CARTA SEMANAL DEL CARDENAL ARZOBISPO

Estamos ya en la tercera semana de Pascua, con la Pascua se nos abre un fututo cierto. Pascua es esperanza, Pascua es caminar por un camino que conduce a una meta que colma la sed de esperanza. Pero, ¿podemos tener esperanza mirando nuestro mundo? Mirando nuestro mundo no puedo ser optimista, muchas realidades que están ahí me lo impiden. Precisamente por esas realidades que están ahí y que me impiden ser optimista. La esperanza reconoce y vive la densidad de las dificultades que nos embargan, pero éstas no me cierran a esperar y luchar por un mundo nuevo, una nueva tierra en que habite la justicia, por una humanidad nueva hecha de hombres y de mujeres nuevos que llevan a cabo e implantan una nueva civilización del amor y una nueva sociedad de hermanos, nueva con la gran novedad que aporta el Evangelio. Soy un hombre de esperanza, y no a pesar de mi fe, cada día, gracias a Dios y a la Iglesia, más firme y sólida, sino precisamente por ella, por esa FE que reconoce la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte: los lazos crueles de muerte con que habían querido y se quiere apresar a Jesús, autor de la Vida, han sido rotos ya, no han podido con Él. No busquemos entre los muertos al que vive, al que está vivo. ¡Ánimo, nos dice y asegura a todos, Yo he vencido el mundo!”. El mundo está como está, es un mundo difícil, ahí tenemos: la pandemia del Covid, la paz amenazada, el hambre crece, la pobreza se dispara, el paro y la ruptura de empleo no parece encontrar respuesta, la distancia entre ricos y pobres o países ricos y pobres se amplía y acrecienta, la naturaleza se deteriora a pasos agigantados, la vida se menosprecia y se elimina en una cultura de la muerte, ahí están el “crimen abominable”, en expresión del Vaticano II, del aborto, la legalización de la eutanasia tendente de por sí a eliminar la vida, la manipulación genética que como hemos leído estos días, produce sin ninguna ética, en laboratorios chinos, “quimeras” con células humanas y de chimpancé, verdaderos seres vivos híbridos, sin ninguna ética, como “progresos” científicos con una ciencia sin conciencia, contra Dios y contra el hombre, o el negocio cruel y destructor del narcotráfico y la ruina de la droga, la violencia aparece por muchas partes, el odio, la mentira siguen sembrando confusión, sinsentido, tedio y tristeza,… ¿Cabe ahí la esperanza?. Sí y precisamente por ser así ese mundo en el que estamos, pero la esperanza reclama cambio, conversión, vida nueva. Llama la atención que los discursos del Libro de los Hechos de los Apóstoles que anuncian a Jesucristo, eliminado por los poderes y el pueblo, ha resucitado y llaman al cambio, a la conversión; nos llama a todos a esa conversión, aunque inseparablemente esas situaciones enumeradas necesiten cambios estructurales profundos por parte de las naciones.

La paz verdadera y universal, la concordia, no será real o dejará de estar amenazada si cada uno de nosotros no busca para sí la paz en la justicia y el amor dentro del pequeño ámbito en que vive. La PAZ, con mayúsculas, la paz grande, no será posible sin las pequeñas paces; es necesario renovar el corazón del hombre. Si esta renovación se hace de veras, irán mejorando las instituciones, los sistemas, las estructuras; si corazón y mentes de nuestras personas respetan y promueven los derechos fundamentales e inalienables de la personas se establecerá la paz; si nos unimos de corazón y de mentes a una nueva civilización del amor, habrá concordia y paz, amor entre hermanos. Es necesario superar el trato de las personas, de los animales y de las cosas, de los bienes materiales o de la naturaleza como meros objetos o materiales que se manejan a voluntad propia, sin consideración alguna fuera de sus necesidades naturales, respeta el equilibrio entre naturaleza y técnica es algo que nos exige el cuidado y la protección de nuestra casa común. Esto conlleva un cambio muy profundo en nuestra manera de ser y de ver la vida; cambio radical y profundo que lleva consigo estar en paz con Dios Creador; el uso y disfrute de la naturaleza tiene sus límites. Detrás de la naturaleza está, sosteniéndola, el Creador. Si queremos subsistir habrá que generar una mentalidad que haga posible una ecología humana, una ecología integral, como nos están diciendo los últimos Papas. Y en concreto, muy relacionado con esto mismo, no se puede hacer lo que se quiere con técnicas suficientes con los embriones o con células, y fetos humanos vivos como se está haciendo por ejemplo en experimentaciones de un científico español en China; como tampoco se puede hacer lo que se quiera con los deficientes y los ancianos, con los ríos, con los mares, con los bosques, con los animales o con el medio ambiente, porque el hombre no es señor absoluto ni de la naturaleza ni de las personas; la voluntad de poder es destructivo y, en el fondo elimina a Dios o quiere usurpar su poder. En la raíz de esa manera de pensar, de esa libertad –hacer lo que se quiera y está en manos del hombre- se esconde o se manifiesta una voluntad de poder que no se detiene ante nada: es poder de muerte, incompatible con la voluntad de Dios que quiere que el hombre viva. Y esa es verdad de resurrección, verdad que nos hace libres para amar. Sólo Dios hará una humanidad nueva con hombres y mujeres nuevos conducidos por la verdad, por la auténtica libertad, por el amor, en definitiva, por Dios. Dios y el hombre, inseparables pero no confundidos. Seguiremos reflexionando sobre el mundo en el que estamos que esperamos y anhelamos sea un mundo verdaderamente nuevo.

