CARTA PASTORAL DEL CARDENAL ARZOBISPO DE VALENCIA AL  COMENZAR UN NUEVO CURSO PASTORAL A TODO EL PUEBLO DE DIOS  QUE PEREGRINA  EN  VALENCIA

Queridos  hermanos:  Como  todos los  años,  al  comenzar  el nuevo  curso  pastoral,  os escribo una  Carta.  Este  año  os  la  escribo  con  motivo del  Sínodo  Diocesano,  cuya  Asamblea  Final,  como sabéis,  estaba  prevista  para  los  días  2, 3 y 4 de octubre  de este  año,  con  la  que  se  culminarían  los trabajos  llevados  a  cabo  desde  su  convocatoria,  pero,  desgraciadamente,  Dios  sabe,  habrá  que retrasarla  un  poco  y ya os comunicaré  oportunamente.  El  que  tengamos que  aplazarla  de nuevo, no debe  generar ningún desánimo, sino todo lo contrario:  una  prueba  para  reafirmar nuestra fe, nuestro  ánimo  renovado y  nuestra  apuesta  por el Sínodo,  que  es lo  que    Dios  quiere y reclama nuestra Iglesia diocesana, el bien  de los fieles que  la configuramos. Sí  escuchamos la voz del Señor, hemos  de seguir y finalizar  la  obra  que  Dios puso  en nuestras  manos  para  seguir fielmente  lo  que nos  pide  y llevarla  a su  culminación.

Con  esta  Carta  Pastoral  os  recuerdo  y  hago   memoria,  siempre  agradecida,  del  proceso seguido  y  del  sentido  de  nuestro  Sínodo  Diocesano,  porque  viene   bien   recordarlo  y  así  no  se enfríen   nuestras  esperanzas  y  anhelos,   porque  esperanza   suscita   esta   obra  y  no   podernos defraudar.

Las circunstancias de la pandemia del covid-19, y la situación de alarma y de confinamiento, vivida en sucesivas fases, con sus normas, han aconsejado que la celebración de la Asamblea Sinodal, propiamente dicha, que estaba prevista, primero, para el pasado  Pentecostés, se  aplazase o pospusiese al mes de  octubre, en los días  señalados  antes, de  este mismo  año. (Sobre  la etapa actual de esta  pandemia os escribo estos días  para  que  también avivemos  nuestra esperanza).

Ahora, al tiempo que refresco un poco la memoria de todos, quiero pediros que intensifiquéis  vuestra  oración  y vuestra  adhesión  renovada a  este  don  de  Dios  que  hasta ahora está  siendo  el Sínodo  y será  aún  más para  el futuro de nuestra  Diócesis  y que  renovéis y recobréis el  ánimo  y  vuestra  colaboración  en relación con  este  innegable  don  de  Dios,  que  es el  Sínodo Diocesano.  La  celebración  de la  Asamblea  Sinodal, con  la  aprobación  por  parte  de la Asamblea  de las propuestas presentadas a los Obispos para su aprobación correspondiente, abrirá la etapa de aplicación de lo aprobado y del camino a seguir, con esperanza y decisión, en la andadura posterior  de nuestra  diócesis y en los  momentos duros y difíciles que atravesamos,  que, sin  duda, son  también momentos de gracia y de llamada a nuestra responsabilidad personal y común. Este es el texto que os ofrezco en esta Carta Pastoral

