L.B. | 21-06-2018
Este sábado 23, la catedral de Valencia acogerá la ordenación sacerdotal de diez jóvenes. Se trata de Juan Alberto Ballester, Jordi Cerdá, Carlos Dutor, Daniel Francés, José Manuel Giménez, José Gómez, Juan-Honorio Huguet, Antonio Muñoz, Juan Pérez y Camilo Ruiz. El cardenal Antonio Cañizares presidirá la ceremonia a las 11 horas. En estas páginas varios de ellos explican cómo sintieron la vocación, cuál ha sido el proceso de discernimiento que han seguido hasta llegar a este día y cómo lo han compartido con las personas que tienen a su alrededor.
Jordi Cerdá Juan. Canals. Seminario Santo Tomás de Villanueva
“La forma de vivir la fe tan alegre de mi párroco, Emilio Úbeda, me ayudó a decidirme ”

Jordi Cerdá Juan nació hace 28 años en Canals. Después de estudiar tres cursos de Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia, este joven aficionado a viajar, leer y pintar, decidió entrar en el Seminario.
Su vocación había surgido poco a poco en la parroquia San Antonio Abad de su localidad natal, donde participaba en la vida parroquial desde bien pequeño. De hecho, desde los 9 años fue monaguillo, luego perteneció a los Juniors como niño y más tarde como educador hasta llegar a ser jefe de centro. También fue catequista de Comunión y de Confirmación hasta que decidió entrar en el Seminario.
Las reacciones ante su decisión de ser sacerdote fueron de lo más diversas. Aunque muchos se lo esperaban, en su casa “al principio calló como un jarro de agua fría, pero poco a poco mis padres, Antonio y Ángela, y mi hermana Ángela, me han ido viendo feliz y ellos también se han convencido de que es el camino de Dios lo que nos pone a cada uno en su lugar”, comenta.
Jordi reconoce que Dios le ha ido poniendo en el camino todo lo necesario para que se diese cuenta de cuál era su voluntad, “pero sí que es verdad que la visión parroquial y eclesial, la forma de vivir la fe tan alegre de mi párroco, Emilio Úbeda, me ayudaron a decidirme”, señala.
De su estancia en el Seminario destacaría las amistades que surgen a lo largo de los siete años y el esfuerzo de muchos para que sea verdaderamente un proceso formativo eficaz. “Cómo no, también destacaría la figura de santo Tomás de Villanueva, sobre todo en este último período de formación en el Colegio de la Presentación y sus formadores”.
Como parroquia de pastoral le asignaron la de San Onofre Anacoreta, de L’Alcudia de Crespins. “También una comunidad muy viva y activa, donde he podido disfrutar de su vida y su manera de vivir la fe”.
Cantará su primera misa en su parroquia de origen, San Antonio Abad, de Canals, este domingo 24, a las 19 horas.
Ante su próxima ordenación Jordi Cerdá se siente “agradecido por todo lo recibido inmerecidamente, y aunque un poco nervioso, sobre todo, muy ilusionado y contento”.
Juan-Honorio Huguet Gil. Llutxent. Seminario La Inmaculada
“Siempre le decía a Dios: si quieres algo, dímelo más claro. Hoy desbordo de gozo”

Juan Honorio Huguet Gil, de 24 años, nació en Llutxent y tiene siete hermanos (Judit, Jacob, Aaron, Paloma, Isaies, Loreto y Bosco).
Estudió música -toca el trombón y el piano- y fue camarero antes de entrar en el Seminario.
Volviendo la mirada atrás, Juan reconoce que puede ver la acción de Dios en cada momento de su vida. Nacido en una familia cristiana, donde sus padres, Juan-Honorio y Guadalupe, le transmitieron “el mejor regalo que unos padres pueden hacer a sus hijos: la fe”. “En mi familia he experimentado que Dios está vivo y actúa con su providencia, ya que donde las situaciones de la vida parecían empujarte a la tristeza, Dios lo transformaba todo en alegría”, explica. “Recuerdo cuando nos reuníamos toda la familia a rezar el domingo, nuestros padres nos decían que Dios nos ama, por eso debíamos preguntarle a Él qué quería de nosotros, porque solo Él nos podía hacer felices”, añade. Por eso, ha podido ver cómo todos sus hermanos estaban abiertos a la vocación de Dios, tanto a la vida consagrada, como al sacerdocio o a tener una familia cristiana.
