❐ A. CASTELLANO | 05.04.2023
El arzobispo de Valencia, Enrique Benavent recordó que con la celebración del Domingo de Ramos comienza la Semana santa. Señaló que son “unos días en que los cristianos tenemos los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma nuestra fe. El que soportó la sin miedo la ignominia, el que entregó la vida por tofos nosotros.
Son días de oración y días contemplación, para introducirnos en esta celebración de la Semana Santa, hemos escuchado el relato de la Pasión según San Mateo. Con la contemplación de la Pasión del Señor bastaría para aprender a ser cristianos”.
“Si nosotros meditamos los momentos de la Pasión, si meditamos los momentos de la Pasión, las palabras de los personajes, las actitudes con las que cada uno de ellos reacciona ante el drama que está viviendo el Señor, si vemos la actitud de Jesús, cómo se encaminaba a la cruz, eso es la lección más grande de vida cristiana”, argumentó y prosiguió asegurando que “el relato de la Pasión tiene muchos detalles. Para ayudar en la meditación, me gustaría fijarme en tres breves aspectos de la Palabra de Dios que se ha proclamado”. Porque “¿cómo va el señor a la Pasión? La primera lectura del profeta Isaías nos habla de aquel misterioso personaje que es el siervo de Yahvé, pone en boca de ese personaje que está sufriendo unos tormentos injustamente, estas palabras: “No me he resistido ni me he echado atrás”. Así afronta el Señor su Pasión, y es que el Señor murió con la misma coherencia con la que había vivido. Todo el camino del Señor está marcado por la oposición de los jefes del pueblo”.
“Él desde el primer momento era consciente de que el horizonte final de su vida podía ser una muerte violenta. Pero Él a pesar de la oposición, no dejó de actuar, sometiéndose a la voluntad de Dios. Cuando le llegó el momento de la muerte, lo afrontó sin cambiar su manera de hablar ni de actuar. Es precisamente en esos momentos, cuando le estaban interrogando, cuando confiesa abiertamente que Él era el Hijo de Dios ante los Sumos sacerdotes, que Él era el Rey de los Judíos, ante Pilato”, expresó. “No se resistió. No se echó atrás. Los interrogatorios, todos los acontecimientos de la Pasión, nos muestran la coherencia del Señor, que murió tal como había vivido. La Pasión del Señor es para nosotros una lección: ante las dificultades que muchas veces podemos experimentar, si queremos dar testimonio de la fe, actuar con coherencia, estar dispuestos a sufrir por la verdad, no resistirse, no echarse atrás. Que la Pasión del Señor nos dé la Gracia de una fortaleza para el testimonio”.
“Pero el Señor no acudido a la Pasión de una manera pasiva. Él la vive como una entrega activa. A Él no le quitan la vida, sino que voluntariamente la da. Él no había venido al mundo a ser servido, sino a servir y dar la vida por muchos. Por eso, en la oración del Getsemaní por tres veces hace suya la voluntad del Padre. En el momento de la institución de la eucaristía se entrega a sí mismo. Y es que toda la vida de Jesús había sido un misterio de donación, de entrega. El himno de la carta a los Filipenses nos muestra al Hijo de Dios, que voluntariamente se rebaja, que renuncia a la forma de Dios. Que asume la forma de siervo. A ese Hijo de Dios que después de hacerse nuestro hermano, se hace obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”.
Monseñor Benavent aseguró que “a ese Hijo de Dios que se ha hecho hombre, que se ha hecho nuestro esclavo, que se ha hecho obediente y que se ha solidarizado con los sufrimientos de toda la humanidad. La única palabra que el evangelista pone en boca de Jesús es “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Jesús experimenta el sufrimiento más grande que puede experimentar todo ser humano y es sentir lo que significa el abandono de Dios. Se ha hecho voluntariamente uno de nosotros, ha asumido todos nuestros sufrimientos para asumir la muerte con su muerte. El Señor no le quita la vida, es Él que voluntariamente la entrega por nosotros, porque nos ama con el mismo amor que el Padre”.
“¿Por qué afrontó la muerte de esta manera? ¿Qué le dio fuerzas para no resistirse ni echarse atrás?. ¿Qué le dio fuerzas para entregar su vida antes de que se la quitaran? Cuando Jesús está en la Cruz, los sumos sacerdotes que están al pie de la cruz se burlan de Él, dicen “confiaba en Dios. Que lo libre si lo quiere, si es Hijo de Dios que venga a librarlo pues confiaba en Él”.
“Jesús humanamente parece que había sido abandonado por Dios, y que, por tanto, no podía ser el Hijo de Dios. Y ahí estaba la Verdad. Si Jesús no se resistió ni se echó atrás, Jesús se entregó a la muerte, si Jesús no bajó de la Cruz, es porque confiaba en Dios. Porque sabía que el Padre no le abandonaría, que el alimento de su vida era cumplir la voluntad del Padre. Y porque confiaba en Dios se reveló, se manifestó, como el auténtico Hijo de Dios”.
“Y mientras se burlan de él, en el momento en que Jesús muere, aquellos soldados que le custodiaban, al ver cómo había muerto exclamaron: “realmente este era Hijo de Dios”. Su filiación divina se manifestó no en que bajó de la Cruz, sino en que confió en Dios en medio del sufrimiento y en medio del tormento. Que la contemplación de la Pasión del Señor nos conceda la fuerza para dar testimonio en la adversidad, para entregarnos por nuestros hermanos, para confiar siempre en Dios en el momento de la dificultad”, concluyó.
Antes de la eucaristía de Domingo de Ramos, monseñor Benavent presidió la bendición de palmas y ramos de olivo y de laurel de los fieles valencianos y la procesión desde la puerta románica de la Almoina por los alrededores de la Catedral junto con el Cabildo Metropolitano. A su término tuvo lugar la solemne eucaristía del Domingo de Ramos.
Vísperas solemnes
Por la tarde se celebró también en la Catedral, las segundas Vísperas solemnes y la adoración de la Vera Cruz, un relicario de plata del siglo XV con fragmentos de madera de la cruz original unidos en forma de cruz patriarcal.
El significado religioso de la procesión del Domingo de Ramos lo conmemoraban ya los peregrinos en el siglo IV, cuando bajaban desde el monte de los Olivos hasta Jerusalén, con ramos de olivo y palmas simbolizando la entrada de Jesús en la ciudad.