ZENIT | 16-02-2012

El misionero, junto a varios niños en Ecuador


El misionero Pedro Manuel Salado, español de 43 años, falleció en Ecuador el 5 de febrero tras salvar la vida de siete niños que habían sido arrastrados por el mar.
Salado, natural de Chiclana de la Frontera, Cádiz, se consagró al Señor, en la Familia Eclesial Hogar de Nazaret, en el año 1990 y hasta 1998 vivió en el Hogar de Nazaret de Córdoba; en este año fue destinado a la misión que la obra tiene en Quinindé, Ecuador.
Y allí se ha ocupado de los niños desamparados, dirigiendo un Hogar y la Escuela-Colegio Sagrada Familia de Nazaret, “con una entrega reconocida por aquellos que lo conocíamos y habíamos convivido con él”, afirma una nota enviada a ZENIT por el Hogar de Nazaret.
El 5 de febrero, la comunidad misionera se había ido con los niños acogidos a una playa cercana a la misión. Estando los niños jugando en el agua cerca de la orilla una ola se llevó a siete hacia dentro.
El hermano Pedro, a pesar del respeto que solía tener al mar, no dudó en lanzarse al agua diciendo “tengo que salvar a mis niños” y los fue sacando uno por uno. Tras sacar a los dos últimos niños (Selena y Alberto), fallecía en la orilla exhausto.
Al conocer la noticia, el obispo de Esmeraldas afirmaba que “el hermano Pedro murió como vivió”, entregado a Dios y a los niños.
El lema del Hogar de Nazaret es ‘Si el grano de trigo cae en tierra y muere da mucho fruto’ (Jn 12,24). “Pedro Manuel lo ha cumplido con creces durante su vida y en este último acto heroico”, afirma la nota.
Uno de sus niños decía llorando: “Y ahora, ¿quién va a cuidar de nosotros?”. La obra Hogar de Nazaret seguirá acogiendo a esos niños, pero hay varios que estaban esperando al mes de marzo para ir a vivir con Pedro Manuel. “Pedimos a Dios las vocaciones necesarias para poder atender a estos niños”, afirma la nota.
“En un domingo en el que celebrábamos en muchas diócesis la jornada de la Vida Consagrada, nuestro hermano nos ha recordado hasta dónde puede llegar el amor a Dios y al prójimo”, afirman. Y concluye: “Tristes por su ausencia, pero gozosos por su generosidad y valentía, agradecemos a Dios el don que ha hecho al enviar al hermano Pedro a nuestra obra y a la Iglesia”.