Juan Honorio entró con 13 años en el Camino Neocatecumenal, y fue ahí donde pudo experimentar el amor de Dios, “que me ama gratis, por lo que no tengo que ganarme nada”.
Además, reconoce que, en todos los ámbitos en los que ha estado: colegio, conservatorio, equipos de fútbol, banda, instituto, trabajo… ha experimentado, que “a pesar de ser un trasto, seguramente más que mucha gente, tenía una luz, una gracia que otros no tenían o no habían descubierto, que es Jesucristo”. Y así tuvo la certeza de que tenía una misión concreta para él.
Al principio, Juan Honorio se resistió un poco porque tenía su propio plan de vida: quería ser científico, casarse y tener una familia numerosa. Así que le costó aceptar la voluntad de Dios, que se la manifestaba a través de la oración y de encuentros vocacionales. “Recuerdo que en el momento en que pedían vocaciones para el sacerdocio el corazón se me aceleraba y ardía -no se me ocurre una palabra para describir esa sensación-. Y yo siempre le decía a Dios: si quieres algo, me lo tienes que decir más claro”, recuerda. Al final, en el verano antes de empezar primero de Bachiller, fue a acompañar a su hermano Aaron, dos años menor, que había decidido entrar en el Seminario Menor. Cuando llegaron, sus padres le invitaron a hablar con los formadores del Seminario, y fue entonces cuando decidió, “con un poco de miedo”, que ése también era su sitio.
Su familia, lógicamente, se alegró de esta decisión, aunque a muchos amigos les impacto y extrañó. “Alguno pensaba que me habían lavado la cabeza o algo así”, dice. Y añade que “lo cierto es, que cuando ves a alguien que responde a la vocación, no te deja indiferente, porque te hace plantearte tu propia fe, ya que uno solo da su vida por algo importante”.
Para Juan Honorio son muchos “los peregrinos” que le han marcado. “Pienso en personas concretas de mi parroquia, la Asunción de Nuestra Señora, que están dando la vida, se están entregando sin ningún reconocimiento humano. Pienso en personas mayores que aun con dificultad no dejan de ir a misa y ofrecen sus sufrimientos. Pienso en aquellos que han sufrido enfermedades durísimas y han sido un signo de cómo vivir la enfermedad cogiéndose a Dios. Pienso en gente que ya no está entre nosotros, pero que han dejado su marca en mi corazón y echan una mano desde el cielo. Pienso en tantas familias, sacerdotes, religiosos y misioneros que he conocido. Pienso también en mi párroco, don Pascual Serna, que me ha acompañado en todo este proceso”.
Durante su estancia en el Seminario, tanto menor como mayor, Juan Honorio ha madurado, discernido la vocación, conocido los distintos carismas de la Iglesia y a “gente maravillosa con muchas ganas de santidad”. Y reconoce que en este tiempo “lo he pasado genial, he rezado, he celebrado la eucaristía, he aprendido mucho y he disfrutado de la teología… ¿qué más puedo pedir?”.
Juan estuvo dos años de pastoral en Canals, con Emilio Úbeda, y más tarde en los Santos Juanes de Xàtiva con Raúl Jiménez. “Etapas distintas en las que he disfrutado muchísimo de la misión más preciosa que hay, que es la de llevar los hombres a Dios y Dios a los hombres”, explica. Al final de todo este tiempo de pastoral ha aprendido que “por encima de todo lo que puedas hacer, lo importante es amar. Amar a las personas a las que eres enviado. Tanto en Canals como en Xàtiva me he sentido muy querido y acompañado”.
