AMPARO CASTELLANO | 28.02.2020

Nos encontramos en el año 2020, veinte años ya del tercer milenio, y, en estos momentos, a punto de comenzar la Cuaresma. Pregunta obligada, ¿cómo ve la Iglesia, hoy?

Con frecuencia aparece en cierta opinión pública la imagen de una Iglesia en retirada, anclada en el pasado, poco “moderna” o hasta en caída libre y decrépita, incluso dividida. Sin embargo, en honor de la verdad y reconociendo lo que podría dar lugar a esa imagen, pidiendo perdón por ello, veo que la realidad de la Iglesia es otra. Haciéndome eco de la verdad y la realidad, reconozco que la Iglesia está viva y que la Iglesia es joven. Lleva en sí misma, en su entraña más propia, el futuro del mundo y por ello muestra a los hombres el camino hacia el futuro. Ese futuro y ese camino no es otro que Jesucristo.


Lo podemos apreciar en manifestaciones como los Encuentros mundiales de juventud, en el último Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía, en su gran despliegue en favor de los más desheredados de la tierra, en su fuerza de movimientos eclesiales de evangelización y de solidaridad… Veo la Iglesia en estos momentos con una gran fuerza, en medio de sus debilidades y flaquezas, llena de juventud porque Jesucristo que vive en ella está vivo: así de sencillo y de claro. Y añado, con más jóvenes dentro y con ella que ninguna otra institución.

¿A pesar de todo la Iglesia necesita renovación como indican abundantes gestos del Papa Francisco?

La Iglesia necesita renovación, está pidiendo que se la renueve interiormente, porque de ese interior es de donde viene la verdadera renovación y no tanto de cambio de estructuras o de norma; y que es necesario, por tanto, como la visión de san Francisco sobre la iglesia de san Damián indicaba en su tiempo, que se la restaure y vuelva a lo que la hace verdaderamente atractiva, bella y buscada. Los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI nos dejaron una Iglesia más llena de audacia y valentía, más libre, y más joven; una Iglesia que mira al pasado con serenidad y que no tiene miedo del futuro. Como estamos viendo y palpando, este camino abierto de la Iglesia lo está prosiguiendo con todo vigor, vigor acrecentado, el Papa Francisco.

¿Podemos decir lo mismo de la Iglesia en España, y de la sociedad española?

¿Por qué no, si estamos en la misma y única Iglesia, si vivimos la comunión con ella?. Pero, además, por citar un solo hecho, hace unos días se celebró y clausuró el Congreso Nacional de apostolado seglar “Pueblo de Dios en “pueblo de Dios en salida”, “signo e instrumento de la comunión íntima con Dos y de la unidad de todo el género humano”…Ha sido un acontecimiento que nos llena de gozo y esperanza por ser Iglesia, miembro de ella. Como he referido a este Congreso, pues este es un acontecimiento que muestra signos de vitalidad, alegría, esperanza, con capacidad y ganas bien fundadas de salir para llevarles y entregarles nuestra única riqueza que posemos, pero que no es nuestra sino a que todos pertenece y a todos hay que darla o devolvérsela: El Evangelio, Jesucristo. Los católicos españoles, los laicos allí presentes, han podido palpar en este acontecimiento la vitalidad y juventud de la Iglesia en España.

¿Esto indicaría como un nuevo renacer en la Iglesia?

Se está observando en muchas cosas un nuevo renacer, no espectacular pero sí verdadero, y esperanzador. Ahí tenemos cómo se está viviendo en tantas partes la adoración eucarística permanente, el resurgir de los grupos de oración y las visitas a lugares de contemplación, de silencio; y también el crecimiento y consolidación de Cáritas, de sus obras, la sensibilización hacia los más pobres, los refugiados; el crecimiento en número y profundidad interior de grupos de jóvenes que viven gozosos la fe en Jesucristo con un estilo de vida nuevo en medio de este mundo tan secularizado; los millones de cristianos que han alzado o estando alzando su voz o su testimonio silencioso para afirmar el valor de la verdad del matrimonio y de la familia, la vida y de la caridad; la libertad y valentía, la alegría, con que muchos viven su fe a la luz pública, sin ocultarla; el testimonio de tanta gente sencilla y enfermos que viven la fe en grado heroico; la recuperación de la oración y la estima por la vida interior en no pocos; el afán evangelizador en tantos. Es verdad, como contrapunto, que la presencia cristiana en la vida pública tiene laguna y debilidades que habrá de fortalecerse y llenarla.

ENTREVISTA ÍNTEGRA EN LA EDICIÓN IMPRESA DE PARAULA