1. Para enmarcar el Sínodo Diocesano

Hermanos: Se ha cumplido ahora, prácticamente, un año de la reunión (13 de junio 2019) en que comuniqué a los sacerdotes convocados para la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote mi propósito y decisión de celebrar un nuevo Sínodo diocesano, tras el realizado y aprobado anteriormente por nuestro querido Arzobispo, de feliz memoria, D. Miguel Roca Cabanellas, q.e.g.e.; antes, el lunes previo a esa fiesta, comuniqué tal decisión y propósito al Consejo de Gobierno en su reunión habitual semanal. Previamente había escuchado, en varias ocasiones, a sacerdotes y a laicos la conveniencia de convocar nuevamente un sínodo, como el que convocó y realizó mi querido y admirado antecesor, el gran Arzobispo D. Miguel Roca Cabanellas, entre otras cosas, para actualizar aquel; también se me había presentado, en el Consejo Diocesano de Pastoral hablando del Sínodo universal sobre los jóvenes, de la Jornada Mundial de la Juventud, del documento que el Papa Francisco preparaba para toda la Iglesia sobre la evangelización de los jóvenes -hecho realidad viva y esperanzadora en su Exhortación Apostólica “Cristo vive”-, la pregunta-demanda ¿por qué no se convoca un sínodo similar al de Roma sobre los jóvenes, sobre la cuestión tan candente y urgente sobre la evangelización de los jóvenes en nuestra diócesis?. La cuestión de un Sínodo aquí en Valencia era como una cuestión que, de múltiples maneras y ocasiones salía y rondaba como flotando en el ambiente, y, finalmente apareció explícitamente, con más claridad, aunque más como interrogante o deseo o posibilidad y conveniencia, en la última reunión del Colegio de Arciprestes, celebrada en el lunes anterior a la fiesta de Pentecostés.

Todos estos hechos y otros más, fueron para mí como llamadas e inspiraciones, creo que signos, que, leídos en fe y desde la fe, me decían y me abrían a la oportunidad del anuncio de un nuevo Sínodo Diocesano en Valencia. Durante varios días llevé esto a la reflexión personal, al estudio y, sobre todo, a la oración: “¿No nos estará diciendo Dios, con todo esto, que convoque un Sínodo?”. Y coincidiendo con la  fiesta de Pentecostés y en su vigilia vi con claridad que Dios me pedía esta convocatoria; y al comunicarla como decisión que no consulta, al día siguiente, como ya he dicho en la reunión del Consejo de Gobierno diocesano, encontré no sólo eco favorable, sino verdadera confirmación de lo que Dios quería; y por eso así lo comuniqué en la primera y más apropiada oportunidad que el Señor me ofreció para comunicarla a todos, que fue la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno  Sacerdote: ¿qué mejor día y qué mejor ocasión para comunicarlo a los sacerdotes, mis imprescindibles y queridos colaboradores, reunidos para celebrar esta fiesta, su fiesta?.

2. ¿Por qué y para qué un Sínodo Diocesano ahora?

Sencillamente, para que nuestra Iglesia local de Valencia interiorice y asimile, aún más que lo ha hecho hasta ahora, -y ha hecho mucho- el Concilio Vaticano II y para asimilar e interiorizar  el riquísimo magisterio de los Papas del postconcilio, su mejores y más autorizados intérpretes y guías, en palabras y gestos: San Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. ¿Por qué y para qué un Sínodo?: Para que se renueve desde dentro y se fortalezca, para que tome conciencia de Iglesia diocesana “en salida para la misión”, llamada como toda la Iglesia a evangelizar, salir en ‘misión evangelizadora’ a donde están los hombres, para conseguir una pastoral más orgánica y conjuntada en orden a una nueva evangelización urgente, para estructurar adecuadamente la diócesis, para dar respuesta a los problemas y desafíos que tenemos planteados y movilizar las fuerzas en orden a conseguir las grandes metas que hoy la Iglesia se propone y los objetivos pastorales que se consideren preferenciales.

