❐ L.B. | 09.02.2023
El sábado 11 de febrero la Iglesia celebra la XXXI Jornada Mundial del Enfermo, en la memoria litúrgica de Nuestra Señora la Virgen de Lourdes.

En esta ocasión, al coincidir con la conmemoración del Centenario de la Coronación Canónica de la Virgen de los Desamparados, en la diócesis “lo celebraremos contemplando a la Virgen como Madre de los Inocentes, Madre de los Enfermos”, indica Luis Sánchez, delegado episcopal para la Pastoral de Enfermos y Mayores.

Dado que este año el día litúrgico de la Jornada Mundial del Enfermo es sábado, para facilitar la participación en la tradicional misa de los enfermos, ésta se celebrará el próximo lunes 13, a las 19 horas, en la catedral de Valencia. La misa será presidida por el arzobispo, Mons. Enrique Benavent, e irá seguida de la procesión claustral de las antorchas, con la imagen de Nuestra Señora de Lourdes. La celebración contará con la participación de la Hospitalidad Valenciana Nuestra Señora de Lourdes. Previamente, a las 18 horas, se rezará el Rosario por los enfermos.

Encuentro diocesano
El sábado de la semana siguiente, 18 de febrero, tendrá lugar el XIX Encuentro Diocesano de Pastoral de los Enfermos, en el Centro Arrupe de Valencia, a partir de las 10 de la mañana. El tema este año será ‘La Mare de Déu dels Desamparats, Madre de los Enfermos’.

En el encuentro se impartirán dos ponencias. La primera girará en torno a ‘Fray Juan Gilabert. El Beato Jofré’, que será ofrecida por el religioso Mercedario Juan Pablo Porta. La segunda, que pronunciará Vicente Tur, profesor de Mariología en la Facultad de Teología de Valencia, llevará por título ‘María, Salud de los Enfermos’.

Madre de los enfermos
Respecto al lema con que la Iglesia en Valencia celebra la jornada este año, Luis Sánchez explica que “la entrañable advocación de María, Mare de Déu del Desamparats, nace del corazón amoroso de los valencianos por los más necesitados de nuestra sociedad: los enfermos mentales”. Y recuerda que su origen “está ligado indisolublemente al primer hospital psiquiátrico del mundo, el Hospital de los Inocentes –origen del Hospital General de Valencia–, pues esta advocación fue creada por y para el ‘Hospital d’Innocents, Folls i Orats baix l’ampar de la Verge Sancta María dels Innocents’, en el siglo XV”.
“Al amparo de Nuestra Señora se acogen, desde entonces, no solo los enfermos mentales, como en su origen, sino todos los enfermos y necesitados de nuestra sociedad; todos nosotros que la aclamamos como Madre nuestra, Madre de los Desamparados”, añade el delegado episcopal para la Pastoral de Enfermos y Mayores.

“Durante los últimos años mi marido no me soltó la mano”

❐ L.B. | 09.02.2023
Cristina Martínez ha dedicado los últimos catorce años a cuidar de su marido Luis Ródenas. El matrimonio, vecino de Mislata, había hecho muchos planes para la jubilación, momento que veían ya cercano. “Teníamos muchos proyectos, entre ellos irnos al pueblo, en Albacete, donde tenemos una casa y Luis disfrutaba con la huerta y los olivos”, comenta Cristina. Sin embargo, todo se vino abajo cuando una noche Luis notó que el brazo derecho no le respondía. “Empezaron a hacerle pruebas y más pruebas y no sabían qué era. Hasta que, después de dos años, el resultado fue concluyente, ya no había dudas: se trataba de ELA”, recuerda Cristina. La ELA o Esclerosis Lateral Amiotrófica es una enfermedad progresiva del sistema nervioso que afecta a las neuronas en el cerebro y la médula espinal, y causa la pérdida del control muscular.

A partir de ahí la enfermedad se desarrolló muy rápidamente y la parálisis se extendió por todo el cuerpo. Luis pronto necesitó silla de ruedas y, casi desde el principio, tuvieron que empezar a darle todo el alimento triturado porque no podía tragar.

