EDUARDO MARTÍNEZ | 26-02-2016
Con motivo del Jubileo de la Misericordia convocado por el papa Francisco, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, ha escrito un libro en el que reflexiona sobre ese misterio que, según expone, “es lo único que puede salvar al mundo”. El religioso capuchino, que realiza estos días las meditaciones de Cuaresma en el Vaticano para el Papa y la Curia Romana, ha concedido esta entrevista a PARAULA, en la que reflexiona sobre los contenidos centrales de su obra ‘El rostro de la misericordia’ (EDICEP), así como sobre sus implicaciones no sólo para la espiritualidad de los fieles o para la vida de la Iglesia como institución, sino también para la paz o la estabilidad de los matrimonios y las familias.
– Padre Cantalamessa, en su libro reconoce haber tenido una “duda real” respecto a escribir sobre la misericordia, el gran tema de este año en la Iglesia católica en todo el mundo tras haber convocado el Papa un Jubileo dedicado a ella. ¿Qué tipo de duda fue y cómo la superó?
– Mi duda nacía del miedo a reducir la misericordia a un tema teológico o pastoral sobre el que podemos hacer tantos discursos, olvidando la cuestión principal, que es el hecho de experimentar la misericordia de Dios; la experiencia de ‘sumergirnos’ en ella como en una piscina milagrosa. Precisamente el recuerdo del episodio evangélico del paralítico en la piscina de Betesda me ha empujado a escribir, a pesar del temor de añadir palabras a las palabras. Aquel hombre se lamenta con Jesús, diciendo que no tiene a nadie que le ayude a lanzarse a la piscina cuando sus aguas son agitadas por el ángel. Éste –me dije– será el objetivo de mi libro: ayudar al lector a lanzarse a esa gran piscina de la misericordia de Dios en este tiempo en que, gracias al año jubilar convocado por el papa Francisco, sus aguas son poderosamente agitadas y vivificadas por el soplo del Espíritu.
– Escribe en su obra que la misericordia “se identifica con el misterio puro y simple de Dios”. El papa Francisco, a su vez, dijo a los pocos días de su pontificado que para él el atributo más fuerte de Dios es la misericordia. Siendo, por tanto, una característica tan esencial de Dios, y teniendo en cuenta como usted mismo denuncia en su libro que el mundo sigue estando hoy más regido por la “ley del Talión” (ojo por ojo y diente por diente) que por la ley del amor compasivo y del perdón, ¿qué cabe pensar? ¿Es demasiado insondable ese misterio para el hombre? ¿Cómo podemos comprenderlo mejor los cristianos de a pie y, sobre todo, cómo podemos en nuestras obras vivir acorde a él?
– La afirmación de que la misericordia se identifica con el misterio mismo de Dios se basa en el hecho de que “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16). Sólo en la Trinidad, Dios es amor sin ser misericordia. Que el Padre ame al Hijo, en efecto, no es gracia o concesión; es necesidad. Él tiene necesidad de amar para existir como Padre. Que el Hijo ame al Padre no es misericordia o gracia; es necesidad, aunque sea libérrima. Él tiene necesidad de ser amado y de amar para ser Hijo. Lo mismo se debe decir del Espíritu Santo, que es el amor hecho persona. Cuando Dios crea el mundo y, dentro de él, crea a las criaturas a su imagen y semejanza, es entonces cuando el amor se hace don. El amor deviene gracia, no ya naturaleza; es gratuito, podría no existir, por tanto es hesed, misericordia.
– También el Papa en su bula de convocación del Jubileo, ha dicho con contundencia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes…”. El Santo Padre utiliza aquí el condicional “debería”… ¿A qué nivel vive hoy la Iglesia desde la misericordia según su percepción? ¿Qué falta aún? ¿Qué necesita la Iglesia para avanzar en ese estilo?
– No le faltaba nada a la Iglesia en el plano doctrinal, porque siempre se ha hablado en ella de misericordia; faltaba, sin embargo, por parte de los cristianos, la toma de conciencia y la insistencia sobre este misterio. A la misericordia le era atribuida la tarea de moderar los rigores de la justicia; más o menos conscientemente, ella era vista como la excepción, no como la regla. Poniendo el tema de la misericordia en el centro de la conmemoración del 50 aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II, el papa Francisco ha querido mostrar la fidelidad de Dios y de la Iglesia a la promesa hecha por san Juan XXIII en el momento de convocar el Concilio: “En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad…” (MV, 4).
– Además de misericordiosa, la Iglesia debe ser también testigo de la Verdad, proponerla y denunciar las desviaciones de ella, las injusticias… ¿Hasta qué punto es todo ello compatible? ¿Cómo ha de obrar la Iglesia para que su acción misericordiosa no ensombrezca o diluya la exposición nítida del magisterio?
