Eduardo Martínez | 24-04-2014
“No dudo en afirmar que, en mi opinión, Juan Pablo II ha vivido todas las virtudes en modo heroico”. Con esa rotunda conclusión culminó el cardenal Jorge Mario Bergoglio su comparecencia ante el tribunal de la diócesis de Roma encargado de estudiar la posible beatificación del papa polaco, unos meses después de su muerte, acaecida el 2 de abril de 2005.
La intervención como testigo del entonces cardenal y arzobispo de Buenos Aires vino motivada por las numerosas ocasiones en las que ambos coincidieron. El testimonio de Bergoglio, publicado parcialmente hace unos días por el diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana, revela el profundo impacto que Juan Pablo II produjo en quien acabaría siendo, como él, sucesor del apóstol Pedro.
La primera vez que Bergoglio entró en contacto con el papa Wojtyla fue en su etapa como superior de los jesuitas en Argentina, en 1979: “Participé en el rezo de un Rosario que él dirigía, y tuve la impresión de que rezaba en serio”.
Su segundo encuentro se llevó a cabo en 1987, “cuando el nuncio me invitó a un encuentro de Juan Pablo II en la Nunciatura con un grupo de cristianos de varias confesiones. Mantuve un breve diálogo con el Santo Padre y me impresionó especialmente su mirada, que era la de un hombre bueno”.
En su testimonio, el cardenal Bergoglio añade que su tercer encuentro fue en 1994, “cuando yo era obispo auxiliar de Buenos Aires” y fue elegido por la Conferencia Episcopal para participar en el Sínodo de Obispos sobre la vida consagrada, celebrado en Roma. En esa ocasión, “tuve la alegría de almorzar con él junto a un grupo de obispos. Me encantó su afabilidad, su cordialidad y su capacidad de escuchar a cada comensal. En los dos sínodos siguientes pude apreciar de nuevo esa capacidad de escucha”.
“En las conversaciones privadas que he tenido -añadió Bergoglio en su declaración ante el tribunal-, he podido confirmar su deseo de escuchar a su interlocutor sin hacer preguntas, excepto si acaso al final. Y, sobre todo, que demostraba claramente no tener ningún prejuicio”. En esas conversaciones, Juan Pablo II “hacía sentirse cómodo a su interlocutor, dándole plena confianza. Se tenía la impresión de que incluso cuando no estaba del todo de acuerdo con lo que se le decía, no lo manifestaba en absoluto, precisamente para mantener cómodo a su interlocutor. Si tenía que hacer alguna observación o alguna pregunta para aclarar algo, lo hacía al final”.
“Su devoción a la Virgen influyó en mi vida de piedad”
El cardenal Bergoglio confesó también sentirse impresionado por “su memoria casi sin límites, pues recordaba lugares, personas y situaciones que había conocido en sus viajes; prueba de que prestaba la máxima atención en todo momento”.
Durante una visita ‘ad limina’ con los obispos argentinos en 2002, algunos de ellos concelebraron la misa un día con Juan Pablo II en su capilla privada. Según Bergoglio, “lo que más me impresionó fue su preparación a la misa. Estaba de rodillas en su capilla privada en actitud de rezar, y vi que de vez en cuando leía algo de un folio que tenía delante. Apoyaba la frente sobre las manos y estaba claro que rezaba con mucha intensidad. Después volvía a leer alguna otra cosa del folio y adoptaba de nuevo la postura de plegaria. Y así hasta el final”.
Y otro aspecto destacado de Juan Pablo II, su amor a la Virgen, fue especialmente subrayado por Bergoglio: “Su particular devoción a la Virgen, tengo que decirlo, influyó en mi vida de piedad”, dijo ante el tribunal para la posible beatificación de Juan Pablo II quien, casi una década después, acabaría canonizando -ya como papa Francisco- a su admirado predecesor.