JOSÉ MARÍA SALAVERRI |30-10-2013
Hace poco tiempo una ministra del gobierno socialista francés, cuyo nombre no recuerdo, lanzaba astutamente una propuesta, en plan de globo-sonda. A ver qué pasaba. Como todos sabéis la Francia laica conserva desde siempre cuatro fiestas cristianas, como oficialmente feriadas: Navidad, la Ascensión del Señor (en el jueves correspondiente), la Asunción de María y la fiesta de Todos los Santos. La ministra lanzaba la idea de cambiar dos de ellas por otras dos fiestas: una musulmana y otra judía. Parece ser que a los musulmanes no les hizo mucha gracia… Pero ¿qué hay debajo de ese arrebato ecuménico o mejor dicho interreligioso? Está claro: ir poco a poco descristianizando el calendario. Se me dirá que la mayor parte de los franceses disfrutan de esas cuatro fiestas y no van ni a misa ni a nada religioso. Es cierto, pero el nombre recuerda verdades que a algunos molestan. En Francia las vacaciones de Navidad ya se transformaron en vacaciones de invierno y las de Semana Santa en de primavera. Supongo que una de las sacrificadas sería la de Todos los Santos, pues el recuerdo de los difuntos, anclado fuertemente en la persona humana, puede llevar a pensar, aunque sea de paso, en la posibilidad de una vida después de la muerte… y algo más.
Pero ya se inventó una nueva manera de ir quitando fuerza a esa fiesta. Una manera más sutil: la moda del Halloween. Con sus caretas, sus disfraces, sus calabazas, sus miedos, sus esqueletos ¡qué se yo! De paso, señalo que, por lo visto, la venta de toda esa parafernalia es un buen negocio. Lo peor es que toma a broma algo serio y hermoso. Disfrazada de expresión cultural nos quiere invadir. Y se dirige sobre todo a niños y jóvenes que son los más vulnerables… y jugando, jugando… así la fiesta de Todos los Santos irá quedando opacada. Se me dirá que es una fiesta inocente, divertida. Tal vez si tuviera lugar en otra fecha importaría menos. Pero ¿por qué meterla justo ahí? Por lo de los muertos se me dirá. Pero creo que merecen un respeto.
Es posible que en parte tengamos la culpa nosotros los cristianos por no haber sabido transmitir mejor el sentido de la fiesta. Por haber dejado que día de difuntos (2 de noviembre) se haya sobrepuesto al día de Todos los Santos, es decir de quienes han pasado a la eternidad y nos recuerdan que nos esperan bien vivos en el cielo.
Es preciso recuperar el carácter alegre y agradecido de la fiesta de Todos los Santos. Para contrarrestar el “Hallo…”, obispos norteamericanos han tenido la ocurrencia de proponer el “holyween” de Todos los Santos. Holy significa santo. No sé cómo lo enfocan. Hacer ver que es un día alegre, no por bufonadas, sino por la realidad del amor y de la misericordia del Señor. Ante la “mundanización” que nos acecha (papa Francisco dixit), es preciso despertar para eso la creatividad por encima de la rutina, tanto por parte de las familias como de las escuelas cristianas. ¡A celebrar la gran fiesta de nuestros amigos del Cielo!
“¡Felicidades a todos! Hoy es el santo de todos y de cada uno!” y la familia lo celebra con un abrazo de cada uno con cada uno y con algo especial, con un pastel. Y se me ocurre que podría celebrarlo con una “exposición de fotos” familiar, seleccionadas y explicadas. Sacar fotos antiguas, en blanco y negro, y si hay alguna en sepia ¡qué bien! Veamos. Esta foto muy antigua es de un antepasado que estuvo en la guerra de Cuba …; aquí está la bisabuela que era…; mirad el abuelo cuando hizo el servicio militar (¿qué es eso?); aquí la abuela el día de su primera comunión; mamá de jovencita como vosotros; papá de colegial… ; el bautizo de… Sonrisas, y en el fondo alegría. “Veis ellos nos han ido dando la vida y tantas cosas que no nos damos cuenta, como en una carrera de relevos. Varios ya están ahora en el cielo…” Es la vida que se va trasmitiendo. Y hoy la oración por ellos y la flor que les llevamos es de alegría: “¡Gracias porque han vivido y siguen viviendo!” Y por todo lo que nos han dejado. A pesar de los fallos que hayan podido tener. También la fe… A nosotros nos toca seguir y hacerlo aún mejor que ellos… ¿Por qué no? Y al final todos a la meta: ¡al cielo!
Y en la escuela ¡cuántas posibilidades! Ahí va algo sin sistematizar. ¿Qué santos conozco? Jesús y María ¡claro! Mi ángel de la guarda… los santos que he visto en mi parroquia, en algunas iglesias, en alguna vidriera… ¿Qué sabemos de ellos?
Sin olvidar los de mi familia que están en el cielo y los que hoy es fiesta… ¡de todos los que están en el cielo, aunque no se les haya declarado santos! Jesús sí lo ha hecho en el cielo. ¿Cuál es el santo de mi bautismo, el de mi nombre? ¿Qué hizo? ¿Tienes algún retrato de él? Y si no hay ninguno, pues me toca a mí ser santo o santa ¡para que haya alguno de ese nombre! Escribir una carta al santo o santa de mi nombre: ¿qué le diría, qué le pediría? ¿Puedo yo ser santo? Claro que sí. A tu estilo en tu momento. ¿Qué ocasión, concreta, sobre todo para los más pequeños de tomar conciencia de eso que llamamos la “comunión de los santos”.
Imposible detallar aquí todas las posibilidades. Sentirnos orgullosos de nuestros santos, conocidos o anónimos. Tal vez hayamos conocido personas muy buenas que nunca serán canonizadas, ni aparecen en los periódicos, pero son los que mantienen el equilibrio ecológico espiritual de este mundo. Compensan los fallos de otros. Los que estudian historia, en la que pocas cosas parecen muy santas, decirles y explicarles que hay más santos de los que parece. Incluso que del siglo XX hay siete políticos en proceso de beatificación. En este siglo miles y miles de cristianos han dado su vida antes de renunciar a su fe. Y eso es también historia.
Un convicción: hay hoy más santos que nunca. No salen en los periódicos. Tanta gente que con generosidad se entrega a los demás: misioneros y misioneras, voluntarios de Cáritas, padres y madres que se sacrifican por sus hijos, jóvenes con ganas de ser mejores, enfermos que lo llevan con paciencia… No los vemos o no nos damos cuenta. Pero están. El 1 de noviembre es su fiesta. Y tiene que ser la nuestra: Holyween sí; Halloween, no.