Ondean juntos en un rincón del inmenso río Amazonas, la senyera valenciana y la esperanza de llevar la palabra de Dios. Allí llega, como todo, en lancha, en múltiples formas tanto en arroz, harina, tallarines, sal, aceite, medicamentos, como en amor, cariño, educación y sobre todo como ejemplo de vida cristiana. Ejemplo de vidas entregadas. Llega de las manos y corazones de esos pocos visionarios misioneros que se encargan de llevar el amor de Dios a los últimos rincones de la selva amazónica.
ALBERTO SÁIZ | 29.09.2022
La senyera valenciana lleva 24 años ondeando en la mesas de trabajo del padre Antonio Soriano, (Valencia, 18 febrero de 1948) sacerdote franciscano, que desde el convento de Petra (Mallorca), decidió viajar a Contamana (Perú) “como un día partió de allí el beato Junípero Serra”, para terminar a día de hoy en Jenaro Herrera.
Este municipio peruano a orillas del río Ukayali, alimenta con sus aguas el río Amazonas. Es un poblado de casas de madera y calles de tierra -o barro según la época del año- que cuenta con una población de alrededor de 4.600 habitantes distribuidos en 30 comunidades formadas por caseríos, en un territorio de 1500 km2, con una densidad de población 100 veces menor que España.
Sus 30 capillas, distribuidas en ese inmenso territorio, son llevadas por un solo párroco que apenas consigue celebrar misa en algunas de ellas una vez al año. En cambio el padre Antonio, ofrece misa diaria en la parroquia del pueblo. Allí la vida parroquial y el servicio a los vecinos es completo y exquisito: catequesis, botiquín, farmacia, comedor, escoleta, taller de madres, proyecto ancianos, proyecto estudios superiores… El padre Antonio cuenta con la necesaria e inestimable ayuda de dos hermanas franciscanas que son el pulmón y corazón de la parroquia. La hermana Pilar Moreno Cordón natural de Ubrique, con sus 53 años de consagración, y su impoluto acento andaluz, mueve con corazón, sapiencia, determinación y dulzura los hilos de aquella comunidad cristiana.
El mejor ejemplo de ello fueron mis primeras horas con ella el puerto marítimo de San José, en Iquitos. Un espacio en movimiento continuo, de hombres sudados, caótico y sucio, ya a las 5 de la mañana. Tuvo que lidiar con todos ellos para conseguir que el cargamento de comida destinado a bolsas de los ancianos llegase a cargarse en la barcaza. Tarea difícil, no por las resbaladizas, mal conservadas y empinadas escaleras de madera, sino porque los acuerdos y responsabilidades son turbios allí como el agua del río. Con dulzura, paciencia y algún sol, (moneda del Perú) consiguió que aquellos fardos avanzasen a su siguiente escala. Ya en la barcaza, tan solo quedarían unas horas de navegación para que llegasen al día siguiente a la aldea de Jenaro Herrera.
El aire fresco, la vitalidad, el desparpajo y la mano firme lo pone Estella Maris Ngina, originaria de Kenia, que, con su juventud, lleva ya más de 14 años de sus 29 consagrada viviendo en Jenaro. Es ella el motor y voz de mando de todos los proyectos que se llevan a cabo en la parroquia. Escurridiza dentro de la pequeña manzana que forma la parroquia, los salones parroquiales con el comedor, la casa de las hermanas y el botiquín. De repente está en el comedor social organizando a las mujeres que cocinan para 200 niños, como está en el botiquín, con el móvil coordinando los horarios de coro, catequesis o en el despacho con el ordenador para redactar o enviar algún papel de los múltiples proyectos.
A falta de días y millas náuticas de distancia, va apareciendo en distintas personas el aprecio que se tiene a Juan Oliver, no por su título de obispo, sino por lo grande de su obra. Son 18 años de servicio abnegado al Vicariato de Requena, con tanto amor, cercanía y servicio de las gentes de este lugar, que le ha costado su cargo. Les cuesta entender e imaginar que será de aquel vicariato cuando él no esté. Merece un reportaje a parte que tendrán ustedes la próxima entrega.
La salud es lo primero
El botiquín-farmacia, adosado a la casa convento, está abierto tantas horas al día como los ojos de las dos hermanas. A cualquier hora pasan los vecinos por la puerta de mosquitera para que les proporcionen medicamentos, consejos, cariño y alguna que otra dosis de esperanza o medicamento inyectable. Difícil encontrarlos a kilómetros a la redonda, o más bien, en millas náuticas río arriba o río abajo. Todos son tratados como uno más de esa gran familia cristiana. Las hermanas los conocen a todos, sus creencias, sus circunstancias vitales, sus miedos, sus pecados… se les trata por igual con comprensión y cariño.