Tenía delante la situación cultural, social, política y religiosa de nuestra diócesis, en el marco de España, de Europa, de la Iglesia en el mundo de hoy, con la gravedad de sus problemas y el sufrimiento inmenso de tantos hermanos nuestros; y, en mi discernimiento, escuchaba una llamada de Dios, que nos apremia a cumplir con más lucidez y eficacia, y a seguir y secundar decididamente la misión recibida de Jesucristo en favor del mundo y de los hombres. El pueblo de Dios que vive en Valencia, en España, ahí, con toda la diócesis valentina que me ha sido encomendada, ahí, precisamente, debía esforzarme, con la ayuda de Dios, y el apoyo de la diócesis, en ser fiel al ministerio recibido “para que los que creen en Dios traten de sobresalir en la práctica de las buenas obras” (1 Tito, 3, 8). Y por eso pensé, ante el Señor y las oportunas consultas, que tal vez sería conveniente -y lo mejor-, la convocatoria de un sínodo diocesano con participación de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, adultos y jóvenes. Sentía que necesitamos tal vez pararnos a pensar, confiar en lo que el Espíritu ha hablado y habla a nuestra Iglesia diocesana en sus Proyectos diocesanos de evangelización y entrar dentro de nosotros, como Iglesia, juntos, para ver donde estamos a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia, particularmente expresadas en el Concilio Vaticano II, el “Pentecostés  del siglo XX” en la Iglesia de nuestro tiempo, y para que, escuchando su voz hoy, reemprendamos el camino todos juntos (“sínodo”) llenos de ilusión y de esperanza, de gozo en la presencia del Señor que nos acompaña en nuestras alegrías y nuestras penas. La Iglesia en Valencia, en la situación que vive necesita hacer un camino juntos, que eso es un sínodo, hacia una renovación para evangelizar nuestro mundo. Por eso el lema o leiv motiv del Sínodo es “POR UNA IGLESIA DIOCESANA DE VALENCIA EVANGELIZADA Y EVANGELIZADORA”.

Así lo veía y veo desde mi responsabilidad, delante de Dios, como Obispo. Creía y creo sinceramente, y así lo expreso, que, en orden a marcar un nuevo dinamismo y un renovado vigor en nuestra diócesis para esta nueva fase de su historia, una nueva época en la que estamos, -inesperadamente marcada ahora desde hace unos meses por la pandemia del coronavirus con todas las crisis sanitarias, humanas, morales, religiosas sociales, económicas, religiosas y políticas que la acompañan- era conveniente poner a toda la diócesis en marcha para hacer un camino juntos, un sínodo diocesano. Pensé mucho esta decisión y convocatoria, la medité convenientemente, escuché las voces que me llegaban de algunas partes, pedí a Dios luz sobre esta convocatoria. Y en el tiempo que Dios, creo, había elegido, hice pública la decisión que ya conocéis y nos dispusimos a su apertura en la fiesta de la gran renovadora y evangelizadora que fue en su siglo, Santa Teresa de Jesús, y cuyo benéfico influjo renovador y de fortalecimiento de la Iglesia aún perdura y perdurará. ¡Cómo nos conduce y guía Dios!. (Y cuando comienzo a hilvanar y redactar estas o hago esta reflexión, no me parece casual que sea precisamente en tiempo de la desescalada de la situación de alarma y de confinamiento por la pandemia, tras la fiesta de la Ascensión del Señor, en la víspera de Pentecostés, en la semana del centenario del nacimiento de San Juan Pablo II, al día siguiente de la fiesta de San Pablo VI, cuyos pontificados tanta luz nos aportan en estos momentos y para ellos, y las acabo tras la fiesta de San Pedro y San Pablo, los dos pilares de la Iglesia en misión apostólica).

Es una cuestión de largo alcance la del Sínodo diocesano, y por eso tomamos una decisión ponderada; no fue ni ha sido fruto de una improvisación. Por eso pido que roguemos a Dios que nos conceda luz y sabiduría para discernir cuál es su voluntad, para percibir, caminando juntos y en espíritu de sinodalidad, qué es lo que más conviene a nuestra querida diócesis de Valencia, en definitiva, para acertar conforme a su designio a vivir la misión de la Iglesia en nuestro tiempo y atendiendo a las necesidades de los hermanos que se nos han confiado.

No es la primera vez que se han celebrado sínodos en nuestra diócesis. Valencia tiene una larga tradición de sínodos diocesanos; recordad los pontificados de santo Tomás de Villanueva y de San Juan de Rivera, pródigos en sínodos diocesanos, tan decisivos en su historia y vida. No queda muy lejano el último que tuvo lugar en Valencia durante el pontificado de nuestro querido D. Miguel Roca, q.e.g.e; fue ciertamente un acontecimiento de gracia. Si, guiados por Dios, hemos convocado un nuevo sínodo, el segundo después del Concilio Vaticano II, con todo lo que el Espíritu ha dicho y hecho, en los pontificados posconciliares y a través de la Conferencia Episcopal Española, también este nuevo Sínodo va a ser, está siendo, un acontecimiento de gracia, un paso salvador de Dios entre nosotros.

