Adoración de la Cruz en la Catedral de Valencia. FOTO: V.GUTIÉRREZ

❐ L.B. | 13.04.2023
El arzobispo de Valencia, monseñor Enrique Benavent, presidió la tarde del Viernes Santo en la Catedral valenciana la acción litúrgica de la Pasión y Muerte del Señor con la posterior adoración de la Cruz.

En su homilía, el Arzobispo ofreció una breve reflexión sobre el pasaje del relato evangélico, para ayudar en la meditación. En ella manifestó que “a lo largo de la Pasión se va revelando la identidad más profunda del Señor”. Así, el interrogatorio de Pilato “es de un gran dramatismo porque revela la contradicción interna que está viviendo el procurador romano”, que por una parte “está convencido de la inocencia de Cristo y quiere convencer de ella a los judíos”, pero “cada vez está más presionado para condenarlo”. Al interroga a Jesús para descubrir quién es en realidad, se da cuenta de que “es rey y es el hijo de Dios”. “Podemos decir que el desconcierto crece en él”, que termina afirmando que “éste es el hombre (ecce homo)” y “aquí tenéis a vuestro rey”, con lo que Pilato reconoce que Jesús “ha sido condenado injustamente”.

El hombre perfecto
“Podemos afirmar que Jesús es el hombre perfecto y así se nos muestra en su pasión”, señaló el Arzobispo. “Su perfección se ha manifestado en la manera de vivir y, ahora, en la de morir”.
“Ha pasado por nuestro mundo haciendo el bien y, cuando le llega la hora de la muerte, no se derrumba, ni deja de amar, ni de hacer el bien, ni se vuelve atrás en su deseo de servir y dar la vida por todos”, manifestó don Enrique. “Su coherencia llega hasta el final. Él se manifiesta como el hombre perfecto, como debería ser todo ser humano. Y así nos muestra el camino de la verdad”.

Tras afirmar que “Jesús ha confesado su realeza, pero su reino, no se sirve de la violencia sino que se realiza a partir del testimonio que él ha dado de la verdad, va a mantenerse hasta la muerte en ese testimonio en favor de la verdad”, el Arzobispo subrayó que “a pesar de que la mentira y la violencia parecen a menudo más eficaces para alcanzar los objetivos que los reinos de este mundo se proponen, Jesús no se sirve de estos medios sino que se mantiene fiel a la verdad, con una fidelidad que le lleva a aceptar el sufrimiento y la muerte por ella”.

“En un mundo que se sirve tantas veces de la violencia para imponer la verdad, Jesús no sigue ese camino. Su testimonio consiste en dar la vida por la verdad”, añadió.

Salvar a la humanidad
El Arzobispo también hizo referencia a la oración de los fieles con la que terminó la liturgia de la Palabra, uno de los elementos característicos de esta celebración, y que en este día adquiere una “solemnidad inusual”. “Hoy la Iglesia no quiere orar únicamente por sí misma sino que ora por todos, no quiere olvidarse de nadie y nos invita a todos a unirnos en esa oración”, señaló. Y explicó el motivo teológico que hay detrás de esta oración: “Jesús no murió únicamente para salvar a la Iglesia, sino para salvar a toda la humanidad. Él intercedió en la cruz por los pecadores y suplicó el perdón para sus perseguidores. Ahora, en la gloria del Padre, continúa intercediendo por nosotros”. Por eso, invitó a unirse a la oración de Cristo, a que nuestra oración “sea expresión de los sentimientos con los que el Señor vivió su muerte”. Y destacó el carácter universal de la oración, que “alcanza a los cristianos y a los no cristianos, a creyentes y no creyentes, a las autoridades y a los que sufren por cualquier causa”. “Es una oración por todos porque la salvación es para todos y deseamos que llegue a todos”, añadió.

Después de hacer hincapié en que “es oración porque sabemos que quien salva al mundo es Cristo y solo Cristo, nosotros somos instrumentos de esa salvación para el mundo”, el Arzobispo añadió que “la salvación es gracia del Señor,”, por lo que “no la podemos exigir sino únicamente suplicar”.

También explicó monseñor Benavent cómo la liturgia del Viernes Santo “en su sobriedad, está llena de gestos y signos que conmueven el corazón”. Y entre ellos enumeró “un gesto que en su silencio es elocuente: la postración del celebrante sobre el suelo, mientras la asamblea, de rodillas, ora en silencio. Durante la proclamación de la Pasión, en el momento en que se narra la muerte de Cristo se interrumpe la lectura y volvemos a orar de rodillas. Y dentro de un momento, cuando la cruz se exhiba como el lugar de la reconciliación entre Dios y la humanidad, escucharemos la invitación a adorarla”. Son gestos en los que la liturgia nos invita “a expresar el sentimiento que invade el corazón de la Iglesia cuando se sitúa ante el drama de la cruz: consternación ante lo que los hombres somos capaces de hacer y admiración ante lo que Dios ha hecho por nosotros. El dolor por el pecado del mundo y la admiración ante la grandeza del amor de Dios se unen en esta celebración”.

Con respecto a la adoración de la cruz, subrayó que es “la respuesta llena de dolor y amor de la Iglesia, que dirigimos al Señor cuando revivimos su pasión”.

María, modelo de fe viva
Por último, el arzobispo de Valencia dirigió una invitación a los fieles que llenaban la Catedral para que “veamos en María a nuestra madre, el modelo de fe viva”, puesto que ella “está sufriendo, pero creyendo. Su fe es más grande que su dolor. Es la única luz de fe y esperanza que le queda a la Iglesia y al mundo. Que su luz alumbre las noches de nuestra vida y su fe nos sostenga”, concluyó.

Terminada la homilía y la oración de los fieles, se ofreció la Santa Cruz para “adorar y expresar el agradecimiento del amor tan grande de Jesucristo por nosotros que se entrega hasta la muerte”.