REDACCiÓN | 8-06-2018
El cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, renueva este viernes la consagración de toda la diócesis al Sagrado Corazón de Jesús, que tuvo lugar por primera vez en junio de 1918, en el transcurso de una misa que presidirá a las 19.30 horas en el templo del Sagrado Corazón, o iglesia de la Compañía.
El acto de consagración “se efectúa a través de una plegaria de invocación, alabanza y compromiso para actuar en nuestra vida conforme a la misericordia de Dios para romper con el pecado; amar más especialmente a los que viven más apartados de Dios”, ha explicado Santiago Bohigues, director del secretariado diocesano de Espiritualidad del Arzobispado.
A través de la renovación de la consagración de la diócesis al Sagrado Corazón de Jesús, “se nos invita a todos los que formamos parte de ella, siguiendo la reciente llamada del papa Francisco, al compromiso por la santidad tanto a nivel individual como de Iglesia diocesana”.
En esta línea, el director del secretariado diocesano ha destacado que “muchas veces, la mediocridad de nuestras vidas nos lleva a no entregarnos por entero y olvidamos que la vida cristiana es vivir en la voluntad de Dios y en el crecimiento de amor”, de ahí la necesidad de “ratificar y renovar esa consagración bautismal y esa entrega en momentos como estos”.
De igual forma, “lo importante de la consagración es esa unión de amor con Dios, vivir en Dios, siguiendo también la llamada a la santidad del Papa en su exhortación apostólica ´Gaudete et Exsultate`”.
La primera consagración de la diócesis de Valencia al Sagrado Corazón de Jesús tuvo lugar el domingo 23 de junio de 1918 por el entonces arzobispo, monseñor José María Salvador y Barrera, quien el mismo día dedicó también la capilla en honor del Sagrado Corazón de Jesús erigida en la Catedral y bendijo la nueva imagen, obra de Carmelo Vicent, desaparecida en la persecución religiosa de 1936, y reemplazada en la posguerra por la actual, del imaginero José María Ponsoda.

Queridos hermanos y hermanas: Como bien sabéis, el próximo viernes, 8 de junio, celebramos la fiesta-solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Ese día, a las 19:30, en la Santa Misa, en el templo dedicado al Sagrado Corazón, conocido como el templo de la Compañía, he decidido consagrar, de nuevo, la diócesis de Valencia al Sagrado Corazón de Jesús, con motivo del centenario de su consagración, en 1918, y como se hizo en 1919 con la de toda España en el Cerro de los Ángeles.
Se va a cumplir, en efecto, el primer centenario de aquella consagración, tan significativa, oportuna y relevante. La situación que vivimos desde hace un tiempo, me hace ver que sería muy conveniente renovar en Valencia la consagración al Sagrado Corazón de Jesús. Por eso esta decisión, pensada, meditada y orada, que comunico a toda la comunidad diocesana para que todos la asumamos y la hagamos nuestra. Dios nos concede la gracia -don inmenso- de consagrar de nuevo, como en 1918, nuestra diócesis al Sagrado Corazón de Jesús, precisamente el día de la fiesta-solemnidad del Corazón de Jesús, en el templo del que es su titular. La caridad, corazón de la Iglesia, que es el vínculo de la unidad consumada, brota del Corazón de Jesucristo, fuente inagotable de amor y de misericordia.
Os escribo esta carta tras la fiesta­ solemnidad del Corpus Christi, sacramento de la caridad y de la unidad, para exhortaros y alentaros a que abramos de par en par nuestras vidas a este don de Dios y para pedir que nos unamos a esta consagración y a que vivamos cuanto en ella se significa y se expresa. Se trata de un acto mucho más que devocional. Es abrirse y entregarse a la caridad de Dios, a su infinita misericordia. En ella y con ella expresamos nuestra adhesión y comunión plena con Jesucristo, en quien se encuentran los tesoros inagotables de la bondad de Dios y de su sabiduría, en quien vemos y palpamos, y se nos entrega el Evangelio vivo de la misericordia, de la que estamos tan necesitados, la única que salva al mundo y le confiere toda la esperanza, la esperanza grande.
No olvidamos una cosa: los fariseos murmuraban de Jesús y le criticaban porque comía con publicanos y pecadores. Jesús responde con tres parábolas: la de una mujer que pierde una pequeña moneda y la encuentra; la del padre bueno frente a su hijo pródigo, que vuelve; y la de un pastor que pierde a una de sus ovejas y sale a buscarla. Así responde Jesús a aquellos que no entendían nada de quién es Dios, aunque creían que lo sabían todo de Él. Les dice: «Dios es así, como me veis a mí; así soy yo, imagen del Padre: lleno de misericordia, siempre presto al perdón, Dios se alegra de los pecadores que vuelven, va en busca de ellos, sana a los enfermos y los corazones desgarrados, no se alegra en la condena, no quiere que perezca ninguno sino que vuelvan y vivan».
