Pablo Benavent en la plaza de la Reina de Valencia. FOTO: A.SÁIZ

CARLOS ALBIACH | 27.05.2021
Tiene 17 años, le apasionan los deportes, le encanta hacer planes de diferente tipo con los amigos. Desde ir a tomarse algo hasta un partida de pádel. Además, entre sus pasiones también está escribir. Poesía sobre todo, pero también relatos, pequeñas novelas o reflexiones. Estudia 2º de Bachillerato y aunque ya quedan pocos meses para la selectividad aún no tiene claro que quiere estudiar. “Quizás Periodismo o Derecho, pero ni idea”, deja caer. Desde hace poco tiempo está empezando a salir con una chica. Este podría ser el perfil de cualquier joven de hoy en día pero sí hay algo que caracteriza al joven de quien hablamos es que tiene presente a Dios en su día a día. De ahí, que entre sus planes frecuentes esté ir los viernes por la noche a una adoración eucarística con otros jóvenes o el sábado por la noche a la eucaristía, por ejemplo.

Así es Pablo Benavent, un joven valenciano perteneciente a la parroquia San Juan de la Ribera de Valencia, que en su afán literario ha publicado recientemente un libro de poesía, ‘Un día de juventud’. Un libro en el que también está presente su experiencia de Dios. Se trata de una recopilación de poemas que ha escrito en los dos últimos años. Y es que, aunque sorprenda, comenzó en lo de escribir con 12 o 13 años. En los ratos libres, en los campamentos e incluso en alguna clase, como él mismo confiesa, coge papel y boli y deja fluir sus pensamientos y reflexiones.

Como si de un día completo de juventud se tratara así ha agrupado los distintos poemas, “de los que descubrí que a pesar de estar escritos de forma suelta tienen un hilo conductor”. Primero ‘Pensamientos a las 8 de la mañana’, donde habla de la cotidianidad, de la vida o de la poesía. Le sigue ‘Sentimientos al mediodía’, donde está presente el amor y después, todo lo contrario, ‘Desamor al atardecer’. El día lo cierra ‘Curando el alma dormida’, donde, de una forma u otra se habla de Dios y de la experiencia de haber sido perdonado por Él a pesar del pecado, por lo que a pesar de ser la parte más corta, según Pablo, “es la más importante, la base de las demás”.

¿Qué es lo que le llevó a escribir? Una pregunta que no sabe muy bien como contestar. “Quizás una forma de desahogarme conmigo mismo, de evadirme un poco…”, explica. “Es cierto que en plena adolescencia, hace unos tres años, mis dos únicos hermanos chicos -es el sexto de siete- se fueron porque uno se casó y el otro entró al Seminario, por lo que me encontré solo en una habitación en la que antes apenas tenía espacio y pude escribir por las noches con más tranquilidad”, cuenta. Así, que sin saber apenas nada de métricas o reglas de poesía no dudó en dejar por escrito lo que le salía de dentro. Con el tiempo, cuenta, sí que ha aprendido a hacer algún poema que no sea verso suelto. Además, tiene como sus referentes a Lope de Vega y a Luis Lucía Lucía. También en la poesía, como indica, “he buscado a Dios, pues Él está en los bueno, lo bello y lo verdadero”.
Cuando le preguntas que es lo que subyace cuando habla de Dios, Pablo no duda y lo tiene claro: el perdón. “De dejar de lado todo el daño que he hecho, las malas experiencias y acogerme al Señor”, explica.

Su experiencia de Dios
¿Puede un joven de 17 años tener una experiencia de Dios? Hablando con Pablo uno se da cuenta de que sí. Él creció en una familia católica que le llevaron desde pequeño a la parroquia pero en la adolescencia -“que me pilló pronto”, apunta- llegó un momento, como él mismo relata, “que me separé un poco de la Iglesia”. “Aunque no dejaba de ir sí que en el fondo yo no sentía absolutamente nada, además tuve un problema de afectividad, de querer ser siempre el primero para sentirme reafirmado por las chicas y por todo el mundo”, cuenta. Fue una confesión lo que supuso un cambio: “fue ese perdón de Dios lo que me cautivó y ya empecé a vivir la fe de una forma ya no tan infantil”.

“Ahora veo a muchos amigos, enganchados a las drogas, a la pornografía y a otras cosas y veo que el Señor me ha salvado”, añade. Y es que como el mismo indica, “en nuestra edad no está en juego el creer o no creer, sino nuestra vida, en cómo queremos ser de mayores, lo que queremos llegar a ser”.

¿Entonces ser cristiano no es ser de beatos o antiguos?, le preguntamos. “Qué va, yo soy un joven normal, juego en un equipo de fútbol, me gusta la fiesta, relacionarme con gente de mi edad…”, contesta. ¿Y cuál es, por tanto, la diferencia?. “A mi hubo una pregunta que me marcó mucho, qué buscas en tu corazón cuando haces algo, al final es vivir las cosas con normalidad pero intentando ver a Dios en todas las cosas”, añade.

En toda esta historia el papel de la Iglesia ha sido clave sobre todo en la parroquia a través de la comunidad neocatecumenal donde vive la fe y en toda las actividades de la pastoral de los jóvenes: “La sociedad ve la Iglesia, que los mandamientos son leyes, que juzga, que es mala, pero es todo lo contrario, nadie te juzga, es un lugar donde puedes estar en silencio, tener un rato de intimidad, un lugar donde compartir con los demás pero sobre todo donde te sientes amado por completo, si no fuera por la Iglesia no podíamos conocer a Dios”, explica.

Pablo también cuenta que ser católico llama mucho la atención de los demás: “mis amigos me pregunta muchos sobre Dios y les llama mucho la atención cómo tratamos a las mujeres de otra manera”.