María José Fraile | 2-05-2013
Creyente, católico practicante y muy comprometido, Quino Bono es uno de los grandes arquitectos de Valencia. Responsable de nuevos templos como el de la Virgen del Lluch de Alzira, coautor de ‘La Sagrada Familia’ de Torrent, de dos campus de la Universidad Católica de Valencia ‘San Vicente Mártir’ (el de Alzira y el de Torrent) junto con la sede del INEDE en Valencia, su trabajo atraviesa las fronteras de la diócesis, España y Europa. Junto a su equipo humano de Alzira, también cuenta con otro a nivel internacional implantado en países como Argelia o Emiratos Árabes. Una mezcla de culturas, tradiciones y creencias que “me enriquecen” y nunca “me han supuesto ningún problema desde el punto de vista religioso”.
– Además de los proyectos que realiza en España, también está presente en Polonia, Irán, Dubai…
– Bueno, ahí hemos realizado proyectos en el pasado. Tenemos oficinas en Argel y en Orán; y acabamos de regresar de nuevo a Abu Dabi con nuestro socio emiratí, donde desde hace dos meses también tenemos oficina. En este momento queremos centrarnos en estos países.
– Por lo tanto, cuenta con un equipo humano internacional implantado en cada uno de los países donde trabajan sus distintas delegaciones.
– Sí, así es. Normalmente nuestras oficinas en el extranjero siempre tienen personal español que conoce perfectamente nuestra forma de trabajar. Parte del equipo lo completamos con arquitectos locales, más sensibles a la cultura local, y que perciben detalles a la hora de proyectar que nosotros no. Nuestra central de producción, por llamarlo de alguna manera, esta en Alzira donde tengo más tiempo para proyectar y donde disponemos, en la oficina, de la tecnología espacial para completar el proceso.
– En sus perfiles de Twitter y Facebook alterna sus mensajes de arquitectura con los de Iglesia. ¿No teme perder algún proyecto por decir que es católico practicante?
– Claro que no. Soy católico y mis clientes saben que lo soy. Generalmente, si la gente es ‘normal’ existe respeto mutuo personal y profesional. Si bien es cierto que te examinan permanentemente por si tienes una doble moral. En Argel tengo un socio argelino-musulmán y en nuestras comidas de trabajo surgen este tipo de conversaciones. Ellos son muy dados a hablar de religión. Nunca ha habido ningún problema. En Teherán presenté el proyecto de un ‘congress hall’ ante el vicepresidente y me trataron genial. Sabían perfectamente quien era, que hacía iglesias y nunca me dijeron nada. De hecho piensan que el que es capaz de proyectar una iglesia, es capaz de proyectar cualquier espacio sagrado. Pienso que no debe haber problemas a no ser que entres en zonas o países conflictivos.
– ¿Se ha dado el caso?
-Hace un par de años, presenté el proyecto ‘QB easy box’ (un proyecto I+D+i) en Mali y en Burkina Faso. Se trata de viviendas sociales, modulares, fácilmente exportable, de rápido montaje y baratas. Desde Burkina nos llamaron porque querían hacer aulas para niños con este sistema. Fuimos hasta allí y nos adentramos en la selva. En pleno verano se desató una revuelta y tuvimos que irnos sin concluir el proyecto. En el caso de Mali, ocurrió algo similar, y es que en África hay una red de catequización musulmana brutal.
– En sus obras destaca el aprovechamiento total de la luz, el uso de planta libre… En general, se aprecia una arquitectura humanista, relacionada con el lugar. ¿Quién le inspira?
– Mis arquitectos de cabecera son Alvar Aalto, Jorn Utzon, Enric Miralles -para mí el mejor arquitecto español, después de Gaudí-, y Thom Mayne, fundador de Morphosis.
– Luz y belleza son dos denominadores comunes en su arquitectura.
-Sí. Además, la ‘belleza objetiva’ es el tema de mi tesis doctoral en la que estoy trabajando. Parece algo pretencioso hablar de la Belleza en mayúsculas pero con la precariedad que me caracteriza debo buscarla con firmeza. Los arquitectos debemos desear la Belleza en nuestros edificios para que ellos hablen de Dios. Estamos acostumbrados a vivir dentro de la fealdad. Hay una cultura de la fealdad, de la muerte. Vivimos demasiado rapido, como transeúntes en nuestras propias casas, e inmersos en un capitalismo salvaje que nos esclaviza detrás del dinero. Vivimos en edificios que no han sido pensados para las personas. Los arquitectos seguimos arrastrando la antigua línea de los primeros años del movimiento moderno, de trabajar ‘sin el cliente’. Yo intento proyectar espacios para las personas, bien iluminados, alegres, habitables, sostenibles… hablando con mis clientes de lo que quieren. Como persona y arquitecto estoy en manos de Dios. Él utiliza mis limitados dones para crear construcciones bellas. Hago las cosas para dar gloria al Señor, lo demás me da igual. Por ello, para cumplir esta misión, intento formarme continuamente.

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