Belén Nava | 5-12-2012
La situación del Hogar Social y Juvenil (HOSOJU) que fundó el padre Fernando Giacomucci, es crítica, aunque él, con sorna, asegura que “nosotros siempre estamos en crisis. Nunca estamos ni arriba ni abajo, siempre intentamos luchar y pelear para subsistir”.
Sin embargo, y usando un símil deportivo, esta vez “va de bo! ” (“es en serio”). Y es que los tiempos han cambiado y nada tiene que ver lo que era el hogar en sus inicios con lo que es ahora.
“Esto se llama Hogar Social Juvenil porque empecé con chicos de 16 años que tenían que abandonar los centros benéficos y, si no tenían nada, se iban a dedicar a robar para comer y en aquella época, con Franco, el que robaba iba a la cárcel. Luego a finales de los 70 y principios de los 80 llegó la droga, los centros benéficos se cerraron y la marginación creció muchísimo. Entonces empecé a acoger alcohólicos, gente que no tiene casa y que estaba tirada por la calle, ex presos a los que ayudábamos y les poníamos en tratamiento. Actualmente también acogemos a inmigrantes ilegales que nos traen desde Extranjería”, afirma el padre Fernando.
Los tiempos cambian
Ahora, dadas las circunstancias particulares de las personas que residen en el hogar, es necesario contar con profesionales cualificados: psicólogos, asistentes sociales y monitores. “Ellos, como profesionales que son, tienen que cobrar un sueldo por su trabajo y a día de hoy no podemos pagárselo y no es justo que un trabajador trabaje y no cobre. Si no les puedo pagar no quiero que estén aquí”.
Actualmente la Ciudad de la Esperanza construida por el padre Giacomucci en el año 1996 en Aldaya tiene 160 residentes, de los que un centenar son disminuidos psíquicos de Valencia y su entorno.
Del resto hay unos 50 extranjeros y 6 españoles que aportan unos 150 euros al mes en concepto de vivienda y comida. “Ellos trabajan en nuestros talleres porque lo que queremos es que cada uno se sienta digno y no humillado porque consigue, con su esfuerzo, su propio medio de vida”.
Este italiano de nacimiento pero valenciano de adopción se muestra rotundo al afirmar que “antes de tratar mal a la gente prefiero cerrar”, porque “se desfigurará la idea original de HOSOJU, porque ya no se les podrá ayudar a todos”. Poco a poco, y para ir saldando deudas, el padre Fernando ha ido vendiendo las empresas que se crearon para dotar de fondos económicos a la Ciudad Esperanza. La empresa de autobuses HOSOJU y la agencia viajes fueron puestas a la venta para, con el dinero obtenido, poder pagar “cosas necesarias, sueldos…”.
Para él, “coger de aquí para poner allá” no es nada nuevo. Cuenta, que cuando tenía nueve años, en plena II Guerra Mundial, en su casa, en un pueblo de Italia, “teníamos un negocio y vendíamos de todo. El que necesitaba una gallina, venía a casa, o ropa, o pienso…”. “En el 1943 -recuerda- había muchísima gente con hambre y si veía a alguien que no tenía zapatos, me quitaba los míos y se los daba. Cogía comida de casa y se la llevaba a las familias más pobres… Y mi madre se solidarizó conmigo y empezamos los dos a sacar objetos y alimentos de casa sin que se enterara nadie y lo repartíamos. En mí eso es natural. Nací así. Eso no tiene ningún mérito. Es natural”.
Y también para él es natural dar confianza a aquel al que acoge. “Aquí las puertas siempre están abiertas, no retenemos a nadie en contra de su voluntad tan sólo les pedimos que sigan estrictamente nuestra reglas que son: no drogas, no mendicidad y no violencia. Para ellos ésta es su casa… no tienen nada más”. Para entrar aquí hace falta un informe de los Servicios Sociales o de los ayuntamientos, Cáritas o Cruz Roja, un estamento que responda “para evitar que entren personas que no lo necesiten”.

COLABORA con HOSOJU: BANKIA 2038-6269-11-6000013460

Una ciudad para las mujeres

La ciudad de la esperanza para la mujer todavía es un proyecto pendiente de realizar. Su idea para crear un centro que acoja a mujeres que han sufrido malos tratos sigue viva en su cabeza.
“Siempre digo que no deberían existir centros así, pero los seres humanos hacen cosas incomprensibles”, afirma. Al preguntarle si es la falta de dinero la que ha hecho que el proyecto no prospere, el padre Fernando hace una mueca irónica y afirma: “Llevo siete u ocho años intentando llevar a cabo este proyecto para mujeres maltratadas. Tengo los terrenos comprados en un pueblo, pero han ido cambiando de políticos y, ahora, no me dejan hacerlo”.
Aún así, no pierde la esperanza y confirma que “estoy en contacto con un señor que tiene otros terrenos para que me los cambie en un pueblo en el que el alcalde sí está interesado. Si no me muero tengo que hacer este proyecto para las mujeres porque soy muy cabezota”.