EVA ALCAYDE | 21-09-2018
Los niños necesitan jugar. Es divertido, pero también es un aprendizaje para la vida adulta. A través del juego desarrollamos nuestros sentidos, nos comunicamos con los demás y nos ralacionamos con el mundo que nos rodea. Además es una actividad placentera, divertida, espontánea, voluntaria y libremente elegida. Tres pedagogas y profesoras de Magisterio de la Universidad Católica de Valencia nos revelan todos los beneficios del juego, nos enseñan que sólo se juega si se disfruta y nos aconsejan que invirtamos tiempo en ‘jugar por jugar’, aunque ya se hayan acabado las vacaciones estivales.
Jugar es esencial para el desarrollo de las personas. Cuando somos niños nos ayuda a crecer y a relacionarnos con el mundo que nos rodea. Con él aprendemos normas, a ponernos en el lugar de otros, a contar con los demás y a ser ciudadanos. Además, es placentero, espontáneo, motivador, libre y favorece el aprendizaje de muchas cosas fundamentales para la vida. Es universal y no entiende de idiomas, razas o culturas. También es un derecho, recogido en la Declaración Universal de los Derechos del Niño de la ONU, y tan importante como la salud, la alimentación o la educación.
El juego es fundamental, sí, pero ¿saben los niños de hoy en día jugar y divertirse?, ¿son todos los juegos igual de beneficiosos?, ¿le damos realmente la importancia que tiene al juego?, ¿es bueno aburrirse?…
María José Llopis Bueno, Lucía Ballester Pont y Gloria Gómez Vivo, Pedagogas y profesoras en Magisterio y Pedagogía en la Universidad Católica de Valencia nos responden a estos y otros interrogantes, porque tenemos que tomarnos el juego en serio y aunque se hayan acabado las vacaciones estivales debemos encontrar tiempo para jugar y para divertirnos.
Grandes beneficios
Los niños necesitan jugar. Es vital para su desarrollo. El entretenimiento y la educación son los dos grandes beneficios del juego. Pero según las expertas, no debemos olvidarnos de otros beneficios, como la socialización o la liberación de energía, “sobre todo de energía sobrante, cuando el juego implica movimiento y desgaste físico”.
No es una consideración baladí porque “esta liberación es fundamental para el desarrollo físico adecuado. El niño necesita correr, saltar, brincar… y lo hace, normalmente, por medio de juegos que implican este tipo de acciones”.
Pensemos en los juegos motrices de exterior como la comba, el pilla-pilla, el escondite… que requieren movimiento y desplazamientos, todos sabemos y reconocemos sus beneficios para el desarrollo y el crecimiento.
Otro de sus beneficios indiscutibles es que a través del juego el niño se socializa, adquiriendo pautas de comportamiento, valores, actitudes y herramientas paras su relación con los demás. “El niño entra en el mundo de los adultos a través de la interpretación de roles con el juego simbólico. De esta manera, se entrena en acciones propias del adulto y el juego se convierte en un aprendizaje para la vida”, explican las expertas de la UCV, que ponen como ejemplo jugar a las casitas, a papás y a mamás o a los oficios.
Además de todos estos beneficios, el juego es divertido y contribuye a desarrollar aspectos de la personalidad del niño. “Es una actividad placentera que permite al niño expresar sus deseos inconscientes, canalizar angustias, traumas o sentimientos negativos, actuando de forma catártica en la resolución de los conflictos internos”, asegura Mª José Llopis, directora del Departamento de Didáctica General de Teoría de la Educación.
“La personalidad se desarrolla con el juego, a través del ejercicio sensorio-motriz perceptivo, imaginativo, de colaboración y constructivo, promoviendo el equilibrio emocional por medio de la adquisición de mecanismos compensatorios, como señalaría Freud, o estimulando el desarrollo de estructuras intelectuales, según defiende Piaget”, explica Llopis.
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