La vida de toda la familia tuvo que adaptarse a la nueva situación. Cristina, que era auxiliar de enfermería, se dedicó plenamente a su marido. Sus dos hijos sacaron tiempo para ir cada día a casa de sus padres para ayudar, a pesar de seguir atendiendo a sus propias familias y el trabajo. Y hasta la casa tuvo que sufrir cambios para adaptarse a la nueva situación. “Acondicionamos el cuarto de baño y trasladamos su cama al salón, con todos los aparatos que necesitaba -sondas, oxígeno, grúa…-, porque así podíamos estar siempre a su lado”.

A la ELA se fueron añadiendo otras enfermedades y afecciones que complicaban un poco más la situación. “Recibía mucha medicación pero toda paliativa”.

Aunque en un principio a Luis le dieron cinco años de vida, vivió once. “Muy duros todos, pero especialmente los últimos seis años, ya que terminó llagándose, lo que le producía unos dolores muy intensos”, comenta Cristina, quien añade que Luis “no quería que le tocara nadie más que yo y protestaba cuando lo hacía, aunque después me daba las gracias”.

“Era terrible verle así, con sondas y aparatos para todo y con tanto dolor. A veces decía que quería acabar con todo eso, que ya no podía más”, recuerda con pesar Cristina.

En agosto Luis empeoró, por lo que tuvieron que ingresarle. El final había llegado. Murió cogido de la mano de Cristina. “Durante los dos últimos años no me soltó la mano”, recuerda.

Incertidumbre y dolor
En todos estos años, Cristina ha pasado por momentos de desánimo, de incertidumbre, “noches y noches sin dormir porque temía que justo cuando me durmiera fuera a pasarle algo a Luis y no darme cuenta”.

Durante este tiempo se ha preguntado de todo. “¿Por qué esto? ¿Por qué a mí? Incluso te planteas si la enfermedad es el castigo por haber hecho algo mal. Sé que no, y doy gracias a Dios todos los días de mi vida porque me ha dado fuerzas para superarlo, para llevarlo adelante”.

Porque la fe ha sido fundamental para que la familia pudiera sobrellevar esta situación tan dura. “He rezado mucho pidiéndole a Dios que me diera fuerzas y salud para poder cuidar de mi marido. Yo veía al Señor en él. Cuando atendía a Luis, cuidaba del Señor”, reconoce.

A pesar del sufrimiento, también había momentos de felicidad. “El mejor momento del día era cuando los nietos venían a ver al abuelo. A los nietos les gustaba venir y al abuelo, que vinieran. Se sentaban en la cama a su lado y le contaban cosas. El abuelo se lo pasaba pipa”. Cristina es consciente de que vivir la enfermedad del abuelo, ver cómo se iba degradando y el cariño con el que se le atendía en casa ha sido una gran enseñanza para los nietos. “Ahora me dicen que le echan en falta pero que saben que está en el cielo”.

Y ahora, ¿qué?
Con la enfermedad de su marido, Cristina también tuvo que abandonar su vida social y otras ocupaciones. “Era catequista y lo tuve que dejar cuando Luis ya no podía quedarse solo. No podíamos ir a la Iglesia pero nos traían la comunión a casa y seguíamos la misa en la tele”.

Tras la muerte de Luis, Cristina tuvo unos meses muy malos. “Pasé de estar las 24 horas del día dedicada a él, a levantarme y no saber qué hacer”. Sin embargo, poco a poco ha ido recuperando su actividad. Ha vuelto a colaborar con la parroquia, donde pertenece al movimiento de jubilados y mayores ‘Vida Ascendente’, y está siguiendo los cursos de pastoral de enfermos organizados por la delegación de Enfermos y Mayores.

A pesar de que no ha sido nada fácil, Cristina muestra su satisfacción por todo lo vivido. “Nos casamos para estar siempre juntos en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, y hemos sido muy, muy felices durante estos 47 años”.