El 18 de mayo de 2020, se cumplió el centenario del nacimiento del Papa San Juan Pablo II que marcó la historia mundial, de Europa, de España y, sobre todo, marcó la historia de la Iglesia. No quiero, queridos hermanos, que pase desapercibida esta fecha entre nosotros, en Valencia, a la que visitó varias veces, y en una de ellas dejó un recuerdo un gesto de amor y solidaridad que nunca olvidaremos, sobre todo cuando se acercó desde el helicóptero a los pueblos de la “pantanada” de Tous.


A tiempo y a destiempo trabajó por la causa del Evangelio, que es la causa del hombre. En él pudimos reconocer a un testigo singular del Dios vivo y enseña de esperanza para todos los hombres, “amigo fuerte de Dios” -en expresión teresiana- y defensor del hombre, de todo hombre y de su dignidad, de su capacidad en su razón para buscar, hallar y conocer la verdad que libera. Su gran pasión, como la de Dios revelado en su Hijo único, Jesucristo, fue el hombre. Él mismo, desde el comienzo de su pontificado, definió al hombre como” camino de la Iglesia”. Si hay una clave para interpretar todo el pensamiento de San Juan Pablo II es su preocupación por el respeto a la sublime dignidad y grandeza de la persona humana, desvelada en la persona de Cristo, Dios hecho hombre y crucificado, Verdad de Dios y del hombre inseparablemente unidos. Se hizo “todo para todos” y mostró de manera palpable que la fe en Jesucristo permite abrazar a todos y amar a todos, sean de la condición que sean, de la cultura a la que pertenezcan o de la religión que profesen.
La raíz de todo su actuar, de toda su persona y mensaje no fue otra que la fe en Dios “palpable” en su Hijo Jesucristo, que infunde siempre en los hombres de buena voluntad que le escuchan y siguen sin prejuicios. Hombre de fe y de esperanza, dio testimonio de que la esperanza centrada en Cristo es la verdad de nuestro mundo. Por eso desde el comienzo mismo pudo decir a todo el mundo: “Abrid las puertas a Cristo” Peregrino de la paz por todos los caminos de la tierra. Paladín de la vida y de la libertad, abanderado de los derechos humanos. Trabajador incansable en los duros trabajos del Evangelio, evangelizador hasta los confines del mundo, infatigable luchador por una nueva cultura de la vida y de la solidaridad y por una civilización del amor, buen samaritano que se acercó e inclinó con ternura y amor al hombre maltrecho y malherido, amigo cercano y aliento de los jóvenes tan necesitados de futuro y buscadores de la felicidad. Testigo fiel y gozoso de Jesucristo Redentor único de todos los hombres y luz para todos los pueblos, a veces incómodo para muchos que pretenden construir el mundo al margen del único Nombre que se nos ha dado para la salvación de los hombres. Defensor y campeón de la fe y buscador y profeta del esplendor de la verdad que nos hace libres.


