Emotivo abrazo de don Antonio y don Arturo. FOTO. V.GUTIÉRREZ

Querido don Antonio:
“Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laudes,
sobre arpegios de cítaras,
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos,
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
(Salmo 9)

Las palabras del Salmo muestran, con sencillez y humildad, un corazón rebosante de gratitud y de emoción. No podemos ser nosotros de otra manera. Lo hacemos hoy, esta tarde y siempre, en la acción de gracias por excelencia, la más bella, la verdadera, la eterna… la Eucaristía. Ante la grandeza de lo vivido y, sobre todo, lo que hemos recibido, “el pan de la vida”, nos sentimos pequeños, pobres, humildes, felices: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él… el que come este pan vivirá para siempre”.

Nos sentimos habitados, pues al participar del banquete del Reino nuestros deseos de gratitud nos motivan, más si cabe, a la bendición y la alabanza.

El Papa Francisco nos lo recuerda en ‘Evangelii Gaudium’: “La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar “deuteronómica” en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia que nos introduce cada vez más en la Pascua. La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir… Junto con Jesús, la memoria nos hace presentes “una verdadera nube de testigos”.

Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: “Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios”. Sí, pedimos la gracia de tener una memoria agradecida por la vida, la fe y la entrega de Don Antonio Cañizares.

“… el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él, e impulsarnos con la fuerza del Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios… Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Así es y así ha sido siempre. Solo Dios, si, ¡sólo Dios! Y todos hijos e hijas y hermanos y hermanas. Dios todo y siempre. Gracias, don Antonio, por enseñarnos con su vida esa hermosa lección y enseñarnos siempre a “buscar, hallar y amar a Dios en todas las cosas”.

Es, sin duda, el legado más hermoso. Las cosas del mundo se diluyen con el tiempo. Dios está siempre con nosotros, vive en nosotros, camina con nosotros… gracias don Antonio por hacernos vivir siempre esa hermosa experiencia.

Esta bella historia que empezó en Utiel, con hermosos capítulos en Sinarcas y multitud de vivencias en Madrid, en Ávila, en Granada, en Toledo, en Roma y, sobre todo, aquí en Valencia, es decir, en casa, es una muestra clara y evidente del amor de Dios: “Solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más. Lo primero es pertenecer a Dios. Se trata de ofrecernos a él que nos primerea, de entregarle nuestras capacidades, nuestro empeño, nuestra lucha contra el mal y nuestra creatividad, para que su don gratuito crezca y se desarrolle en nosotros”.

Esta Diócesis admirable, tierra de santos, regada con la sangre de los mártires, acariciada permanentemente por la “Mare dels Innocents”, poblada de personas buenas, acogedoras y serviciales, ha tenido el privilegio de tener como Pastor a don Antonio Cañizares. Gracias querido Padre, gracias muy querido hermano. Sabemos que nos quiere. Nosotros a usted también.
Decía al principio que la Eucaristía, memoria viva del Señor, es presente y es futuro, es vida y eternidad. Y, en la Eucaristía expresamos y vivimos la comunión y el amor fraterno. Por eso, no nos despedimos, don Antonio. No nos decimos adiós. Ni hoy, ni nunca.

Estaremos siempre unidos en el Altar. Le decimos, como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros”. El Señor lo hizo, usted también. Seguiremos juntos recorriendo el camino de la vida, amando al Señor y a la Iglesia. Estaremos juntos “ tots a una veu “ cantando, con toda el alma en “terres valencianes la fe per vos no mor i vostra imagen santa portem sempre en lo cor. Sí.

Estaremos juntos recitando estos hermosos versos de la salve a la Virgen del Remedio, su querida Serranilla: “Vos sois toda nuestra vida y esperanza, casta paloma sin hiel, a vos ruega y suspira con confianza, todo buen hijo de Utiel”.
Muchas gracias Don Antonio y que el Señor les siga colmando de bendiciones.