Como bien sabéis, el Sínodo diocesano es una asamblea o reunión extraordinaria de todos los miembros del Pueblo de Dios -presbíteros, religiosos, laicos, de la diócesis- que, convocados por su Obispo, colaboran con él en bien de toda la Comunidad diocesana. Son, pues, todos los cristianos de nuestra diócesis en comunión con la Iglesia los que han sido convocados, en diversa forma, a participar en las tareas sinodales a través de los cauces establecidos.

Como su misma palabra indica, “Sínodo”, ‘(synodos’, en griego) significa caminar juntos, marchar unidos, hacer el camino unidos; se trata de hacer un camino juntos toda la comunidad diocesana presidida por su Obispo, se trata de unirnos para avanzar en la tarea de renovar, y revitalizar, fortalecer nuestra Iglesia diocesana. Recoge, o ha de recoger, pues, el ser y el quehacer de la Iglesia que, unida por, con y en Cristo Jesús, camina hacia la perfección del Padre. De alguna manera podríamos decir que la Iglesia peregrina hacia la Patria siempre está en ese “camino juntos” – sínodo-. Recordemos las importantes y ricas aportaciones del Papa Francisco al tema de la sinodalidad que se han tenido o habrán de tenerse muy en cuenta.

Por eso también, se dispuso, en su día, y ahora os recuerdo, que se rezase, en todas las comunidades, por el Sínodo diocesano, y que en todas las Misas se hiciese, al menos, una petición en la “oración de los fieles”, o se celebrasen actos eucarístico por el Sínodo diocesano convocado y en marcha.

“El Sínodo diocesano, de gran tradición en la Iglesia, significa el modo más destacado y solemne que tiene el Obispo para ejercer su función de gobierno. Es también una expresión de corresponsabilidad. Su finalidad puede resumirse en estos puntos:

1) aplicar a la situación local la doctrina y disciplina de la Iglesia universal;

2) dictar normas de acción pastoral;

3) corregir, si fuera el caso, errores, desviaciones o vicios existentes;

4) cultivar la común corresponsabilidad en la edificación del Pueblo de Dios” (Nota al can 460 del CIC, edición BAC) .

Sin prejuzgar el modo de organización y desarrollo de un sínodo diocesano entre nosotros, recogiendo la experiencia de los otros sínodos celebrados en Valencia, en España y fuera de ella, los sínodos, en cualquiera de sus fases, tienen siempre tres momentos que no necesariamente son sucesivos:

a) un momento de reflexión y de estudio en que juntos se escucha y profundiza la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Iglesia, particularmente las conciliares, del magisterio de la Iglesia, se discierne y revisa la situación eclesial, pastoral, social, personal, a la luz de la Palabra y de las enseñanzas de la  Iglesia, y se atiende a lo que Dios nos pide a nosotros y a su Iglesia; en este momento se examina, a la luz de la Palabra de Dios que resuena en la Iglesia, la propia identidad cristiana y las tareas específicas que, como comunidad cristiana, ineludiblemente le conciernen; también se constatan las necesidades evangelizadoras y los recursos que posee para hacer presente y anunciar, en obras y palabras, el Evangelio;

b) un momento o tiempo de celebración y oración juntos, en que se celebra sacramentalmente la salvación de Dios incorporando a ella lo escuchado y discernido, se alaba a Dios, se le invoca, se pide su ayuda para todo aquello que está siendo descubierto en la reflexión y en el estudio o, también, partiendo de la celebración de los sacramentos y de la oración, como de la fuente y de la luz, nos encaminamos al estudio, a la realidad que vivimos, a las situaciones eclesiales etc; en este momento se cuida con especial esmero la celebración de la Eucaristía que es como  el centro del Sínodo, ya que expresa y declara la comunión con Cristo en la comunidad;

c) momento de proyección en el que, juntos, se van señalando los caminos de conversión, de renovación, y de acción eclesial, que tanto la celebración y la oración como la reflexión y el estudio hayan sugerido; aquí se proyecta, se programa, se inicia o se perfecciona la realización de las tareas pastorales concretas.

