BELÉN NAVA | 30-11-2017
Shane Paul O’Doherty vivirá siempre con la carga de haber pertenecido al grupo terrorista IRA. Muchos lo señalan y no aceptan su arrepentimiento. Él, tras pasar 14 años entre rejas y pedir perdón a sus vícti­mas, confiesa que, aunque no pueda borrar su pasado, su fe y su acercamiento a Dios le cambiaron la vida. “La vio­lencia no tiene ninguna jus­tificación”, afirma rotundamente. Ahora ha querido ofrecer su testimonio a los lectores de PARAULA y ha participado en el cilco ‘Dies Academicus’ organizado por el servicio de pastoral de la universidad CEU UCH.
 
La historia de Shane Paul O’Doherty arranca un gélido 25 de enero de 1955. Era el séptimo de ocho hermanos fruto de un matrimonio católico de clase media radicados en Derry, una localidad fronteriza de Irlanda del Norte. Su madre, durante años, lo llamó “bebé de nieve” y quizá esa frialdad que transmitía este apelativo cariñoso es la que a él, con tan sólo quince años, le hizo tomar la decisión de unirse como voluntario al IRA. “Vino mi mejor amigo y me dijo que se iba a hacer voluntario -del IRA- y yo, sin pensarlo exclamé: ¡Y yo también!”, recuerda en una entrevista concedida a PARAULA.
Una decisión de la que, ahora, se arrepiente. “Tomé grandes decisiones en muy poco espacio de tiempo y sin meditar. Pero -matiza Shane- al entrar a formar parte del IRA te sientes atrapado y no hay escapatoria. O te unes a la causa o sabes que algún día serás tú el muerto al que lloren las familias”.
“Por supuesto, si alguien me hubiese explicado, a los 15 años, el error que estaba cometiendo, todo el horror y las víctimas que iba a sembrar, se hubiese desvanecido todo el glamour y la mística que tenía en aquella época entrar en el IRA”.
El héroe patriótico
Retrocedamos algo en el tiempo para poder entender qué es lo que le pasaba por la cabeza a un joven que apenas está empezando a “vivir” para unirse a un grupo terrorista. Derry -Londonberry para los británicos- es la segunda ciudad en importancia por detrás de Belfast y marcada por la frontera que les separa de la ‘Irlanda libre’. Para los jóvenes de aquella época todavía resuenan los ecos de las revueltas que sus abuelos, incluso sus padres, vivieron contra los ingleses defendiendo su territorio. El idealismo del héroe patriótico siempre estuvo en sus mentes. La sangre derramada de sus antepasados no hacía más que avivar un caldo de cultivo que desembocaría en más violencia y en ganas de venganza.
O’Doherty asegura que “aunque mi padre siempre condenó la violencia, mantenía con él conversaciones sobre nuestra situación. Yo nunca entendí por qué nos teníamos que sentir infe­riores a los británicos. Su hermano mayor, mi tío George, luchó por la inde­pendencia del país y su imagen era la de un gran patriota. Yo era muy joven y me encantaba leer libros sobre aventuras y sobre la historia de Irlanda y de ahí desarrollé ese deseo para implicarme en la lucha. Estaba motivado e impre­sionado por el pasado de mi tío. Pero la diferencia con él era que yo ya vivía en una nueva época, una nueva era de respeto a los Derechos Humanos. Mi sueño no era real, pero a mí me parecía que había un uniforme preparado para mí. Muchas personas inocentes eran asesinadas, gente cercana”.
Y con ese pensamiento idealizado, Shane soñaba con ser un héroe, un luchador del pueblo, incluso tenía un componente romántico. “El problema es que el exceso de patriotismo, se convierte en enfermedad. Reemplazamos el amor a las personas con el amor al país”, nos explica.
Y así, poco a poco se ganó la confianza de sus superiores hasta convertirse en el jefe de explosivos del IRA. “Quienes ponen una bomba no piensan en las víctimas ni en el dolor que esparcirá por tiempo indefinido. Sólo les preocupa ser un patriota y un héroe”. Ahora, y con la sabiduría que dan los años, asegura que “si hubiera sabido que al cabo de los años nadie reconocería mis ‘actos por la libertad’, jamás habría ingresado en una banda terrorista”.
