La santidad de la Iglesia es hoy objeto de una reflexión intensa tanto a nivel teológico como espiritual y pastoral. La prueba está en la reciente exhortación “Gaudete et exsultate” del Papa Francisco sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, publicada el 19 de marzo último.
Es verdad que la santidad es esencial a la naturaleza misma de la Iglesia. El Credo nos recuerda que es “una, santa, católica y apostólica”. Es “Iglesia de los Santos”, por lo que la santidad pertenece a la naturaleza misma de la Iglesia. Es uno de sus elementos esenciales; es parte de su ADN, de su códice genético. Por lo tanto, una Iglesia, que no sea santa, no sería la verdadera Iglesia de Cristo, sino una realidad social, como muchas otras.
Por lo tanto, solo una Iglesia santa, enamorada de Cristo Jesús, puede hacerse oír, sobre todo hoy en día que se cree más en los hechos que en las palabras.
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En aquella hermosa ceremonia del 11 de marzo del año 2001, el Papa Grande y Santo beatificó a 233 mártires españoles, la gran mayoría eran valencianos y determinó que a partir de ese día, el 22 de septiembre sería su fiesta litúrgica. La Diócesis de Valencia ha recibido una hermosa herencia de fe y de fidelidad que es más fuerte que “el desánimo, el cansancio o la desesperanza”; es más vigorosa que “el descontento y la falta de confianza” que pueda existir entre nosotros, como dice nuestro Cardenal-Arzobispo en su reciente carta al comenzar el curso pastoral 2018-1019. La muchedumbre de mártires valencianos nos protege, nos sostiene y nos llevan hacia Dios.
Antes, como ahora, mucha gente es perseguida sencillamente por vivir a contracorriente. Y vivir a contracorriente comporta tomarse en serio los compromisos adquiridos con Dios y con los demás. Y quienes así proceden cuestionan a esta sociedad desquiciada; incluso aparecen como personas molestas porque sencillamente no quieren sumergirse en una oscura mediocridad, ni aspiran a una vida cómoda. Jesús mismo lo remarca, “quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16,25).
Para vivir el Evangelio no se puede esperar que todo sea favorable a nuestro alrededor, porque muchas veces las ambiciones y los intereses mundanos juegan en contra nuestra. Así de claro lo dice el Papa Francisco. “En una sociedad alienada, atrapada en una trama política, mediática, económica, cultural e incluso religiosa que impide un auténtico desarrollo humano y social, es difícil vivir las bienaventuranzas. Incluso quienes así viven, llegan a ser mal vistos, sospechosos y son ridiculizados”. Por lo que tenemos que tener muy presente que la cruz, sobre todo el cansancio y los dolores que se tengan que soportar por vivir el mandamiento del amor y seguir el camino de la justicia, es fuente de maduración y de santificación.
“Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. ¡Cuantos sufrimientos y persecuciones hay que soportar por el Evangelio! Un santo no es alguien raro, ni lejano. Las persecuciones no son una realidad del pasado, también hoy las sufrimos, bien de manera cruenta -como las sufren tantos y tantos mártires contemporáneos- o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. Otras veces se trata de burlas que intentan desfigurar nuestra fe y hacernos pasar como seres ridículos. Jesús dice que habrá felicidad cuando “os calumnien de cualquier modo por mi causa” (Mt 5,11). El Papa Francisco nos recuerda que “aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad”.
Y como ejemplo de lo expuesto más arriba mostramos a José Aparicio Sanz y Compañeros Mártires: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas y seglares, hombres y mujeres de toda edad y condición social que fueron beatificados el aquel 11 de marzo de 2001 y en posteriores celebraciones. Ellos son intercesores nuestros ante el Padre Celestial ya que permanecieron fieles a Cristo y a su Iglesia en circunstancias de persecución religiosa.
¡José Aparicio Sanz y compañeros Mártires, rogad por la Iglesia que camina en Valencia!