La figura del Papa Juan Pablo II llenó los veinticinco años últimos del pasado siglo del mundo y de la Iglesia y los primeros del nuevo milenio. Visitó tres cuartas partes de los países del mundo -algunos varias veces, hasta seis España-, estuvo y visitó como Obispo de Roma en la casi totalidad de las parroquias romanas, tuvo un magisterio amplísimo – catorce Encíclicas, el Catecismo de la Iglesia Católica, el Código de Derecho Canónico, varias Exhortaciones y Cartas Apostólicas, miles de discursos, homilías y escritos -, convocó y presidió personalmente catorce Sínodos de Obispos, aumentó ampliamente el santoral de la Iglesia, tuvo una actividad infatigable con Obispos, sacerdotes, con hombres de toda condición, se acercó a todos, estuvo al lado de los más pobres, de los que sufren, y de las víctimas de este mundo, él mismo fue víctima de un atentado… Su presencia, su actuación, fueron decisivos en la marcha del mundo: defensor de los derechos humanos, fue el Papa de los derechos humanos; nunca dejó de recordar estos derechos del hombre, no solamente en Roma, sino en todos los países que le abrieron sus puertas incluso delante de los Gobiernos que no estaban libres de reproches a este respecto; y así los pueblos esperaban de él que hablase en toda ocasión de derecho y de justicia. San Juan Pablo II, el Papa venido de Polonia, tierra que tanto ha sufrido a lo largo de siglos y que ha visto conculcados los derechos de sus gentes hasta la caída del régimen comunista, y antes los vio bajo el régimen nazi. Así, el Papa de los derechos humanos fue un hombre libre que luchó por el derecho de la libertad, singularmente de la libertad de pensamiento y religiosa. Combatió durante toda su vida todos los totalitarismos, primero el nazismo y luego el comunismo, subrayando a Cristo como Redentor del hombre en el que se basa su dignidad fundamento de todos los derechos humanos y a través del anuncio del Evangelio y la promoción de la civilización del amor en el que estén presentes y se respeten esos derechos; por ello fue un trabajador infatigable de la paz, contribuyó de manera decisiva a que cayera el “telón de acero”, abrió amplios espacios de diálogo, y luchó por la implantación de la justicia en todos los confines de la tierra. Predicó con energía y firmeza, con libertad y convicción el Evangelio de Jesucristo.


Fue un verdadero testigo, como los Apóstoles, que “no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído” y “han de obedecer a Dios antes que a los hombres. Su profunda experiencia de fe la pudimos comprobar constantemente todos a lo largo de su prolongado pontificado. Con su palabra y con su vida, ejerció el ministerio, confiado por el Señor, de confirmar en la fe a sus hermanos. Lo vimos como el seguidor de Jesucristo que le confesó su amor una y otra vez. El apóstol que con el ardor del Espíritu lo proclamaba Redentor del mundo y Salvador de todos. Lo mismo que Pedro ante el pueblo y sus jefes, el Papa habló con sinceridad y valentía ante las multitudes que lo rodeaban y ante los gobernantes de las naciones y les anunciaba a Jesucristo y su mensaje evangélico. Impulsó la acción de los católicos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad a favor de la paz y de la justicia y así contribuyó como pocos a crear la nueva civilización del amor. Como aquel paralítico al que curó Pedro, también en sus días, el Papa dijo a la Humanidad, a menudo desesperanzada o desorientada: “En nombre de Jesucristo ponte a andar”.


Desde el primer momento de su pontificado dirigió una llamada apremiante a la Iglesia y a la humanidad entera, que sigue resonando con la misma fuerza que en aquel momento de su comienzo como Papa acabado de elegir : “¡No tengáis miedo!¡Abrid de par en par las puertas a Cristo, abridlas al Redentor!”. Con el Papa San Juan Pablo II, en efecto, los católicos en general, y en particular, los valencianos no hemos de tener miedo, en esta hora de Dios, a que Cristo sea de verdad nuestro Señor, nuestro dueño y maestro, nuestro único salvador. No hemos de tener miedo a seguirle, ni a anunciarle a los hombres de hoy con la libertad y la osadía del Espíritu. Tampoco podemos tener miedo a ser santos y a vivir de verdad el Evangelio de Jesucristo, que es el Evangelio de la caridad, de la misericordia, de la reconciliación, del perdón y de la paz. No podemos tener miedo a la participación en la vida y misión de la Iglesia, que es el pueblo de Dios y cuyos miembros tenemos una misma y común dignidad. No hemos de tener miedo a “salir a la calle”, como dijo el mismo Papa en Madrid en 1993, para hacer presente el Evangelio en la familia, en la sociedad, en la política, en el mundo laboral, en la economía, en la enseñanza, en la cultura, en los medios de comunicación, en todo lo que afecta al hombre y es humano.


