CARLOS ALBIACH| 1.2.24

Están en el corazón de una de las principales zonas comerciales y de ocio del área metropolitana de Valencia. Entre los carteles y luces como el de una famosa cadena de ferretería y construcción o el de unos conocidos cines se alza una torre con una cruz que indica la presencia del monasterio de Santa Catalina de Siena, de las religiosas dominicas. A pesar del ruido y del trasiego de esta zona de Paterna en su interior se lleva una vida tranquila donde la tarea principal es la oración. Rezar por todos. Pero aparte del ‘ora’ también hay tiempo para el ‘labora’. Y no solo para hacer las tareas típicas de un hogar sino para el trabajo que les permite el sustento. En su caso el taller de encuadernación y la elaboración de manualidades y objetos de ganchillo.

Entre las 33 religiosas que hay actualmente nos encontramos a la más mayor y a la más joven, Sor Pilar y Sor Karina, que nos acercan su testimonio de una vida entregada al 100% al Señor para, como reza el lema de la Jornada para la Vida Consagrada, hacer la voluntad del Señor cada día. Sor Pilar, de 94 años, es de las veteranas y ha estado en diversos conventos de la congregación en España. Desde el Pirineo, en Gerona, hasta la costa, en Palma de Mallorca. Y también en pleno centro de la ciudad de Valencia, donde se situaba el convento antiguamente, justo donde está hoy El Corte Inglés. Echando la vida atrás no duda en reconocer que vale la pena y que “volvería a firmar”. “Para mi lo importante es estar con el Señor. Yo hay días que hago planes, de hacer esto o aquello, y al final surge otra cosa. Así que hacer la voluntad de Dios para mi es fácil, ya que me paso el día hablando con el Señor y le voy diciendo: ¿Tú que quieres? Que lo que haga sea según tu voluntad”.

Su vocación surgió de forma muy temprana, a los diez años, cuando leyó en el Catecismo “hemos nacido para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y después verle y gozarle en la otra”. “Yo dije esto es a lo que quiero dedicarme”, cuenta. Aún así, tuvo que esperarse a ser mayor de edad y entrar en el convento de las dominicas, que fue el que le dio a conocer el cura de la parroquia a la que iban, que era dominico.

Para ella la oración por todos es muy importante y más en un mundo que no para y cada vez va más deprisa. “La vida de fuera es de tanta actividad que es más necesario tener una vida que se dedique a agradecer al Señor todo lo que nos da”, reconoce. Sor Pilar, a pesar de la edad y de vivir en un convento, no para. De hecho, se levanta una hora antes que el resto de hermanas, a las 5 de la mañana, y así poder ver el amanecer, “que me habla tanto de Dios”. Después, ya participa en las diferentes oraciones y en este momento es la encargada de organizar las servilletas y también de contar al resto de la comunidad en el rato de recreo, que es después de comer, lo que ocurre en el mundo. Para ello tiene fichado el horario de los programas de televisión que le informan.

Junto a Sor Pilar se encuentra Sor Karina, de 34 años, la más joven de la comunidad. Es de Chille y lleva siete años de vida religiosa, por lo que aún le quedan dos años para acabar la etapa de formación, donde el estudio es una de las labores más importantes. Cuando comienza a relatar su historia nadie se puede imaginar que acabaría dando la vida al Señor entre los muros de un convento de clausura. Ella había sido educada para estudiar y así poder ganarse la vida bien, además de casarse y tener una familia. De hecho, así parecía que iba a ser. Estudió la carrera de Administración Pública y tenía novio e incluso el compromiso de casarse. Sin embargo, en el tiempo previo a la boda no paraba de darle vueltas a si eso era lo que el Señor quería para ella, si esa era su voluntad. Por aquel entonces vivía su fe en una comunidad neocatecumenal. “Antes veía que mi futuro me hacía feliz, cumplí con lo que mis padres me inculcaron. Veía que Dios me pedía algo más. Hice la locura de romper el compromiso y seguí preguntando al Señor: Dime, siento que quiero algo, que necesito algo más”, explica.

Después una hermana de la comunidad hizo un retiro en el convento de las dominicas, que pertenece a la misma federación que el de Paterna, y vio que supuso un gran cambio para ella. Así que se animó e hizo ella también el retiro. “Empecé el retiro, ya no me quería ir y quise hacer el tiempo de experiencia, de tres meses”. Ella había gastado su mes de vacaciones así que tuvo que llamar a su jefe para decirle que renunciaba al trabajo. “Aún así me dijo que si después me arrepentía, me volvería a contratar”, explica. “Yo encontré en la vocación a religiosa lo que estaba buscando. Sentía que era lo que me faltaba. Antes era feliz pero yo quería ser muy feliz”, cuenta. La noche en que tenía que tomar la decisión Karina no paraba de preguntarle al Señor si era eso lo quería. Al día siguiente el Evangelio proclamado en la Eucaristía le confirmó la llamada: “No se puede servir a Dios y al dinero”.

Para ella lo “más fascinante” de ser contemplativa es la oración. “En la liturgia no solo rezamos por nosotras o por nuestras intenciones particulares sino por el mundo entero. Es muy valioso. Estar aquí repercute en todo el mundo. Una oración continua. Siento que salvo el mundo con mi oración”, explica.

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