Queridos hermanos y hermanas en el Señor: En la fiesta de Jesucristo sumo y eterno sacerdote informé a toda la Diócesis, estando reunidos gran parte de los sacerdotes en el Seminario, de mi propósito y decisión de convocar un nuevo Sínodo, dentro de la tradición sinodal de nuestra Iglesia diocesana, para fortalecer la renovación que se viene realizando en la Iglesia y diócesis de Valencia, sobre todo, a partir del Concilio Vaticano II y de su aplicación a nuestra realidad local en el Sínodo diocesano de 1980-87. Desde aquel último Sínodo diocesano han pasado y están pasando muchas cosas, en la Iglesia y en el mundo, en España, en Europa, y en nuestra Iglesia valentina, y se ha ampliado la visión e interpretación auténtica del Vaticano II en y por el Magisterio de los Papas San Pablo VI, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco; todo ésto debemos tenerlo en cuenta en nuestra acción eclesial y pastoral.
Aunque nuestra España y nuestra Valencia no han dejado de ser católicas, como alguien dijo, ni mucho menos, sí que han aparecido hechos y fenómenos que nos llaman a reflexionar como el fenómeno generalizado de la secularización, incluso interna de la Iglesia, y del laicismo que se ha hecho cultura, el olvido de Dios como forma de vida, la apostasía silenciosa, el relativismo, nuevas ideologías que tienen sus antecedentes y raíces en tiempos no lejanos, etc. En fin, que las cosas han cambiado y nos hallamos ante un cambio de época que trae sus nuevos desafíos y retos a los que hemos de responder desde la Iglesia, renovando y fortaleciendo su fe y su fuerza interior para anunciar y testificar el Evangelio. Sin olvidar, ni las pobrezas o nuevas pobrezas y heridas de nuestro mundo, a las que atender y curar, ni las características y necesidades de la juventud y de la mujer de nuestro tiempo, y las urgencias que el ámbito público y político nos demandan.
Todo este conjunto de cosas, que nos afectan tan grandemente, (reconozcamos, por ejemplo, la caída de la práctica religiosa, el aumento de la indiferencia, el alejamiento de los jóvenes de la Iglesia, la quiebra moral, la extensión de uniones de hecho, la falta de presencia de católicos en la vida pública, etc, pero sobre todo, lo más preocupante es la caída de la fe de muchos cristianos, el desmoronamiento del cristianismo y la apostasía silenciosa, como la llamaba San Juan Pablo II –fenómenos todos ellos muy preocupantes-) todo esto es lo que me hizo tomar la decisión de un nuevo Sínodo para nuestra diócesis, para despertarnos de nuestro letargo. Es verdad que nuestra diócesis, gracias a Dios y en fidelidad a lo que es, estos años ha estado atenta a todo esto, como llamada del Espíritu, atenta a lo que nos dice, y ha llevado a cabo comunitariamente una reflexión para una renovación de la Iglesia diocesana y para asumir el gran reto de la evangelización. La reflexión comunitaria en los itinerarios para la renovación o para la evangelización, el congreso de parroquia, la iniciativa del “reencuentro” sacerdotal, y otras iniciativas, caminaban en este sentido y con estos fines y desembocaron en una Asamblea Diocesana que aprobó un “Proyecto diocesano de evangelización” en el que estamos.
Pero todo esto requiere de la Iglesia diocesana que reemprenda un camino juntos, para hacerlo a la luz de este conjunto, en sinodalidad, en expresión muy usada por el Papa Francisco para llevarlo a cabo, un camino de nueva evangelización y renovación en esos momentos. Ya digo de antemano que nos ayudará mucho en este camino de sinodalidad que vamos a emprender, la Carta que el Papa Francisco ha escrito estos días al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania: de alguna manera será faro y luz, horizonte, para nuestros trabajos.