Hay que señalar que para que todo esto se pueda realizar juntos, es también necesario que le preceda el estudio y la reflexión personal, la oración y la participación, cada vez más viva e intensa, en los sacramentos por parte de cada uno de los que se implican en las tareas sinodales. También hay que señalar, que aquellos miembros del pueblo de Dios que, por las razones que fuere, no se embarcan en los trabajos sinodales, también son incorporados a la iglesia diocesana en el sínodo a través de la oración y de la información, de la sensibilización, que se les va ofreciendo al hilo de su desarrollo.

Ciertamente, aunque un sínodo no supusiese otra cosa más que esto, ya merecería la pena. Qué duda cabe que esta forma de proceder supone una revitalización personal y una revitalización de la iglesia diocesana, en sus comunidades, grupos, parroquias y movimientos. Constituye una auténtica experiencia de Iglesia: la Palabra, el sacramento, la oración, el compartir las mismas preocupaciones, inquietudes y experiencias de fe y de vida, el sentir las necesidades de la Iglesia y de los demás hombres como propias, el diálogo, la común preocupación evangelizadora, todo ello es lo que, en cierto modo, es la Iglesia y lo que nos fortalece como Iglesia.

Normalmente un sínodo requiere un tiempo suficiente, que se ha procurado que no sea largo, con diversas fases. Suele haber una fase preparatoria en la que se constituyeron los Organismos sinodales, las Comisiones, se estudiaron lo que se ha hecho en otras partes o en otros momentos en la diócesis de Valencia y se decidió el modelo de sínodo que parecía que convenía más, se determinaron los contenidos, la metodología, se elaboraron los materiales que ayudasen a los grupos sinodales. En la primera fase, las comunidades parroquiales, las comunidades de religiosos, religiosas, Institutos seculares, u otras asociaciones de vida consagrada, grupos y movimientos apostólicos, grupos temporales que se constituyeron para el Sínodo, instituciones de Iglesia -como Caritas, Universidad Católica, Universidad Cardenal Herrera, Colegios diocesanos, Escuelas Católicas, etc.-, con autonomía y responsabilidad, realizaron los trabajos sinodales conforme a lo que se había previsto. Es lo hemos hecho hasta. En la segunda fase, o etapa propiamente sinodal, a la que vamos ahora, se celebrará la Asamblea diocesana donde culmine todo el proceso en la forma que quedó establecido en la organización del sínodo; es la fase en la que se recoge el trabajo de la fase anterior y se proponen las conclusiones. Es lo que vamos a llevar a cabo o realizar cuando las circunstancias lo aconsejen, si Dios quiere. Al final, el Obispo aprobará y promulgará las conclusiones que considere pertinentes. Aprobadas y promulgadas las conclusiones son incorporadas a la Iglesia diocesana, a su vida y acción pastoral.

En los años del posconcilio nuestra Iglesia diocesana ha tenido un recorrido rico y esperanzador. Ha recorrido y seguido un tiempo de gracia y de acción salvadora de Dios en medio de nosotros. Tiempo de interiorizar, en unas circunstancias concretas, las enseñanzas conciliares y posconciliares.

Necesitamos hacer memoria para dar gracias a Dios y para revisar y corregir, si fuera necesario, fortalecer u orientar de nuevo nuestra realidad diocesana. Necesitamos, en todo caso, reemprender e intensificar el camino de renovación que nos trazó el Concilio y que ha sido explicitado y concretado por sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, parroquias, comunidades, movimientos apostólicos y grupos de creyentes participemos unidos en el servicio de la  fe de nuestro pueblo, tanto de los creyentes y practicantes, como de aquellos que viven, total o parcialmente, al margen de la fe en el Dios viviente sin una clara esperanza de la salvación que Él nos ha prometido; esto es, que todos tomemos parte en la renovación, fortalecimiento y revitalización de nuestra diócesis, recorriendo juntos un mismo camino que tiene como metas:

