❐ M.J.C/L.B | 22.09.2022

Olbier Hernández es delegado episcopal de Inmigrantes.

Este domingo 25, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Olbier Hernández, delegado episcopal de Inmigrantes y párroco de San Miguel de Soternes, nos acerca a esta jornada que este año cumple su 108ª edición. En nuestra diócesis se conmemora con una misa en la parroquia de San Miguel de Soternes, en Valencia-Mislata, a las 12 horas.

¿Qué enseñanza podemos sacar de la ‘Jornada mundial del migrante y del refugiado’ de este año?Con el lema ‘Construir el futuro con migrantes y refugiados’, el papa Francisco nos invita a ver al extranjero, no como una amenaza, sino como alguien que ayuda a construir y renovar nuestras sociedades y nuestra Iglesia. Los migrantes dan dinamismo a nuestras comunidades, las enriquecen. Son la puesta en práctica de la catolicidad de la Iglesia, en la diversidad de lenguas, de culturas y de formas de expresar la fe. Todas nuestras comunidades en Valencia se han sentido enriquecidas con la presencia de migrantes y refugiados.
Por eso, debemos acompañarles no solamente desde la necesidad con la que acuden a nuestras comunidades, sino también desde el sufrimiento y vacío que traen producto de la distancia de sus familiares, de los dramas que han dejado atrás. Se trata de construir el futuro con ellos porque no están de paso, han venido para quedarse en medio de nosotros.
Teniendo conciencia de la fraternidad universal, de que el mundo es una casa común, las personas que migran por cualquier motivo -político, económico o por desastres medioambientales- deben ser sujetos de nuestra acogida, de nuestro amor y de nuestra caridad. Y en la diócesis el trabajo se ha ido intensificando con los años.

¿A quién va dirigida la ‘Jornada del migrante y del refugiado’?

Es una jornada de la Iglesia Universal. Y es la edición108ª, es decir, que la Iglesia desde hace más de un siglo, tiene una mirada especial sobre esta realidad. Celebra esta jornada para concienciar a todas las personas, por tanto va dirigida no solo a los migrantes y refugiados que viven entre nosotros y a las comunidades que los acogen, sino a toda la sociedad valenciana. Los migrantes no viven en guetos, viven en medio de nosotros, cuidan a nuestros ancianos, trabajan en nuestros hoteles y restaurantes, van a las celebraciones de los domingos…
En la misa que celebraremos este domingo 25 en San Miguel de Soternes tendremos presente los sufrimientos de los migrantes, sus reivindicaciones, las situaciones que están viviendo en cada país. Este año será muy representativa la presencia del pueblo nicaragüense, la realidad sangrante de África y, obviamente, habrá un momento especial para Ucrania.
Pero esta celebración es un momento puntual, lo importante es lo que celebramos, compartimos y sufrimos todos los días de la semana en las parroquias de nuestros pueblos, el acompañamiento silencioso y diario a todas estas personas que llevan a cabo con gran sacrificio e integridad los sacerdotes, religiosos y laicos de la diócesis.
La eucaristía es expresión de todo lo que hemos vivido durante este año. Llevaremos a la eucaristía a todas las personas que están comprometidas en nuestra diócesis acompañando, sosteniendo, defendiendo y promoviendo a los migrantes. Hay testimonios de sacerdotes que trabajan día y noche con los migrantes hasta la extenuación, les hacen sitio en sus casas, en las parroquias, crean baños, comedores, buscan familias de acogida… Esto es lo realmente importante, la gran red que hay a través de las comunidades parroquiales, de los voluntarios de Cáritas, de la delegación de Migraciones, de los religiosos.
La misión de construir el futuro con ellos, de construir una sociedad con ellos, de construir el sueño de Dios que es una Iglesia universal y fraterna también con ellos es lo que celebramos este año.

Ante este fenómeno, que va a más por el contexto de guerras como la de Ucrania, ¿la diócesis está aumentando esta atención?