Problemas éticos de la creación de quimeras de humano y mono

Julio Tudela y Justo Aznar
Observatorio de Bioética.
Instituto Ciencias de la Vida.
Universidad Católica de Valencia

El 15 de abril de este año 2021, se ha publicado en la revista Cell un trabajo liderado por Juan Carlos Izpisua en el que se describe la producción de quimeras de humano y mono. Para conseguirlo, se han inyectado en embriones de mono (Macaca fascicularis) un tipo determinado de células pluripotenciales humanas, células pluripotenciales expandidas (hEPSCs, por sus siglas en inglés), obtenidas por reprogramación a partir de células humanas adultas (ver más), que tienen un potencial quimérico mejorado, al poseer mayor capacidad de desarrollarse en el embrión animal utilizado como huésped.

En el trabajo que se está comentando, se comprueba que las hEPSCs sobreviven, proliferan y generan varias líneas celulares en el embrión de mono. Hasta ahora, el grupo de Izpisua, y también otros grupos, habían demostrado la producción de embriones quiméricos humano-animales, utilizando ratones, cerdos y vacas, pero a pesar de los esfuerzos de los diferentes grupos de investigación, no se habían podido producir quimeras en las que se generase una cantidad de células humanas suficiente para pensar que los tejidos y órganos generados pudieran ser útiles para trasplantes clínicos. Esto, al parecer, pudiera ser debido a que la distancia de la línea evolutiva de los animales utilizados está muy lejos de la línea evolutiva humana. Para solventar esta dificultad los autores utilizan en estas experiencias monos, cuya línea evolutiva es mucho más próxima a la humana.

Refiriéndonos especialmente a los ‘Resultados’ de este trabajo, los autores consiguen la producción de quimeras que han podido desarrollarse hasta la fase de gástrula. Llegado a esa etapa evolutiva se elimina, en el organismo producido, la zona pelúcida y de él se obtienen las células, que, trasferidas a un disco externo, continúan desarrollándose. Por esta vía se han obtenido 132 líneas celulares de las cuales 3 sobrevivieron 19 días.

Consideración ética
Que estas experiencias suscitan dudas éticas es indudable, pues los mismos autores, en la «Discusión» de su artículo, comienzan afirmando que han consultado con instituciones y expertos en Bioética a nivel internacional, quienes al parecer han dado el visto bueno a su trabajo. En relación con ello, habría que determinar, en primer lugar, qué expertos bioéticos han sido consultados, pues, como más adelante se comentará, estas experiencias pueden tener un carácter utilitarista, por lo que, si los expertos navegan por esa vía, es natural que no encuentren dificultades éticas en las mismas.

Pero al margen de ello, nos parece que, son claras las dificultades bioéticas que este trabajo suscita. En primer lugar, y esencialmente, por las dificultades éticas que van unidas a la producción de quimeras humano-animales, dificultad que se puede resumir afirmando que es difícil determinar qué grado de colonización con células humanas alcanza el embrión quimérico producido, pues debido a ello, puede no ser ético generar y manipular dichas quimeras, ni mucho menos destruirlas, al existir la posibilidad de que dicha colonización se extienda más allá del órgano que se quiere producir y pueda incluso llegar al cerebro, lo que sin duda puede plantear problemas éticos difíciles de solventar.

