Hoy hablamos con Ana, madre de un toxicómano, que participó en estos grupos de Proyecto Hombre, donde le ayudaron a ella y a su hijo. Y hablamos con María Moreno, psicóloga y coordinadora de los programas ambulatorios en Valencia de Proyecto Hombre. Dos caras para una misma realidad: la lucha por salir de la adicción.
EVA ALCAYDE | 25-04-2019
¿Qué le pasa a mi hijo? ¿Por qué está cambiando tanto?, ¿Por qué me habla mal, si antes era muy cariñoso?, ¿Qué le está ocurriendo?, ¿Por qué evita a su familia?…
Estas eran las preguntas que se hacía Ana cuando su hijo, de 17 años, volvió a casa con ella después de estar un año viviendo con su padre. Había cambiado de colegio, de amigos y de entorno. Su comportamiento era extraño y no había encajado el divorcio del mismo modo que sus hermanas. “Nos dimos cuenta de que consumía alguna sustancia y quise llevarlo a Proyecto Hombre, pero el se negó”, explica Ana, una madre desesperada que aún así acudió a la Fundación Arzobispo Miguel Roca para pedir ayuda.
Precisamente uno de los síntomas de la adicción es la negación del problema. “El mismo trastorno adictivo impide verlo y es muy habitual la mentira, el engaño y frases como ‘yo controlo’ o ‘no tengo ningún problema’. El autoengaño te permite seguir consumiendo, porque sino ¿cómo vas a seguir haciendo una cosa que sabes que es perjudicial y te hace daño?”, asegura María Moreno, psicóloga y coordinadora de los programas ambulatorios en Valencia de Proyecto Hombre.
Una de las reuniones de los grupos de autoayuda de Proyecto Hombre. (FOTO: A.SÁIZ)Esta pregunta lanzada al aire le sirve a la psicóloga para explicar que hay zonas del cerebro que con un consumo continuado dejan de funcionar. “La química cerebral del adicto se ve alterada al introducir tóxicos, por lo que una persona con adicción siente diferente y se comporta de forma diferente, además todos sus órganos deben hacer un gran sobreesfuerzo para metabolizar la droga”.
Lo que encontró Ana cuando acudió a Proyecto Hombre fue una gran ayuda para ella.“Llegué con ganas de llorar, con impotencia y con los sentimientos a flor de piel. Estaba muy enfadada con mi hijo, y no podía compartir lo que me estaba pasando con el resto de la familia”, reconoce Ana que asegura que es muy duro decir en voz alta que tu hijo es un drogadicto, aunque, por contra, “resulta también un gran alivio”.
María Moreno, la psicóloga, asiente con la cabeza y añade que muchos padres tienen sentimiento de culpa. Nos explica que la droga afecta a toda la familia y, por eso, para Proyecto Hombre son tan importantes los grupos de autoayuda. Allí se enseña a las familias a convivir con el problema y a sufrir menos. También se intenta que no reduzcan su vida al círculo de la adicción. “Los familiares sufren los daños colaterales de la droga y en el grupo tratamos de darles herramientas para afrontarlos, amortiguadores para que su sufrimiento sea menor”, explica.
¿Por qué mi hijo es drogadicto?
La adicción es multicausal, es decir, existen muchos factores que hacen que una persona tenga más riesgo que otra de acabar ‘enganchada’ a una sustancia. Entre los factores de riesgo están la propia personalidad, la situación familiar (si hay antecedentes, si hay problemas económicos, de divorcios…), la experiencia escolar, la percepción que tenemos de nuestro éxito en la vida, nuestro entorno laboral y de amigos, e incluso nuestra historia de vida, es decir, cómo hemos pasado por las diferentes etapas del crecimiento: nuestra infancia, la adolescencia… todo importa.
“Cuantos más factores de riesgo tengamos, más vulnerables seremos y más posibilidades tendremos de caer en una adicción”, explica la experta, que destaca, sin embargo, que también existen factores de protección que nos hacen más fuertes ante una adicción. Por eso, para Proyecto Hombre son tan importantes los programas de prevención y los de autoayuda, en los que los familiares son un usuario más.
Reconocer el problema
El primer paso -y quizá el más difícil- en los grupos de autoayuda es reconocer que existe un problema. Ana explica que a veces no lo hacemos por vergüenza y otras por un error de concepto. “Si tu hijo tiene una varicela, lo llevas enseguida al médico, no esperas quince días. Pero si tiene una drogadicción, no piensas que está enfermo, piensas que es un vicio”, asegura.
“Trastorno, enfermedad, problema… da igual como lo llamemos, el caso es que hay algo que no va bien”, añade María.
Ana comenzó en los grupos de autoayuda de Proyecto Hombre. “Lo primero que aprendí es que con los drogadictos no se puede ser débil, no se puede ceder. Y lo segundo, fue que si tu estás bien vas a poder cuidar mejor de tu hijo”, explica Ana, que oyendo a los demás aprendió a conocer las excusas típicas del adicto.
En los grupos de autoayuda se tocan muchos temas. Se trabaja la asertividad, la comunicación con el drogodependiente, cómo dirigirse a él, pautas conductuales. Se trabaja la dependencia que tienen los familiares del enfermo, que han perdido su identidad, etc. “Vemos muchas mujeres supeditadas a su hijo, que han abandonado sus vidas y han pasado a sentir todo a través del hijo enfermo”, apunta María Moreno.
Actualmente hay funcionando cuatro grupos de este tipo en Proyecto Hombre. “Cuantos más familiares estén implicados en el proceso de mejora y crecimiento del enfermo, mejor será para él”, asegura la psicóloga que nos cuenta el caso más enriquecedor que ha vivido en Proyecto Hombre: Una chica de 19 años que acudía al grupo todos los viernes para ayudar a su padre, que seguía un programa contra su drogadicción. Ella consiguió estar bien, acabar con su rabia y rencor y perdonar a su padre. Y él consiguió rehabilitarse y salir de la droga.
“Cuando comprendes cómo funciona esto, los niveles de rabia de los familiares se reducen mucho”, afirma María para quien los desenlaces felices son “momentos muy gratificantes, que te conectan con la vida y con el ser humano”.
Ana asiente porque en su caso, su hijo también tuvo un final feliz. “Sientes una satisfacción muy grande porque el cambio de ellos es lo que más te reconforta y más alivia tu sufrimiento”, dice. Pero Ana fue muy valiente. “Una madre no puede solucionar la adicción de su hijo, pero tienes que decidir si contribuye a que desaparezca o a mantenerla”.
“Es verdad que el trabajo de recuperación lo tienen que hacer ellos, pero muchas veces los familiares son mantenedores del problema. Dan dinero, permiten que consuma en casa, encubren al hijo ante el otro progenitor, etc.”, añade la psicóloga.
Ana decidió plantarle cara al problema. En el grupo aprendió a no ser permisiva, a poner límites y le dio un ultimátum a su hijo. “Si no los dejas caer cómo se van a dar cuenta del problema que tienen”, dice. A ella le salió bien y consiguió que su hijo acudiera a terapia y se recuperara. Volvió a ser como era y rehizo su vida.
Han pasado ya 20 años. Su hijo supera los 40 y tiene su propia familia. Ana ya tiene 10 nietos, pero sigue en los grupos de autoayuda de Proyecto Hombre, ahora como voluntaria. Ayuda a otras madres, padres y demás familiares que pasan por lo que ella pasó. Algunos, como ella, lo consiguen. Para otros es más difícil y ni siquiera logran que sus hijos vayan a terapia. Pero el grupo siempre les ayuda a ellos mismos.