Lorena Lorente, trabajadora social en la Ciudad de la Esperanza. Foto: A. Saiz

Tomar el ejemplo de lo que tienes cerca y al mismo tiempo construir tu propia historia, son las dos acciones que ha conjugado a la perfección Lorena Lorente, que fue una niña acogida en un centro de menores y acabó siendo trabajadora social en otro centro, la Ciudad de la Esperanza.

EVA ALCAYDE| 08.07.2021

La labor de un trabajador social es complicada. A veces son psicólogos, a veces son hermanos, madres, compañeros y amigos de las personas a las que atienden. A veces son confesores o un hombro en el que apoyarse o alguien con quien reír. A veces son todas esas cosas a la vez. Y esto es lo que ha sido Lorena Lorente, trabajadora social de la Ciudad de la Esperanza, en Aldaia, que este mes deja el centro para emprender un nuevo camino en otro país.


Lorena decidió estudiar el Grado en Trabajo Social con mención en apoyo personal, educativo y familiar, porque siempre ha estado rodeada de trabajadoras sociales. A lo largo de su infancia, por ser una niña acogida en un centro de protección de menores, vivió en primera persona el trabajo de estos profesionales.


“Me gustaba la labor tan importante que hacían con nosotras. Fueron mis referentes. Se convirtieron en las personas que luchaban por nosotras, para que tuviéramos un futuro, para que hiciéramos las mismas actividades que cualquier otro niño y sintiéramos que, aunque nuestra familia nos había fallado, sí que había gente que nos quería y protegía”, recuerda Lorena.


No tuvo una infancia fácil. Entró en el centro de menores con 3 años y salió a los 15. Ese fue su hogar y las trabajadoras sociales, su familia. “Teníamos días muy malos, cuando experimentábamos la crueldad de los niños del pueblo que nos decían: ‘no os quieren ni vuestros padres y por eso estáis aquí’. Ellas me enseñaron a ser fuerte, a tener amor propio y a valorarme”, asegura.


“Salí del centro con 15 años, porque mi madre ya estaba supuestamente recuperada para poder estar con nosotras, pero no fue así. Y volver con una persona completamente desconocida para mí tampoco fue fácil, así que hice mi propia vida en cuanto tuve la oportunidad”.


Tampoco resultó sencillo. Lorena tuvo que aprender a conciliar estudios y trabajo. Iba a clases de lunes a viernes y trabajaba de lunes a domingo, sin parar, en tres empleos diferentes.


Y tuvo que hacer otros sacrificios, como renunciar a la música, -tocaba el piano y el violonchelo y hacía canto- y abandonar los deportes que practicaba, atletismo y baloncesto. “No fui consciente de todas las oportunidades que se me daban en el centro de menores hasta que salí del él. Cuando te toca a ti pagarte todas esas actividades y no puedes permitírtelo, tienes que renunciar, yo tenía otras prioridades, debía ahorrar para alquilarme una vivienda y llevarme a mi hermana conmigo, pues la situación con mi madre era insostenible”, asegura la joven.


Así que, con apenas 16 años, Lorena tuvo que sumergirse de lleno en la vida adulta. Estudiar, trabajar, responsabilizarse de una vivienda y de todos los gastos y ocuparse de su hermana mayor, con una discapacidad del 65%. “Siempre la había protegido en el centro y seguiría haciéndolo también fuera”, asegura y reconoce que “fueron unos años muy duros, no voy a mentir, pero al final todo pasa, y aunque tuve que renunciar a muchas cosas, esas circunstancias me convirtieron en la mujer que soy hoy”.


Pese a las dificultades, Lorena siguió formándose, pues considera que una trabajadora social debe estar en permanente formación, dado que las realidades cambian constantemente. Tras acabar los estudios universitarios y con una experiencia laboral de varios años, le recomendaron acudir a la Ciudad de la Esperanza, donde ha trabajado desde el año 2018.


“Allí he aprendido muchísimo como trabajadora social, llenándome de historias de vida de los residentes, acogiéndolos e intentando que vieran en mí a una técnica en la que poder apoyarse. He disfrutado enseñándoles a ser protagonistas de su propio cambio”, asegura Lorena, que reconoce que en CIDES ha hecho de todo: coordinar el departamento de marketing y redes sociales, tramitar ayudas económicas, intervención psicosocial, formadora de cursos, impartir clases de español, realizar charlas socioeducativas sobre inmigración y las personas sin hogar, crear proyectos sociales y llevarlos a cabo… “entre otras muchas cosas más”, apunta entre risas, agradeciendo también todos los retos que se han puesto en su camino.


“Puedo decir que el trabajo social en la Ciudad de la Esperanza es dar luz donde solo hay oscuridad, cambiar de perspectivas, crear una simbiosis entre pasado, presente y futuro, para que los residentes vean que el cambio es posible, que no son solo las circunstancias que les trajeron a esta situación y que, si quieren, pueden cambiar sus vidas y seguir adelante”, afirma.


De la Ciudad de la Esperanza Lorena se lleva en la maleta una muy buena relación con el director, el padre Vicente Aparicio, y el convencimiento de que cada uno debe luchar por sus sueños.


Ella lo ha hecho y, con sus ganas de ayudar siempre a los demás, ha fundado la Asociación SAMA por los derechos humanos, que se dedica a mejorar la vida de los niños africanos. “Espero que en un tiempo podamos abrir la primera escuela de primaria en Guinea Conakry, en África, y ayudar a muchos niños que no tienen acceso a la educación”, señala.


Ahora Lorena deja atrás la Ciudad de la Esperanza, para continuar su camino, con su marido y sus hijas, en París. Su camino está lleno de nuevos retos y proyectos, pero tienen siempre la meta de ayudar, apoyar y proteger a las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad o en peligro de exclusión social.