En este caminar juntos se va a trabajar, dirigidos y coordinados por una Comisión Central en diversas Comisiones que estudien durante meses las cuestiones más candentes y principales a las que tenemos que responder con el Sínodo, las cuales pasarán sus trabajos a la Comisión Coordinadora o central para elaborar el folleto o instrumento de trabajo del Sínodo en su fase final y llegar a las conclusiones
En el Sínodo, en definitiva se trata de la gran cuestión de la evangelización, hoy, en Valencia: Dios, sólo Dios, horizonte único de la Iglesia, y la Iglesia, nacida de Dios para anunciar y traer a Dios, para que la luz de Dios disipe la oscuridad de nuestro mundo que no deja espacio a Dios. Fortalecer esta fe es la gran cuestión, que el mundo crea y se abra a Dios y se afirmará una Iglesia, sacramento de Cristo, de unidad y de salvación, madre, que acoge, ama y alienta a todos y donde todos caben, especialmente los pobres, los débiles, los enfermos, los ancianos, los pecadores, los jóvenes, las familias, …
Estas son las cuestiones a tratar, urgentes y apasionantes. No son cuestiones estructurales y de formas para “aggiornar” o “poner al día”, para “modernizar y adecuarse a los tiempos”, sino para ir a lo sustancial, la fe, la esperanza y la caridad de nuestro pueblo. De lo que se trata es de ir a lo que es más importante de todos: Dios y sólo Dios, y el hombre, amado y salvado por Dios. Buscar el horizonte en el que debemos situarnos: el de Dios y el del hombre, unidos inseparablemente, sin confusión, pero inseparable, en la Iglesia, sacramento de Cristo, Dios y hombre verdadero. Lo que está en juego es el creer o no creer en Jesucristo, en la obra de la gracia o en nuestras propias fuerzas y capacidades humanas, en la vida eterna o en el mundo de aquí en la tierra obra de nuestras manos, en ser Iglesia o una empresa de servicio o en una ONG. Y para esto se convoca el Sínodo. Me he llevado una gran alegría al leer la carta del Papa Francisco a la Iglesia que peregrina y está en Alemania, ante un más que probable Sínodo de la Iglesia alemana. He podido comprobar que son estas cosas que acabo de deciros o similares, a las que se refiere el Papa que debe tener la Iglesia en Alemania, en el fondo lo que les pide y aconseja es que vayan a lo fundamental y primero: a la fe en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, y el anuncio y testimonio de Jesucristo y su salvación, que otras cosas y cambios estructurales ya vendrán. Si esto no nos mueve o moviliza, ¿dónde estamos?, porque esto es lo que está en juego: creer o no creer, adorar o no a Dios.
Esto por supuesto, requiere un modo de trabajar, de operar, que podrá ser corregido, con vuestras aportaciones y el correspondiente discernimiento sinodal. Lo primero es que no pensemos en un sínodo largo, como el anterior del 1980-1987: pensemos en un sínodo corto, que se comience en torno a octubre de este año y finalice en torno a Pentecostés del año próximo. Un sínodo, que sea sínodo, es decir un caminar juntos, y para eso, además, que esté dirigido por una Comisión central, que actúe como coordinadora del conjunto y de las Comisiones, lo cual no resta nada a la sinodalidad que debe serle inherente.
Cada Comisión, presidida por uno o más Obispos, integrada por no más de doce miembros, que designen los Obispos presidentes: sacerdotes, diáconos, personas consagradas, laicos en una proporción razonable de los diferentes Consejos diocesanos, elabora el material que le corresponda sobre la temática asignada por la Comisión central y, elaborado el material durante varios meses –octubre 2019, febrero 2020-, al inicio de la Cuaresma, de 2020, lo pasa a la Comisión Central que, a su vez, elaborará el “instrumentum laboris” (“instrumento de trabajo”), que lo entregará, al comienzo de la Pascua 2020, a quienes vayan a participar en la fase final en torno a Pentecostés, de ese mismo año.
Y, por ahora, no tengo más que decir, salvo añadir que ánimo y pido a todos su participación y colaboración, sin reticencias, y ponernos a trabajar decididamente, en sinodalidad, con espíritu y talante de sinodalidad conforme nos pide el Papa Francisco y con esperanza, sin escatimar esfuerzos y con toda confianza en Dios que nos convoca.
Pido a toda la Diócesis que recéis por el Sínodo y se eleven preces en todas las misas para que en él no busquemos otra cosa que lo que Dios quiere, que actuemos conforme a su voluntad. Acudamos a la intercesión de Santa María, Madre de los Desamparados, y de los santos.
Con mi bendición, mi agradecimiento y mi afecto para todos. Cordialmente en Cristo Jesús.