Ante cada fenómeno migratorio que acontece, la diócesis valentina siempre ha buscado una respuesta. En el caso de la guerra de Ucrania, la primera respuesta fue crear lugares de acogida para las familias que venían, como el antiguo convento de las Dominicas en Torrent, o la casa de la Purísima de Alaquàs y otra en Benaguasil en las que los padres Amigonianos tienen acogidos a casi 300 ucranianos. O en Serra, donde la parroquia de San Miguel de Soternes, en coordinación con la Delegación, ha abierto la casa de las Hermanas de Mantellate y allí acogemos a 67 personas, la mayoría ucranianas, aunque también hay georgianas, colombianas y venezolanas.
Posteriormente, las familias que acogimos allí fueron derivadas a pisos ofrecidos por las parroquias o por familias. Porque la Iglesia, por ley, sólo puede ofrecer ayuda de acogida inmediata y de acompañamiento en una situación de emergencia en ese primer momento. En principio, solo podemos actuar en los tres primeros meses. Transcurrido este tiempo, empezaría una segunda fase en la que los acogidos deben pasar a depender de las ONGs o de la Administración del Estado. Pero llevamos ya siete meses con estas familias porque la respuesta de las ONGs y de la Administración central está siendo lentísima y, a veces, caótica.


También es caótica la situación en la brigada de extranjería de Valencia, donde hay una larga cola de migrantes y solicitantes de asilo y refugio esperando poder tener una cita que tarda más de seis meses. ¿Dónde están durante ese tiempo? ¿Quién les atiende? ¿Quién les acompaña?
El papel de la Iglesia no debe limitarse simplemente a la acogida, sino también a la defensa y protección de estas personas. Creo que la Iglesia debe ser voz profética de denuncia de todas las situaciones que siguen siendo indignas e inhumanas.

¿Continúan llegando familias ucranianas que piden ayuda a la Iglesia?

Sí. Se da un doble fenómeno: hay familias -las menos- que están volviendo a su país, pero también hay un flujo constante de familias que están viniendo.
Pero el flujo no es solo por la guerra de Ucrania. Llegan constantemente de numerosos países. A través de los aeropuertos se queda en España una media de 3.000 personas cada día para solicitar asilo y refugio. Esto sin contar los que vienen por las fronteras del norte de África o de otros lugares de Europa. El flujo migratorio no para. El mundo se está moviendo porque hay unas necesidades y unos conflictos que abocan a la gente a la movilidad.
En nuestra diócesis, las Cáritas parroquiales y las congregaciones religiosas acompañan a estas personas que van llegando constantemente y requieren productos de primera necesidad (ropa, zapatos…). Esto implica unos gastos continuos que no podemos asumir. Y de la Administración tampoco nos llegan fondos, por tanto, nos vemos muy limitados en nuestros recursos aunque inventamos y sacamos de todas partes para poder atenderles.
Desde la Iglesia en Valencia el compromiso es inequívoco e ilimitado. Nunca hemos puesto límites ni condiciones a la acogida. Siempre ha sido total.

¿Será viable la atención a las familias acogidas si esta situación se alarga?

Necesitamos que las personas que tenemos acogidas pasen a la segunda fase, donde contar con la financiación y los presupuestos del Estado y así nosotros seguir destinando los recursos de que disponemos a la primera acogida de las familias que continúan llegando.
En el centro de atención al migrante (CAI) de Valencia todas las mañanas tenemos a gente esperando para conseguir un sitio adonde ir. Allí están con las maletas. Y se nos hace muy difícil la acogida. Vamos familia a familia buscándoles un trabajo, una vivienda o un recurso de una segunda fase para que puedan salir. Por ejemplo, tenemos siete familias desde hace seis meses, cuando no deberían estar más de tres.
Pero nosotros no vamos a poner a ninguna familia en la calle, ya lo indicó el Cardenal desde el primer momento. Ninguna familia migrante o refugiada sale de un piso de la Iglesia para ir a la calle. Continuamos con ellos. Y éste es, precisamente, uno de los motivos por los que la Iglesia no recibe financiación del Estado central ni subvenciones, porque no aceptamos las dos condiciones que nos pone: decirnos el perfil de las personas a las que debíamos acoger y limitarnos el tiempo de la acogida. Nosotros dijimos que acogemos a cualquier persona y por el tiempo que lo necesite.