Para el cristiano, como vimos en el Papa San Juan Pablo II que nos alentó y alienta hoy en la fe y la esperanza, no debe haber ningún miedo: Dios está con el hombre, con cada hombre; en la Encarnación de su Hijo, se ha unido, en cierto modo, con cada uno de nosotros, con cada hombre. “¿Por qué no debemos tener miedo?”, se preguntaba el Papa. “Porque el hombre, respondía, ha sido redimido por Dios. Mientras pronunciaba esas palabras en la plaza de san Pedro, añadía, tenía ya la convicción de que la primera encíclica y todo el pontificado estarían ligados a la verdad de la Redención. En ella se encuentra la más profunda afirmación de que ‘¡No tengáis miedo!: ‘Dios ha amado al mundo! Lo ha amado tanto que ha entregado su Hijo Unigénito” (Cfr Jn 3,16). Este Hijo permanece en la historia de la humanidad como el Redentor. La redención impregna toda la historia del hombre, también la anterior a Cristo, y prepara su futuro escatológico. Es la luz que ‘esplende en las tinieblas y que las tinieblas no han recibido’ ( Jn 1,15). El poder de la cruz de Cristo y de su Resurrección es más grande que todo el mal del que el hombre podría y debería tener miedo. “¡No tengáis miedo!”, decía Cristo a los Apóstoles (Lc 24,36) y a las mujeres (Mt 28,10) después de la resurrección, así se expresaba el Papa, con esa fuerza que le caracterizó, y así sigue oyéndose su voz.


El Papa amaba y admiraba mucho a España, por su historia, sus raíces, por su obra evangelizadora de América y de renovación eclesial, en especial en el siglo XVI, con santos como Santa Teresa y san Juan de la Cruz, sobre el que hizo su tesis doctoral, y tantos otros. Por España siempre tuvo una especial predilección y nos la demostró con claridad; San Juan Pablo II, vino hasta seis veces a España. La primera vez, en noviembre de 1982, vino como “testigo de esperanza”. Y la verdad es que su venida trajo entonces una nueva primavera a la Iglesia, con él brilló una gran luz no apagada, abrió sendas de esperanzas que siguen abiertas. Nos visitó, como enviado de Dios, “para confirmar nuestra fe”, “confortar nuestra esperanza”, y dar ánimo y “alentar las energías de la Iglesia y de las obras de los cristianos”. No puedo olvidar aquellas palabras suyas tan vibrantes nada más pisar tierra en el aeropuerto de Barajas: “Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacarle ahí la fuerza renovada que os haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el justo respeto por las vuestras”. No pueden ser más actuales estas palabras, ni puede haber mejor programa que este para la Iglesia en España, que vive esta etapa histórica de múltiples crisis, y también para la diócesis de Valencia, que además, está viviendo una etapa sinodal. Y añadimos con palabras del Papa, dichas en aquel primer viaje o visita a España, en Toledo, que son muy importantes y redondean su mensaje: “No se trata de amoldar el Evangelio a la sabiduría del mundo. ¡Sólo Cristo!. Lo proclamamos agradecidos y maravillados. En Él está ya la plenitud de lo que Dios ha preparado a los que le aman. Es el anuncio que la Iglesia confía a todos los que están llamados a proclamar, celebrar, comunicar y vivir el Amor infinito de la Sabiduría divina. Es esta la ciencia sublime que preserva el sabor de la sal para que no se vuelva insípida, que alimenta la luz de la lámpara para que alumbre lo más profundo del corazón humano y guíe sus secretas aspiraciones, sus búsquedas y sus esperanzas”.


Fue decisiva aquella primera visita del Papa San Juan Pablo II a España. Fue un torrente de gracia, una lluvia serena y copiosa de amor que Dios derramó sobre España. Quiero y debo hacer memoria agradecida de aquello; quiero y debo revivir sus palabras, volver a gustar aquel mensaje de luz y de verdad para “sacar fuerza, de ahí, renovada”, que nos impulse a la renovación y transformación de nuestra sociedad.


