femenino, obra de Mariano Benlliure que actúa como guardián de la cripta que, tallada en mármol de Carrara, mantiene abierta la rotunda puerta en bronce que da acceso a la cámara interior. Estaba rodeado por una verja con elementos decorativos en bronce de inspiración clásica compuestos por cabezas de bucráneos que sostienen un kylix griego y lechuzas que sostienen una corona que fueron sustraídos.

Con flores de adormidera en los extremos del frente y sobre el acceso dos plañideras soportan un cáliz. Bajo este se puede