Decía Benedicto XVI en la encíclica ‘Deus caritas est’ que el matrimonio entre un hombre y una mujer “basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo, y viceversa”. Es decir “el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano”. Con estas palabras se ve la importancia del matrimonio. Hoy, cuando las cifras nos hablan de que los jóvenes ya no se casan y de un alto índice de rupturas, es necesario volver a hablar de la belleza del matrimonio y la familia.

CARLOS ALBIACH| 16.2.24

El reciente informe ‘Transformación y crisis de la institución matrimonial en España’ realizado por el Observatorio Demográfico de CEU-CEFAS, nos habla de la debilidad del matrimonio en los últimos años. En sus conclusiones detalla “que el matrimonio canónico fue durante siglos el modelo de familia muy mayoritario en España y en Europa, pero ya no es así”. “Ahora, en torno a la mitad de la gente no se casa nunca y los que se casan lo hacen a edades cada vez más avanzadas”. De hecho, la tasa de nupcialidad (los solteros que se casan cada año por 1.000 habitantes) ha pasado de 7,1 en 1976 a 3,0 en 2022. Además, cuando se casan lo hacen cada vez más tarde: la edad media ha pasado de 26,7 en 1976 a 36,8 en los hombres y de 24,1a 34,9 en las mujeres. Por otro lado, habla de la caída de las bodas por la Iglesia, especialmente desde el año 2011, así como de que alrededor de la mitad de los matrimonios se acaban separando.

Otro de los datos significativos del estudio es que los efectos de esta desestructuración familiar son que cada vez hay menos niños y que los niños que nacen crecen sin su padre o su madre, lo que lleva a que cada vez haya más soledad, es decir, que haya más hogares unipersonales. Así se desprende, que debido a diferentes factores, más del 10% de los bebés españoles no vivirían con su padre desde el nacimiento. “Si se quieren abordar en serio los problemas de baja fecundidad y de la soledad en el hogar, es fundamental que haya sobre todo parejas estables y es que el matrimonio ha sido siempre la forma de convivencia idónea”, concluye el estudio.

A pesar de estos datos, que parecen llevar a la desesperanza, la gran esperanza está en el matrimonio o como decía San Juan Pablo II “el bien precioso del matrimonio y de la familia”. Un matrimonio, que como señala el papa Francisco en ‘Amoris Laetitia’, “no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso sino que el sacramento es un don para la santificación y la salvación de los esposos”. Es, añade, “una vocación en cuanto que es una respuesta al llamado específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia”.

Son tiempos, por tanto, en que es necesario de que brille “la belleza del matrimonio indisoluble y fiel para siempre”, como señaló el Concilio Vaticano II en ‘Lumen Gentium’. Sin olvidar, como explica Francisco, que la familia como Iglesia doméstica es “un don valioso” hoy para el mundo y la Iglesia. “El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia”, añade. Sin olvidar también que el matrimonio “es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros”. Son tiempos también para que la Iglesia cuide y ayude a los matrimonios para ser fieles a su vocación y poder superar los problemas a los que se enfrentan.

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