– No debemos hacer más que contemplar el modelo, que es Jesús con su vida y su doctrina. Él, ciertamente, en lo que respecta a la verdad de Dios y a la moral, no ha hecho rebajas; sin embargo, siempre distinguió entre el pecado y el pecador; condenó el pecado (“No peques más”, le dice a la adúltera), pero siempre tuvo misericordia con el pecador. Su ejemplo nos muestra que la ley, por sí sola, no basta; más aún, a veces puede ‘matar’, si es aplicada sin misericordia. El Dios de la Biblia no es ‘ley suprema’, sino amor infinito.
– En su libro expone también algunos casos concretos donde refleja que misericordia y justicia no están reñidas. Más aún, que la “belleza del amor”, ese amor misericordioso, “salvará al mundo”. Habla, por ejemplo, de la tensión en Oriente Medio, en contraste con la actitud que tuvo Nelson Mandela cuando llegó al Gobierno en Sudáfrica… Y habla también usted de que “lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza”… ¿Podría comentar todo ello?
– Lo he escrito en mi libro y me reafirmo: lo opuesto de la misericordia no es la justicia, sino la venganza. Cuando hace misericordia, Dios no renuncia a la justicia (es él mismo quien, en Cristo, nos hace justos, dice san Pablo), renuncia a la venganza, es decir, renuncia a querer la muerte del pecador; por el contrario, quiere que se convierta y viva. Estoy convencido de que la mitad, si no es más, del sufrimiento que existe en el mundo (cuando no se trata de males naturales) deriva del deseo de vengarse, a todos los niveles, tanto a nivel local como a nivel global.
-Otro ejemplo sobre la importancia capital de la misericordia lo refiere a los matrimonios. Dice que al principio, cuando se casan, “no existe, entre el marido y la mujer, la misericordia [porque no la necesitan]; existe el amor…”. ¿Qué papel desempeña, entonces, en la vida matrimonial la misericordia?
– En las relaciones entre marido y mujer tiene lugar algo parecido a lo que ha sucedido en las relaciones entre Dios y la humanidad descritas, precisamente, en la Biblia como una relación matrimonial. En el principio no está la misericordia, sino el amor. Uno no contrae matrimonio por misericordia, sino por amor. Pero se sabe que, en la vida de pareja, el amor pasional, el eros, no dura siempre y ni siquiera dura demasiado; debe experimentarse el ágape, es decir, un amor hecho también de donación, de ternura, de compasión, de comprensión por los límites del otro. Es aquello que falta en muchos matrimonios y que acelera su crisis. El matrimonio, como muestro en mi libro, se resiente hoy por la mentalidad del ‘usar y tirar’ que se practica a propósito de tantas cosas. Apenas surge alguna dificultad, el primer pensamiento no es cómo superarla juntos, sino muy a menudo la decisión de cambiar de partner. La mentalidad del ‘usar y tirar’ debe ser sustituida, al menos en lo concerniente al matrimonio, por la mentalidad, o mejor aún, por el arte del ‘usar y remendar’. Basta releer los consejos que daba san Pablo a las primeras familias cristianas, por lo que respecta a la moral doméstica (“revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre”, “sobrellevaos y perdonaos mutuamente”, “que el sol no se ponga sobre vuestra ira”) para comprender en qué consiste este arte.
*Traducción del italiano: Ricardo Lázaro Barceló
[su_box title=»Meditaciones ante los tres últimos papas» style=»soft» box_color=»#051fee» title_color=»#ffffff»]El padre Raniero Cantalamessa, de la orden de los Frailes Menores Capuchinos, nació en Colli del Tronto (Italia) en 1934. Ordenado sacerdote en 1958, se doctoró en Teología en Friburgo, y en Letras Clásicas en la Universidad Católica de Milán.
Dio clases en la Universidad del Sagrado Corazón de Milán; fue miembro de la Comisión Teológica Internacional desde 1975 a 1981; y, durante doce años, miembro de la delegación católica para el diálogo con las Iglesias Pentecostales.
En 1979 abandonó la docencia para dedicarse a tiempo completo al ministerio de la Palabra. Juan Pablo II lo nombró predicador de la Casa Pontificia en 1980; Benedicto XVI lo confirmó en dicho cargo en 2005; y Francisco, en 2013. En calidad de predicador dirige cada semana, en Adviento y en Cuaresma, una meditación en presencia del Papa, de los cardenales, obispos, prelados y superiores generales de órdenes religiosas. Se le llama a hablar en muchos países del mundo, a menudo también por hermanos de otras denominaciones cristianas.
Además de los libros científicos escritos como historiador de los orígenes del cristianismo, sobre la cristología de los Padres, la Pascua en la Iglesia antigua y otros temas, ha publicado otros numerosos libros de espiritualidad, fruto de su predicación en la Casa Pontificia, traducidos a una veintena de lenguas. (Fuente: www.cantalamessa.org) [/su_box]