Fray Manuel Eduardo Alvarado Salinas durante su estancia en el hospital.

BELÉN NAVA |18.06.2020

Fray Manuel Eduardo Alvarado Salinas, religioso dominico, salvadoreño, 28 años de edad. Hijo de la Provincia de ‘San Vicente Ferrer en Centroamérica’. Actualmente residente en el Real Convento de Predicadores, Basílica San Vicente Ferrer de Valencia. Estudiante de Teología en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia…y superviviente.


Fray Manuel Eduardo volvió a nacer a principios del mes de abril cuando recibió el alta hospitalaria tras haber permanecido 14 días luchando contra el coronavirus y por su vida. Rememorar aquellos días no es fácil para él porque “conlleva muchas emociones y sentimientos que durante estos últimos días han aflorado en mí, pero también puede ser una oportunidad de mostrar a mucha gente que esta es una enfermedad seria, que puede llegar sin previo aviso y causar mucho daño. Es una situación para no bajar la alerta y darnos cuenta de lo frágiles que somos ante la misma finitud de la vida”.


Como de un manual de medicina se tratase, el joven dominico fue experimentando en su cuerpo cada uno de los síntomas que se han descrito como característicos en el coronavirus. Primero cansancio, después malestar general, fiebre, dolor de cabeza…hasta que comienza la sensación de ahogo y la falta de oxígeno. “Nunca había valorado tanto la importancia del aire en mi vida como en ese momento, donde ya no pasa un solo hilo de aire por las fosas nasales y sientes que la garganta se está cerrando”, comenta.


Fueron varias veces las que entró y salió de Urgencias. “Me encontré con una realidad que me ha golpeado muchísimo. Es lo que vemos diariamente en noticias y hasta cierto punto nos resulta cansado. Estoy entre muchas personas en urgencias, en un hospital colapsado, sanitarios agobiados y enfermeros corriendo de un lado a otro. Pasillos llenos de pacientes en camillas, sillas o en el piso. Eso que los noticieros no se cansan de presentar, es muy distinto poderlo palpar de forma directa”, relata.


Hasta que el 27 de marzo la situación se tornó crítica. “Recuerdo que comenzaron a colocarme vías en los brazos, a extraer sangre, una enfermera me hablaba muy fuerte, pidiéndome que no me durmiera ni dejase de tratar de respirar, yo poco a poco dejaba de escucharla. Me colocaron una mascarilla de oxígeno cuyo aire no sentía y allí, pensé en mi madre, la recordé en sus últimas horas de vida, con un cuadro de ahogamiento idéntico al mío, solo quise desplomarme y no saber nada más”. Pese a ello era la hora de confiar “saberme frágil, y como me había dicho días antes mi fraile formador: dejarme cuidar y querer”.
Sus recuerdos se vuelven borrosos a partir de ese momento, apenas puede recomponer lo que pasó durante esos días a través de lo que le contaron los propios médicos.


“Nunca había valorado tanto en mi vida el oxígeno hasta ese momento, cuando logras tomar conciencia de que un respirador artificial te ha ayudado a aferrarte a la vida, en que no queda otra que confiar, no solo en que un tubo en la garganta pueda salvarte, sino en tener la certeza de que Dios está allí”, confiesa”. Y fue precisamente en esta situación cuando pudo dar respuesta a la pregunta que se hizo una de las veces que entró a Urgencias: “¿Dónde está aquí Dios?”.


“Dios estaba allí, seguía estando allí y continúa presente en esos sitios de muerte, angustia y desesperanza -asegura totalmente convencido Fray Manuel Eduardo-. Puede parecer que ha vencido el virus, pero en realidad vence la vida, física o resucitada en Cristo. Eso es lo que da la certeza y esperanza para convertir un lugar de muerte en un lugar de vida.
Abandonarse y confiar, en Dios, en los médicos, en el personal sanitario, en tus oraciones”.


“Aprenderemos a valorar la vida, el oxígeno, llegarán respiradores artificiales que no van a permitir que nos ahoguemos y sobretodo sabremos que sigue estando allí. Sí, Él seguirá estando allí”.

Una batalla de todos
Desde el ingreso al hospital, fue una batalla de todos contra el virus. “Gente que me rodeaba, con riesgo de infectarse al tener mayor contacto conmigo, pero eran ellos mis respiradores en ese momento, quienes me transmitían oxígeno y vida, con sus cuidados, atenciones, cercanía, y sobretodo sus ánimos”, asegura emocionado.


Y fue en la soledad de la habitación del hospital cuando sintió que algo nuevo estaba sucediendo de todo esto. “Había que recomenzar a ver la vida desde otra perspectiva, a valorar la vocación en una nueva dinámica. Estoy seguro hasta el día de hoy, que la mano de la Virgen me ayudó a salir del hospital y con un resultado negativo en la segunda prueba del coronavirus. Gracias a ella ese médico entró sin ninguna protección a mi habitación, seguido de un grupo de sanitarios aplaudiendo y dando muchísimo ánimo. ¡Lo habíamos logrado juntos!”.


Con la vuelta al convento fue consciente, más que nunca, de que “ésa era mi comunidad, corazones dominicos y por tanto corazones compasivos y fraternos, que sufren cuando un miembro de la comunidad sufre. Éramos 3 frailes enfermos, pero detrás de todo éramos los 30 frailes de la comunidad los que caminábamos juntos en medio de esta situación”.

Otro mundo es posible

A día de hoy, la recuperación de Fray Manuel Eduardo continúa “con la certeza de que el virus ya no está, y dispuesto a ayudar a muchas personas con mi plasma, testimonio, mensajes de ánimo y esperanza, ayuda solidaria y sobretodo con mi oración. Sé que muchos a lo mejor no experimenten la destrucción de un virus físico, pero sí la destrucción del hambre quienes viven con lo que ganan al día, el despido de sus trabajos, las injusticias de los gobiernos racistas y xenófobos, crisis económicas o la pérdida de un ser querido”. Tanto es así, que no tiene duda en que “esto es algo que nos hará renacer, y nos enseñará que otro mundo es posible”.
Ahora, y tras el inicio paulatino del desconfinamiento se atreve a aventurar que “comienzan a surgir muchas emociones dentro de nosotros: esperanza, nostalgia, alegría, optimismo, cierta ansiedad, prudencia, entre otros. Son sin duda elementos muy humanos y fruto de casi dos meses de total “clausura” como diría la vida contemplativa. Sin embargo, el reto principal no era tanto contener el virus o paliar los daños: ¡el reto principal es ahora!, cuando al querer de una manera retomar nuestro anterior estilo de vida, nos vayamos dando cuenta que nada será igual”. Sin embargo, este cambio depende de cada uno de nosotros, “depende de la experiencia personal vivida de cada ser humano, experiencia de Dios, de fe, familiar, laboral, y en muchos casos, como el mío y que ahora quiero compartirte, también de enfermedad”.