En Cristo vemos el rostro de Dios que es amor, ama a los hombres: se sienta a la mesa amarga de los pecadores. En esa página del Evangelio de Lucas, de esa manera tan sencilla, Jesús con tres parábolas que se refieren a sí mismo, que explican lo que es y lo que hace, nos muestra el secreto insondable de Dios, que es amor: en eso hemos conocido el amor, en que Dios ha enviado su Hijo en carne al mundo, no para condenarlo sino para que tenga vida por Él. Su sacratísimo Corazón nos descubre la inmensidad de ese inmenso amor misericordioso que es Dios mismo y nos entrega en su Hijo, de quien nada ni nadie podrá apartarnos jamás.
El viernes, día 8, vamos a renovar la consagración de la diócesis de Valencia, al sacratísimo Corazón de Jesús. En el lenguaje bíblico el «corazón» indica el centro de la persona, la sede de sus sentimientos y de sus intenciones. En el Corazón de Cristo Redentor adoramos el amor de Dios a la humanidad, su voluntad de salvación universal, su infinita misericordia. Rendir culto y consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús, cosa que deberíamos renovar cada día, significa adorar aquel Corazón de hombre con que nos amó Jesús, aquel Corazón que, después de habernos amado hasta el extremo, hasta el fin, fue traspasado por una lanza y, desde lo alto de la cruz, derramó sangre y agua, fuente inagotable de vida nueva y eterna.
Sólo de esta fuente inagotable de amor que es el Corazón de Jesús, podremos sacar la energía necesaria para amar, para vivir y cumplir nuestra vocación al amor, para llevar a cabo nuestra misión. Necesitamos contemplar y admirar cuanto se entraña en el Corazón sacratísimo de Jesucristo para aprender lo que es el amor y lo que significa amar. Necesitamos beber de esta inagotable fuente de vida, de donde brota la Iglesia y sus sacramentos, para abrirnos de par en par al misterio de Dios y de su amor, dejarnos transformar por Él. Por eso, esta consagración diocesana al Sagrado Corazón de Jesús.
Necesitamos acercarnos y entrar dentro del Corazón de Jesús y beber de esta fuente para vivir en el amor, para hacer posible que surja una nueva civilización del amor, para responder y atender en el amor a las grandes pobrezas e indigencias del tiempo que vivimos, no sólo económicas, sino también y sobre todo humanas, sociales, morales, espirituales y religiosas. Necesitamos profundizar en nuestra relación con el Corazón de Jesús para reavivar en nosotros la fe en el amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en nuestra vida y siendo sus testigos fieles y llenos de su energía vivificadora. Debemos recurrir a esta fuente insondable del Corazón traspasado y abrasado de Cristo para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada y nuestra confianza en El, hasta vivir por completo de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás. Ahí está el secreto de la vida de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Como dijo Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo». Así, con esta consagración, abriremos camino para la esperanza y un futuro nuevo, lleno de luz y de vida.
No es ésta una devoción blanda y meliflua. La devoción al Corazón Sacratísimo de Jesús es una devoción, una espiritualidad para almas fuertes, para corazones recios, que viven de la más vigorosa experiencia que puede darse: la de ser amado por Dios como vemos y palpamos en este Corazón traspasado, de ver todo como don de Dios, del que trata de vivir. El culto del amor de Dios manifestado y entregado en el Corazón de Jesús debe ayudar a recordar incesantemente que Jesús cargó con el sufrimiento de la pasión y de la cruz voluntariamente por nosotros.
Cuando vivimos esta espiritualidad, cuando adoramos el Sagrado Corazón, cuando vivimos hondamente esta devoción, cuando nos consagramos a Él, para que Él viva y actúe en nosotros y nosotros estemos en Él, no sólo reconocemos con gratitud el amor de Dios, sino que seguimos abriéndonos a este amor de manera que nuestra vida quede cada vez más moderada por Él, más modelada por Él. El Corazón de Jesús es símbolo de su amor infinito, amor que nos impulsa a acoger su amor, y así amarnos los unos a los otros, y hacer de nuestra vida, una vida de amor, de entrega, de misericordia, de compasión, de perdón, de gracia, de don. Pero aún más, este amor del Corazón filial de Jesús que nos invita a entregarnos totalmente a su amor salvífico tiene como primera finalidad la relación con Dios. Por eso, este culto, orientado totalmente al amor de Dios que se sacrifica por nosotros, reviste una importancia insustituible para nuestra fe y para nuestra vida en el amor. Quien acepta el amor de Dios interiormente queda modelado por él. El hombre vive la experiencia del amor de Dios como una llamada a la que tiene que responder. La mirada dirigida al Señor que tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades, nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las necesidades de los demás. La contemplación, en la adoración, del costado traspasado por la lanza nos hace sensibles a la voluntad salvífica de Dios. Nos hace capaces de abandonarnos a su amor salvífico y misericordioso, y al mismo tiempo nos fortalece en el deseo de participar en su obra de salvación, convirtiéndonos en sus instrumentos.