Agua fresca
El cóctel de humedad y temperatura envuelve cada actividad que allí se realiza. Es uno de los mil inconvenientes que pone en valor a cada uno de estos misioneros.
Dejar la familia, amigos, cultura y todo tipo de comodidades de Occidente, son méritos en sí mismos. La pequeñez del misionero antes la inmensidad de la labor por hacer, no les hace desfallecer, ni tan siquiera borra la sonrisa de sus rostros.
Con tan solo cuatro horas de luz al día, es difícil darle a su cuerpo el mínimo placer. Con aquellas temperaturas, ni tan siquiera pueden llevarse a la boca un vaso de agua fresca. Las neveras son armarios de comida, pues el frío no logra alcanzarse en su interior, con 20 horas sin corriente eléctrica.
El agua sanitaria no está asegurada. También está encomendado a la Providencia, todo depende de que con la lluvia se llenen suficientemente los depósitos de agua de los que dependen.
Semillas en tierra infértil
La sola presencia y la educación cristiana son las semillas que deben fructificar en estas fértiles tierras. Si bien ahora los resultados de tantos esfuerzos parecen mínimos, será con los años cuando se recogerán los frutos. Todas las tardes, tras la comida en el comedor social hay escoleta: clases de repaso, ayuda para los deberes, inglés y todo lo que necesiten aquellos que quieran labrarse un mejor futuro. Esta ayuda va más allá de los confines del vicariato, a los jóvenes con ganas y buenos resultados académicos se les paga matrícula, material escolar e incluso casa en la lejana universidad de Iquitos. La catequesis con 400 alumnos de entre 2 y 20 años cubre la formación y preparación para el Bautismo, la 1ª Comunión y la Confirmación. Son 20 catequistas voluntarios de la parroquia los que se encargan de hacerlo posible.
En la parte alta de la aldea, la más protegida de las inundaciones, se levanta las distintas instalaciones de la parroquia. Son, junto al colegio público, las únicas construcciones de ladrillo y obra en toda la aldea. Es la casa de todos, no solo en las misas sino durante todo el día. Es la casa de los ancianos más necesitados que reciben mensualmente ayuda en bolsas de comida. Adultos que van en busca de medicinas para sus familiares. Madres y mujeres que con los talleres tienen formación familiar, promoción de la mujer, corte, confección, coche… Los niños son el alma de la parroquia, se acercan a cualquier hora del día para pedir la llave de la cancha de futbol. Es la casa de todos y para todos, en todo momento.
A fuego de leña
A fuego de leña se cocinan, a lo largo del año, los 4.8000 menús que dan de comer a los más pequeños. Varias madres voluntarias de Genaro cocinan 200 menús al mes -con su primer y su segundo plato, e incluso, con su golosina- cinco veces por semana. Allí no hay ni celíacos, ni intolerantes, ni vegetarianos, ni veganos, ni tampoco hay quien diga “esto no me gusta”. Todos comen muy rápido y muy bien.
No sobra nada, pues las cocineras, profesores y voluntarios de la escoleta dan cuenta de ello. El número de niños, entre 150 y 250, oscila con las subidas y bajadas del río. Los meses de crecida el río puede inundar hasta el 80% del territorio. Una vez baja el río, esas tierras regadas y fertilizadas por las densas aguas, son perfectas para cultivar.
Mucha población vive de la agricultura, en “caseríos” diseminados. Solo los meses que el río inunda esas tierras, se vienen al pueblo y los niños asisten al comedor, a la escuela, a misa. Aquí no existe ningún tipo de empresa logística, ni mensajeros, ni servicio a domicilio, ni dinero digital. Solo se puede pagar con dinero en efectivo. Se negocia cada día y con cada uno. En la tienda, al porteador, al barco y los motocarros que transportan las mercancías por tierra. Aunque los productos son locales, la inmensa mayoría llegan desde Iquitos, a 36 horas de transporte en barcaza y tan solo una a la semana. No solo la financiación de este proyecto es difícil. Solo tienen asegurado el 55% del presupuesto al empezar el año, gracias a la fundación valenciana Ad Gentes y Cáritas de Ubrique. El añorado pueblo de la hermana Pilar.