Eduardo Martínez | 21-03-2013

En el salón de su casa, junto a una imagen de la Virgen de los Desamparados. (Foto: Eduardo Martínez)

Unos días después de haber participado como elector en el Cónclave para la elección del nuevo papa, el cardenal valenciano Antonio Cañizares ha concedido una entrevista a PARAULA en la que analiza la figura del papa Francisco y la situación de la Iglesia en el mundo. También alude al desarrollo del Cónclave y explica cómo se ha preparado interiormente él mismo para elegir al Sucesor de Pedro.

– Don Antonio, ¿cuál es su valoración sobre la elección del cardenal Bergoglio como nuevo Sucesor de Pedro?

– Ha sido la elección de Dios, con eso lo digo casi todo. Ni los medios de opinión, ni los expertos en cuestiones vaticanas han acertado con sus pronósticos o con sus listas. Como me comentaba un laico cristiano, de gran peso en el mundo social, “los Cardenales están en el mundo, pero no son del mundo; se han dejado guiar por otros criterios, sin duda, criterios de lo Alto”. Ha sido un don de Dios, y, como tal elección y don de Dios, ha suscitado una grandísima esperanza en todo el mundo. Los pobres y sencillos lo han percibido, hasta dicen: “Es uno de los nuestros”.
– ¿Ha mantenido relación con él durante estos últimos años?
– Sí, porque, además de ser miembro de la Congregación del Culto Divino, hemos coincidido en Consistorios y en Sínodos. Hemos mantenido una correspondencia epistolar de gran entendimiento y cercanía. Siempre he encontrado en él, a través de esta relación, una gran sintonía, coincidencia, colaboración y ayuda mutua.
– En sus primeras intervenciones, el papa Francisco se ha mostrado como un hombre sencillo, espiritual y de gran delicadeza. ¿Coincide con esta impresión inicial? ¿Qué otros rasgos destacaría de él?
– Así es él: un hombre sencillo, humilde, cercano, entrañable; un hombre de fe muy honda y viva; por eso su humildad, que es un caminar en verdad y en caridad. Sólo su experiencia profunda de Dios, su espiritualidad ignaciana y filialmente mariana, pueden dar razón de su sencillez, de su humildad, y de su gran delicadeza en el trato.
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