La presencia del Papa entre nosotros, testimonio de la presencia de Aquél que estará con nosotros hasta el fin de los siglos, reavivará las raíces cristianas de nuestro pueblo. Como él mismo dijo, en junio de 1993, en la madrileña plaza de Colón, en la que de nuevo proclamó la santidad de cinco hijos de España, “en nuestros días, para afrontar con decisión y esperanza el reto del futuro, este país necesita volver a sus raíces cristianas”. Cuando nos advertía de esta necesidad, no debemos ignorar que, como también nos dijo en su primera visita, “la fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español”. No podemos entender su historia sin el cristianismo, ni podemos avanzar hacia un futuro cargado de esperanza al margen de él, excluyendo a Cristo de ella, o menos todavía, tratando de edificarla contra Él.


Podríamos evocar muchas otras palabras del Papa san Juan Pablo II dichas a España. Nos basta lo dicho como un botón de muestra y volvamos, de nuevo, a la figura personal del Papa San Juan Pablo II, el “Magno”, ahora para invocarlo como Santo, que además tanto nos quería, y pedirle que se cumplan en España los deseos y expectativas que siempre albergó sobre España y la Iglesia en España, y en los momentos que atravesamos, pedirle también que nos libre de todo peligro de autoritarismo y totalitarismo; que nos ayude a encontrar la unidad por encima de todo sectarismo y división; y que triunfe siempre la concordia, la democracia y la libertad, basada en los principios de la doctrina social de la Iglesia a través de una resistencia activa y pacífica que debe unirse para luchar por el bien común que pasa por una verdadera educación, por el respeto a la libertad religiosa, por la defensa y apoyo a la familia, y, en esta hora precisa, por la creación de empleo para todos, sobre lo que también os escribo otra Carta Pastoral.
Por esto os ruego a todos vosotros, mis queridos hermanos diocesanos que tanto queréis a la Virgen como lo demostrásteis en la Fiesta de nuestra Señora de los Desamparados, que recéis, durante nueve días, el Rosario a la Virgen de Fátima, tan vinculada al Papa San Juan Pablo II, acompañado el rezo del Rosario de esta oración que os ofrezco en la que invocamos la ayuda de San Juan Pablo II, el Magno.


Con mi oración y mis deseos de que se conozca más y mejor al gran Papa San Juan Pablo II y se sigan sus enseñanzas, os doy mi bendición y pido la suya desde el cielo.

Dios, Padre nuestro, rico en misericordia, que has querido que san Juan Pablo II, Papa, guiara a toda la Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre, y que el mismo Papa San Juan Pablo II bendiga a los jóvenes, su gran pasión, y les enseñe  a mirar alto, para que encuentren la luz que ilumina los senderos de la vida; que bendiga a las familias, a cada familia, él que nos avisó del ataque del maligno contra esta pequeña luz del cielo que Dios ha encendido en la tierra, que interceda por la familia y proteja cada vida que en ella se alumbra, que ayude e ilumine a los educadores; que ruegue por el mundo, marcado por la tensión de la guerra y la injusticia; que el Papa San Juan Pablo II que combatió la violencia, llamando al diálogo y al amor, y que combatió también todo totalitarismo, interceda ante Dios para que conceda a España verse libre de todo autoritarismo y totalitarismo, y, fiel a sus raíces históricas, recobre el vigor de una fe vivida, para renovarse en todas las dimensiones, por una verdadera libertad y realización de los derechos humanos en concordia y realización de una auténtica democracia, la sanación de la pandemia que nos aflige, la creación de empleo para todos y la sabiduría para no quitar la dignidad del trabajo a los trabajadores, y que nos ayude a ser todos incansables trabajadores y sembradores de paz y evangelizadores de nuestro mundo, que necesita sobre todo este Evangelio del reino de Dios y la conversión. Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y nuestro, que san Juan Pablo, al lado de María, nos alcance y nos dé la divina bendición, para actuar conforme al Espíritu Santo según su voluntad. Amén