En relación con ello, el pasado mes de abril, la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina norteamericana, emitió un informe en relación con las experiencias que estamos comentando, en el que se afirma que las células humanas trasplantadas al embrión animal podrían entrar en su cerebro y alterar su capacidad mental, aunque también añaden, que esta preocupación puede ser discutible porque las quimeras producidas no tienen aún el sistema nervioso constituido. Sin embargo, a ello añadimos nosotros, que, si la finalidad principal de estas experiencias es la de producir órganos para trasplantes, habrá que permitir que dicho embrión se desarrolle hasta un animal adulto, para que sus órganos puedan ser clínicamente útiles y naturalmente en ese momento su cerebro ya está constituido, por lo que podría verse colonizado por un indeterminado número de células humanas. Como afirma en el mismo artículo la experta en bioética de la Universidad de Oxford, Katrien Devolder, si se permite a las quimeras humano-mono desarrollarse hasta un animal adulto “la historia sería muy diferente”.

En algunos de los trabajos anteriores, los autores intentan solucionar este problema produciendo animales transgénicos en los que se habría suprimido el gen generador del órgano que se quiere producir, por lo que, en su opinión, solamente éste se colonizaría con células humanas, sin que haya opción de que se colonizasen otros órganos, entre ellos el cerebro, pero esto dista mucho de estar fehacientemente comprobado. De todas formas, en el artículo que se está comentando, los monos utilizados no habían sido genéticamente modificados, por lo que la colonización de células humanas de distintos órganos permanece posible.

Por otro lado, además de producir órganos humano-animales, otra finalidad de estas experiencias, según sus autores, es poder estudiar las primeras etapas del desarrollo embrionario, e incluso ser utilizadas para profundizar en el mayor conocimiento de algunas enfermedades y en su tratamiento. Para conseguir esto, posiblemente sería suficiente utilizar embriones de monos, cuyo uso no presenta ninguna dificultad ética, pero si con estas experiencias se quiere acercar lo producido a lo humano, creando las quimeras que se están comentando, dichas dificultades éticas no parece que puedan obviarse.

En trabajos anteriores del grupo de Izpisua se planteaba una dificultad bioética adicional, pues en ellos se utilizaban embriones humanos, cosa que al parecer aquí se ha solventado, pues las hEPSCs utilizadas proceden de humanos adultos.
Abundando en todo lo anteriormente comentado sobre la valoración bioética del uso de quimeras humano- animales, en un libro dedicado especialmente a este tema (David Albert Jones. Chimera’s Children. Ethical, Philosophical and Religious Perspectives on Human-Nonhuman Experimentation. Edited by Calum MacKellar and David Albert Jones. London 2012), se afirma que “las experiencias que combinan elementos humanos y no humanos, determinan que las células utilizadas pueden afectar al cerebro y a la capacidad reproductiva, o sea a aquellos órganos que inciden particularmente en la identidad de la especie y en la unidad humana”, resaltando por tanto “ el grave peligro de la producción de híbridos humano-animales, pues ante ello nos encontramos ante un monstruo en el sentido más amplio de la palabra, lo que es algo injusto de realizar”.
Resumiendo, nos parece que, estas experiencias, al no poder determinar el grado de colonización con células humanas de los tejidos y órganos producidos, pueden no ser éticamente aceptables.

De todas formas, los autores de este trabajo justifican la eticidad del mismo al afirmar que con su técnica se pueden crear órganos que pueden ser utilizados en trasplantes clínicos. Dado que en el momento actual existe una evidente carencia de órganos humanos para trasplantes, la posibilidad que aquí se alumbra de crearlos podría pensarse que es bióticamente aceptable. Sin embargo, esta fundamentación bioética se sustenta en criterios que podrían considerarse utilitaristas, al hacer prevalecer el fin del acto realizado sobre los medios que se utilizan para conseguirlo, con lo que indudablemente no estamos de acuerdo, pues nuestra línea de pensamiento coincide con la bioética personalista, según la cual debe prevalecer el principio de prudencia cuando los medios utilizados en una investigación no garantizan un escrupuloso respeto de la dignidad humana en cualquiera de las fases evolutivas de un individuo, desde la fecundación hasta la muerte natural. Las consecuencias impredecibles que pueden derivarse de la producción de quimeras humano-animal no lo garantizan.