Momentos de duda
Durante los cinco años en los que estuvo en activo en el grupo terrorista, y hasta su detención, Shane tuvo momentos de duda. “La primera vez que disparé a un soldado británico me alegré de que no estuviera herido de gravedad, porque le había mirado a los ojos y había visto a un ser humano detrás del visor, el rifle y el uniforme”. Sin embargo, reconoce que él, al igual que muchos de sus amigos y de la gente de su entorno, “veíamos a las fuerzas británicas como terroristas en mi país, asesinando a mi gente, y sentía la violencia contra ellos como un imperativo moral”.
En Londres inició en solitario una campaña de paquetes bomba. “Perdí la cuenta de cuántos pude enviar” pero uno de ellos traspasó los sistemas de seguridad y llegó a Downing Street, la residencia del primer ministro británico, “lo que me convirtió en el hombre más buscado de Gran Bretaña”.
Ese fue el principio del fin. Pero un fin entendido como una redención y una ruptura con su vida pasada y una bienvenida a la conciencia y al perdón.
El camino para la conversión
Para Shane, su detención y posterior ingreso en prisión fue un bálsamo. Como el sediento que llega a la fuente. “Allí, por contradictorio que parezca, recobré mi libertad. Empecé a pensar por mí mismo. Ya no tenía que preocuparme por salvar mi vida y tomé conciencia del gran error en el que vivía”. Fue condenado a 30 cadenas perpe­tuas pero tan sólo cumplió una condena de 14 años entre rejas.
Esos años son los que verdaderamente cambiaron su vida. Allí conoció a varios sacer­dotes que le ayudaron en su ca­mino a la conversión y a la me­ditación. En su celda se pasaba los días pensando y leyendo la Biblia. “Como ya sabía hacer la guerra quería aprender a hacer la paz”, recuerda. “Por primera vez leí los Evangelios… y de un tirón. Yo, católico como era, nunca había leído los Evangelios y ahí encontré un gran tesoro. Aquello me golpeó como una bomba atómica y me llevó a pedir perdón”.
Shane encontró a “un hombre, Jesucristo, que me atrapó de inmediato”. Tras una lectura reposada de los Evangelios quedó impactado por una cita de Mateo: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5, 20).
“Pude ver claramente que si quienes luchábamos por la libertad no llegábamos a respetar ni los derechos humanos, ni la misma vida de nuestros semejantes, mientras nos dirigíamos a la liberación, ¿cómo se podría esperar que fuéramos a respetar las vidas y los derechos humanos cuando alcanzáramos nuestra meta?”, se cuestiona y profundiza aún más en el tema. “Ya fuera en los términos más elementales como el respeto por los derechos básicos que tiene cada persona, o acudiendo a la luz de las enseñanzas del Evangelio, no podía encontrar ninguna justificación ni a la violencia política, ni a la coacción, ni mucho menos a matar deliberadamente a mi prójimo. Me dolía reconocer que había violado los derechos humanos”.
Shane O’Doherty decidió añadir un ‘ex’ a su calificativo de terrorista pidiendo perdón a sus víctimas, una palabra tabú para sus compañeros del IRA, que le retiraron la palabra y le dijeron que había cambiado “para hacer su vida más fácil”. Pero también para muchas víctimas y políticos que “pensaban que volvería a ser un terrorista. Sólo encontré el apoyo de la Iglesia. Nadie confiaba en que alguien como yo pudiera realmente cambiar. El resto de presos dejó de dirigirme la palabra durante ocho años. Me convertí en una persona completamente aislada”.
Sin embargo, él lo único que quería era buscar “la reconciliación con Dios y con la Iglesia, con las víctimas y con mi comunidad. No podría asociarme con la religión sin reconciliarme con mis víctimas. Sentí que un arrepentimiento sin frutos ni acciones no tenía sentido”.
“Han pasado muchos años pero nunca olvidaré los años de violencia, la guerra no sirvió de nada, fue horrible”, recapacita y “cada día me pregunto qué es el perdón y si me han perdonado Dios o las víctimas”, reflexiona.

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