El Corazón de Jesús nos abre a la misión. Nos hace ser misioneros, todos y donde estemos. Para la evangelización de hoy es necesario que el Corazón de Cristo sea reconocido como el corazón de la Iglesia: es él quien llama a la conversión y a la reconciliación. Es él quien atrae los corazones puros y a los hambrientos de justicia hacia los caminos del amor que no son otros que los de las bienaventuranzas. Es él quien realiza la comunión ardiente de los miembros del único Cuerpo. Es él quien permite adherirse a la buena nueva y acoger las promesas de la vida eterna. Es Él quien envía en misión. El abandono en Jesús, el entregarnos y confiarnos a su Sacratísimo Corazón, ensancha el corazón del hombre hacia las dimensiones del mundo.
Necesitamos abrirnos a la fuente inagotable de donde brota, al Corazón de Cristo, la Iglesia, de donde mana la fuente de la gracia, de los sacramentos, y vivir así de esta Iglesia, de sus sacramentos, de la gracia. La devoción y consagración al Sagrado Corazón nos conduce a la Iglesia, nos lleva a los sacramentos, nos pone ante la Palabra de Dios que ha de alimentar nuestras vidas, nos lleva a la oración filial que con corazón de hijo se dirige al Padre de la misericordia y Dios de todo consolación. Esta devoción, y más aún cuando se vive como consagración, nos lleva a cada uno y a la comunidad eclesial, diocesana, a vivir de la gracia y del amor de Dios y caminar por las sendas de la santidad. Una vida de escucha de la Palabra de Dios, de oración y de sacramentos es necesaria y fundamental para una renovación de la Iglesia y para tener vida en comunión con ella siendo testigos del amor de Dios entre los hombres y en favor de todos ellos sin exclusión de nadie. Deberíamos renovar incesantemente nuestra consagración al Corazón de Cristo, consagración que es don de sí para dejar que el amor de Cristo nos ame, nos perdone y nos arrebate en su deseo ardiente de abrir a todos nuestros hermanos los caminos de la verdad y de la vida, del amor. Renovemos la consagración de las familias, de nuestra diócesis de Valencia, de España entera, al Sagrado Corazón de Jesús en el día de la su fiesta, en los momentos tan cruciales que estamos viviendo. También en momentos cruciales se hizo esta consagración en otros tiempos de nuestra historia.
Vivamos esta nueva consagración al Sacratísimo Corazón de Jesucristo como un don que Dios concede a la diócesis de Valencia y a cada uno de cuantos nos unamos personalmente a ella. No dejemos pasar este acontecimiento de gracia. Os invito a todos a participar o unirse espiritualmente a esta consagración: que todos hagamos, desde casa, desde la parroquia, o desde nuestra comunidad esta consagración Que toda la Diócesis haga esta consagración, que nadie dejemos de hacer esta consagración. Unámonos todos, pues, con un solo corazón y una sola alma, a la consagración diocesana; sigan los que no puedan estar físicamente en la celebración con la oración. Dispongamos nuestro espíritu con la oración, la penitencia sacramental, y la participación en la Eucaristía. Queridos hermanos sacerdotes, imprescindibles colaboradores del Obispo, a vosotros os pido de manera singular, que exhortéis y alentéis al pueblo que se os ha confiado a que se una y viva esta consagración, aunque sea posteriormente al momento en que la hagamos en el templo dedicado al Sagrado Corazón, iglesia de la Compañía, en Valencia. ¡El Señor está muy grande con nosotros y nos llenamos de su alegría!.
Vivamos este acontecimiento don que Dios nos concede, que nos abre a una esperanza grande, y que Dios nos dé la gracia de vivir y prolongar en toda verdad cuanto en esta consagración se expresa y significa. Perdonad que no haya hecho esta comunicación con más tiempo: esto también puede ser un signo de lo apremiante que resulta.
Con mi agradecimiento, afecto y bendición para todos.