Por Miguel Navarro Sorní.
Colegial perpetuo del Real Colegio-Seminario Corpus Christi y vicedecano de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer
San Juan de Ribera estuvo 42 años al frente de la archidiócesis valentina, dejando una profunda impronta en la misma. ¿Qué queda hoy en día de ello? Vamos a ver algunos vestigios de su paso.
El Real Colegio Seminario de Corpus Christi
Sin duda, su huella más relevante y visible es el Colegio Seminario de Corpus Christi, que fundó en 1583 para actuar el decreto tridentino sobre los seminarios y formar un clero selecto que asegurase la reforma del pueblo, con la intención de que allí “se criasen sujetos en virtud y letras” que fuesen “buenos sacerdotes” a los que encomendar las parroquias.
El Colegio y su Capilla mantienen todavía vivo el espíritu de fervor eucarístico, de grave solemnidad en el culto, de provechosa predicación de la Palabra de Dios, de estudio y formación en las ciencias religiosas y de utilización del arte al servicio de la fe que su fundador les infundió. Asistir a sus cultos, visitar su rica biblioteca o su interesante museo, considerar la larga lista de clérigos ilustres que en él se han formado, así como los prelados que ha dado a la Iglesia, da una idea de la grandeza del espíritu de san Juan de Ribera, que con esta fundación quiso poner en marcha una institución para la reforma permanente y el enriquecimiento religioso y cultural de su diócesis valentina.
La impronta espiritual y devocional
San Juan de Ribera dejó una huella espiritual en nuestra diócesis todavía perceptible, sobre todo en la devoción eucarística, que potenció en gran manera. De él proviene la difusión de la jaculatoria “¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!”, tan popular en tierras valencianas. También se debe a su influjo (por la construcción en su Colegio de una capilla para el Monumento) la costumbre de erigir capillas de la comunión en las parroquias, donde el Santísimo Sacramento se conservara dignamente y pudiera ser adorado por los fieles; costumbre que su sucesor, el arzobispo Isidoro Aliaga, transformará en precepto en un sínodo diocesano que celebró en 1631.
Además, Ribera será un gran propagador del culto a san Vicente Ferrer, y a él se debe que su celebración en nuestras tierras tenga lugar el lunes posterior al domingo de la octava de Pascua, ya que su día propio, el 5 de abril, solía caer en semana de Pasión, Semana Santa o la semana de Pascua, por lo que no podía celebrarse solemnemente.
También impulsó la centralidad del misterio redentor de Cristo, sobre todo en los lugares de moriscos, siendo todavía muchas las iglesias de nuestra diócesis que conservan crucifijos regalados por el Patriarca, como el Cristo de la Fe de Santa Mónica o el de la Providencia de Alboraya.
La reforma de las órdenes religiosas
Además, la huella de san Juan de Ribera se puede ver en nuestra diócesis a través de dos órdenes religiosas reformadas todavía presentes en ella. La primera es la de los Capuchinos, que el Patriarca trajo a Valencia en 1596, favoreciendo su instalación en la diócesis, y fundándoles el convento de San Juan de la Ribera, extramuros, para que se instalaran en él; gracias a sus favores en 1607 se erigió la Provincia capuchina de Valencia, que por deseo del Patriarca tomó el nombre de Provincia de la Sangre de Cristo.
La segunda es la de las Agustinas descalzas, que fundó en Alcoy el año 1597, con un grupo de canónigas regulares del convento de San Cristóbal de Valencia, para las que acomodó la regla de san Agustín y las constituciones que santa Teresa de Jesús había dado a sus carmelitas descalzas. Estas agustinas descalzas se extendieron rápidamente por toda Valencia. En 1604 el duque de Lerma fundó en su señorío de Denia el segundo convento; y al año siguiente el Patriarca las implantó en la capital valenciana, en el antiguo convento agustino de Nuestra Señora de la Misericordia, que cambió su título por el de Santa Úrsula (actual sede de la UCV). Y en 1611 las extendió a L’Ollería y Benigànim.
El influjo artístico
Su notable mecenazgo en el campo del arte tuvo un gran influjo en la diócesis. La Capilla de su Colegio se convirtió en modelo para muchas iglesias valencianas, especialmente en su cúpula (la primera construida en Valencia) y su campanario, que fueron imitados en muchos templos valencianos.
Su pontificado supuso “una revolución en el ambiente pictórico valenciano”, pues vino a sustituir el amaneramiento del estilo “joanesco”, hasta entonces vigente en tierras valencianas, por el “realismo” italiano en la linea de Caravaggio, que divulgaron los pintores patrocinados por el Patriarca: Juan Sariñena y Francisco Ribalta, y que se instauró en la decoración de muchas iglesias valencianas.