Desde que empezó la guerra en Ucrania, ¿cuántas personas se han beneficiado de la ayuda de la Iglesia en Valencia?

Ya antes de la guerra teníamos más de 300 ucranianos acogidos o acompañados. Después de la guerra pasan de las 600 personas, lo que supone una media de casi 200 familias. Las que no están en los centros están ya en viviendas de parroquias o de familias. Y son acompañados por Cáritas entre uno y tres años. Reciben clase de castellano, alimentos mensuales, ayudas para escolarizar a los niños, para la compra de material y necesidades puntuales de medicinas. Todo esto lo tienen cubierto por Cáritas Diocesana.

En estos momentos, ¿cuántos ucranianos hay acogidos por la Iglesia?

En la actualidad unos 300 ucranianos. Y además tenemos acogidos de otras nacionalidades. En total, unas 700 personas acogidas en distintos recursos, pisos y comunidades religiosas.

Su parroquia es conocida por ‘las colas del hambre’ que se forman cuando reparten alimentos. ¿Hay más peticiones de ayuda para alimentación últimamente por la subida de precios?

Sí. Siguen siendo interminables las peticiones de ayuda mensual. Hemos observado que han aumentado sobre todo de personas que, aun teniendo trabajo, ya no pueden llegar a cubrir los gastos del mes. Hasta ahora vivían normalmente pero ya no pueden pagar el alquiler, el agua, la luz y la comida. El reparto de alimentos seguimos haciéndolo los cuartos viernes y sábados de cada mes. Atendemos a unas 225 familias.
También seguimos con el reparto de medicinas porque hay gente que, aun teniendo seguridad social, no puede pagar la parte que le corresponde del medicamento. Nosotros les facilitamos los tratamientos. Además, las personas más vulnerables no saben cómo pedir las ayudas sociales, es un mecanismo muy complicado y no tienen ni conocimientos ni medios para hacerlo, por eso les ayudamos a solicitar las ayudas a las que tiene derecho.
Ahora mismo tenemos pocos recursos, la ayuda que nos dan es muy básica por lo que encontrar alimentos y articular el reparto se nos hace cada vez más difícil.

La parroquia de San Miguel de Soternes destaca por su labor a favor de los migrantes.

La parroquia tiene una historia de atención a migrantes y refugiados que comenzó ya con el anterior párroco, Jesús Cervera, y ahora sigue conmigo, por lo que se ha juntado con la labor de la Delegación. Esto ha llevado a que tengamos que atender allí a personas no solamente del ámbito parroquial sino de toda la diócesis, sobre todo en cuestión de alimentos y en temas de acompañamiento y asesoría jurídica.
Como desbordaba la parroquia, hemos tenido que crear la fundación llamada ‘Toca a mi puerta’. Ahora esta fundación se hace cargo de la ayuda y acompañamiento de todas las personas que no son de la parroquia.
La fundación no depende de la diócesis sino que es independiente, y está integrada por cristianos comprometidos cuya motivación es poner en práctica el humanismo cristiano a través de la caridad.
Es fundamental que la Iglesia, cada vez más ,se abra a espacios en la sociedad civil que lleven los laicos. No podemos ser los sacerdotes y religiosos quienes llevemos adelante la labor social. El diálogo con la Administración y con los grupos sociales han de llevarlo los laicos. Cada vez nuestros laicos han de comprometerse más en la sociedad civil. Y han de saber que su compromiso con la Iglesia y con el Evangelio no es ir a misa los domingos sino transformar la realidad social en la que viven a través de movimientos y asociaciones, que no tienen por qué ser eclesiales. Ellos son la presencia del Evangelio de Jesús allí donde estén.
La fundación la han promovido dos empresarios jóvenes, un asesor fiscal, un director de banca jubilado, dos profesoras universitarias, una doctor en medicina, un psicólogo y un cura.
Esta ONG tiene un área de cooperación internacional para no olvidar la ayuda a otros países; un área de infancia, juventud y familia; otra de migrantes y refugiados, con una mirada clara a la interculturalidad y el diálogo interreligioso; y un área de mujeres. Es una mirada amplia a los más vulnerables de la sociedad.