Ahora, ante su próxima ordenación se siente “desbordado, en todos los sentidos, como dice Isaías “desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios” (Is 61, 10)”.
José Gómez Marín. Torrent. Seminario El Patriarca
“San Juan de Ribera ha puesto en mí un amor especial por la Palabra y el culto digno”

José Gómez Marín nació en Torrent hace 26 años. Aficionado al senderismo, a escuchar música, al cine y, sobre todo, “a disfrutar del tiempo con mis amigos, aunque sea tomando un café”, José estudió dos cursos de Filología Clásica en la Universitat de Valencia y trabajó como monitor de tiempo libre.
Reconoce que su vocación nació “de una manera muy discreta” y “fue germinando como una semilla que el Señor había puesto en mí desde mi infancia”. En el momento en que comenzó a entender que el Señor le llamaba a ser sacerdote tenía 19 años y estaba muy involucrado en la actividad pastoral de su parroquia, sobre todo como educador del equipo de Identidad II del centro Juniors ‘Monte Sión-Luis Amigó’. “Estar cerca de Jesús y hablar de Él a los demás me hacía feliz”, recuerda de aquella etapa. Mientras todo esto iba moviéndose en su interior, tres acontecimientos le ayudaron a decidir su respuesta: un retiro organizado por Juniors MD llamado ‘Compromisos’, el encuentro 2miliPico de 2011 y la peregrinación a la beatificación del papa Juan Pablo II.
Cuando comunicó su decisión a su familia, amigos y compañeros de trabajo, hubo reacciones muy diversas, desde el “no me lo esperaba” a “se veía venir, menos mal que ya te has atrevido a responder”.
Sus padres, José y Consolación, fueron quizás los más sorprendidos. “Recuerdo que mi padre me preguntó: ¿Has tomado esta decisión libremente? Justamente es una de las cosas que hemos de jurar al acceder al ministerio, que lo hacemos libremente. Nunca he sido más libre”, explica José.
Antes y durante, fuera y dentro del Seminario, José ha encontrado grandes sacerdotes que le han ayudado a ir respondiendo a la llamada del Señor. “El ejemplo de estos sacerdotes y el continuo apoyo y oración de mis amigos han sido, sin duda, dos pilares fundamentales durante estos siete años de formación, y lo serán en los años de ministerio”, señala.
José estuvo primero en el Seminario Metropolitano la Inmaculada, en Moncada, y posteriormente, en el Real Colegio-Seminario de Corpus Christi. “Del primero he de agradecer la gran paciencia que mi formador, el director espiritual y el rector tuvieron y el gran trabajo que el Señor ha hecho conmigo”. Del segundo, destaca que “fue una sorpresa al principio y un gran regalo después”. Allí José ha descubierto “qué necesario es para el sacerdote la autodisciplina, tomarse en serio la propia formación y, sobre todo, en esta última etapa ya cercana al ministerio, el ejemplo de san Juan de Ribera, que ha puesto en mí un amor especial por el estudio de la Palabra y por ofrecer a Jesús un culto digno, tanto en la forma como en el espíritu”.
Pero quiere hacer hincapié en que uno de los mejores regalos que se lleva del Seminario “son los compañeros que más que amigos han llegado a ser hermanos”.
Después de pasar por su parroquia de pastoral, Nuestra Señora de Monte Sión, de Torrent, ante su próxima ordenación se siente “confiado y agradecido a mi madre la Iglesia y un poco nervioso por la grandeza del ministerio”. Pero, sobre todo, reconoce que estos días “los estoy viviendo, con la ayuda del Espíritu, con paz, con alegría y con mucho amor, me estoy sintiendo muy amado por el Señor, por mis amigos, por mi comunidad parroquial, por mi familia, incluso por muchos sacerdotes y con la cercanía del rector y de Arzobispo. Hay mucha gente rezando por nosotros y sé que el Señor les está escuchando”, concluye.

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