–  Conocer, asimilar interiorizar y poner en práctica cada día mejor las enseñanzas del Concilio Vaticano II, las enseñanzas posconciliar de la Iglesia, de los Papas del Posconcilio, de la Conferencia Episcopal Española, de nuestra diócesis en la situación presente; alcanzar una conciencia más lúcida de la identidad cristiana de y en cada comunidad, grupo creyente, por medio de una revisión crítica a la luz del Vaticano II y el magisterio ordinario y testimonio de la Iglesia; fortalecer, revitalizar nuestra comunidad diocesana y recobrar nuevo aliento y estímulo para una presencia renovada y renovadora en nuestro tiempo; y siguiendo el Vaticano II poner en  el  centro de todo y de todos, de la diócesis, de las parroquias y comunidades, la Eucaristía, la divina Liturgia y cuanto significa, y la Palabra de Dios leída, proclamada, transmitida y vivida en la Iglesia, de los santos.

   – Encontrar y alentar los caminos de la  nueva evangelización en nuestra diócesis, impulsando una pastoral de la conversión, de la santidad y del servicio samaritano entre nuestras gentes y en los países de misión donde Dios nos llama, particularmente los Vicariatos amazónicos del Perú; descubrir las llamadas y exigencias evangélicas y misioneras propias de nuestro ser de cristianos y establecer las tareas ineludibles de nuestro servicio a los hombres de hoy, particularmente a los jóvenes tan necesitados de Evangelio;

   – Repensar nuestra pastoral para centrarnos en lo esencial, en lo que es el ser y el quehacer nuclear de la Iglesia, para organizarnos mejor, de manera corresponsable, orgánica y conjuntada: en comunión eclesial;

   – Señalar aquellas opciones preferenciales y enucleadoras que han de orientarnos en el próximo futuro.

Teniendo en cuenta todo lo anterior pedí a los diferentes Consejos de los Órganos de Comunión diocesanos que deliberasen y me aconsejasen acerca:

    – de cuáles serían los puntos principales a tener en cuenta en esta convocatoria de un sínodo diocesano, en orden a marcar un nuevo dinamismo y un renovado vigor en nuestra diócesis para esta nueva fase de su historia; dificultades que se observan y posibilidades que se abren; problemas a los que habría que atender o superar;

– de las finalidades y metas concretas que habría que proponerse con un sínodo para nuestra diócesis: necesidades a las habría que responder, desafíos que tenemos planteados, etc;

– del modo cómo proceder, de las líneas generales de la organización del Sínodo.

El abundante y amplio material recogido se ofrece a todos y está a disposición de todos.

 Que Dios bendiga a todos, que nos ilumine en nuestros trabajos y que nos indique los caminos a seguir en verdadera sinodalidad, mirando siempre a Jesucristo, iniciador y consumador de nuestra fe, y que la Virgen María, nuestra Señora de los Desamparados, San Vicente Mártir y San Vicente Ferrer, y todos los santos valencianos, y los Ángeles Guardianes de nuestra diócesis y de los Ángeles Custodios de cada uno y de cada comunidad y pueblo, nos ayuden y acompañen. Rezad todos por el Sínodo, desde hoy mismo. Para gloria de la Santísima Trinidad: Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo.

 El Sínodo diocesano, con la conversión personal y pastoral, con la renovación que nos reclame, con su aceptación y puesta en práctica habría de ser, sobre todo, lo que nos guiase y nos ocupase en este nuevo Año pastoral, que también estará marcado por el nuevo Año Jubilar, eucarístico, del Santo Cáliz  de la Cena, que  este Año lo denominaremos Año del Santo Cáliz,  Cáliz de la Pasión, por  coincidir con la pasión de la  Pandemia y por realzar otras  reliquias de la  Pasión del Señor que también guardamos en nuestra Santa Iglesia Catedral Metropolitana  de Valencia, no suficientemente conocidas y que debemos venerar. Ya os diré dentro de unos días cómo queda todo y detallaré un poco más lo que, D.m., haremos en este curso pastoral, con la protección de Nuestra Madre del Cielo, Madre de Dios, esperanza nuestra, Nuestra Señora de los Ángeles del Puig, que tanto tiene que ver con nuestras raíces cristianas; a Ella nos encomendamos.

Valencia, fiesta de Nuestra Señora  de los Ángeles del Puig, 1 de septiembre, 2020.