❐ BELÉN NAVA | 27.04.2023
“¡No más muertes en el trabajo! Y esforcémonos por lograrlo”. Con esta exclamación durante la Misa del Gallo de 2021 en la Basílica de San Pedro ante cientos de fieles, el Papa Francisco hacía un llamamiento atender a los más desfavorecidos y dar dignidad a los hombres y mujeres del mundo del trabajo. La pérdida de la salud en el trabajo, y en excesivas ocasiones de la vida, es un grave problema que necesita ser abordado en profundidad.

Bajo el lema ‘Un trabajo decente tiene que ser un trabajo saludable’, la iniciativa de Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) lanza un Manifiesto con motivo del Primero de Mayo en el que pone el foco sobre el drama de la siniestralidad laboral en España y el resto del mundo, una realidad que arroja unas cifras de escándalo. Esta demanda confluye, además, con los objetivos del Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, que se celebró el pasado 28 de abril.

A las cifras que se ofrecen sobre accidentes laborales y sus consecuencias, hay que añadir que son datos que “sólo muestran una parte de la siniestralidad laboral, dado que las estadísticas no recogen los casos que se producen en el ámbito de la economía sumergida, de quienes trabajan sin contrato o se les paga en negro, de quienes no se les ha diagnosticado una enfermedad laboral porque no se especifica su origen, o sus patologías no son reconocidas como tales o los profesionales desconocen los procedimientos para calificarla como laboral”, tal y como se recoge en el manifiesto de Iglesia por el Trabajo Decente.

Las entidades que forman la ITD recuerdan que “el trabajo es para la vida” y denuncian que la “lógica economicista de este sistema separa el trabajo de la persona, la despoja de su esencia y capacidad creadora y de su propio SER; construye precariedad, inseguridad y somete al trabajador y la trabajadora a largas jornadas laborales, a altos ritmos de producción y le priva del merecido descanso”. Las secuelas, además de personales y familiares, son también sociales, pues inciden en la convivencia y en las relaciones, lo que lo convierte en un problema político que requiere una respuesta también política.
Para ello, Iglesia por el Trabajo Decente se compromete en esta Fiesta del Trabajo a impulsar movimientos de solidaridad que defiendan la salud y la seguridad en el trabajo junto a otras personas y colectivos; a potenciar el asociacionismo para reforzar la interlocución con las Administraciones; y a apoyar la labor que realizan los sindicatos para extremar la prevención y exigir el cumplimiento de la normativa laboral.

Modelo del buen samaritano
Esta misma demanda de Francisco es la elegida por los obispos de la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social de la Conferencia Episcopal Española en la nota publicada con motivo del Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, donde reclaman el fin de las muertes en el trabajo.

Tras las cifras de accidentes y mortalidad en el trabajo “hay personas, con nombre y apellidos, que forman parte de una familia. Cada número nos habla de un proyecto de vida truncado, de personas desprotegidas que deben asumir las consecuencias de un accidente que les deja mermada su capacidad para ganarse la vida y, peor aún, nos habla de la cantidad de hombres y mujeres que, saliendo de casa a ganarse la vida, acaban encontrando la muerte en su lugar de trabajo”, comentan.

“En muchas ocasiones, las muertes en el trabajo son ignoradas, normalizadas e invisibilizadas”, prosiguen argumentando que “se trata, en definitiva, de un problema social relacionado con profundas y permanentes carencias estructurales de nuestro mercado laboral, que reclama respuesta y soluciones concretas y eficaces, porque cada vida importa”.

Para revertir esta situación de dolor y generar movimientos comprometidos en la defensa de la salud y la seguridad en el trabajo, “debemos seguir el modelo del buen samaritano. En esta parábola encontramos la guía perfecta que nos orienta sobre cómo actuar ante la siniestralidad laboral y cómo implicarnos y comprometer a otras personas e instituciones”, afirman los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Acción Caritativa y Social.

“Si verdaderamente apostamos por la vida por la defensa de la salud y la seguridad laboral necesitamos, desde la cultura del cuidado, hacer frente al descarte de lo humano”, exponen.

Entre estas medidas está el potenciar el asociacionismo, apoyando la labor de sindicatos y empresarios llevan realizando en este ámbito, y reclamando a las administraciones públicas “que velen por el cumplimiento de la legislación laboral, poniendo medios para que las víctimas y sus familias no tengan que sufrir otro calvario adicional ante los procesos burocráticos y jurídicos a fin de que sea reconocida su condición de víctimas”, explican.

“Necesitamos fijarnos en la realidad para descubrir, visibilizar y denunciar situaciones de sufrimiento; para concienciar a la sociedad, combatir la indiferencia y poner a disposición de las víctimas los recursos necesarios”, argumentan. “En nuestra tarea de acompañar a las víctimas, acerquémonos a ellas, escuchémoslas, que nuestra presencia las reconforte y sientan que no están solas”.

Como Iglesia, finalmente, “debemos promover la defensa de la vida en el trabajo, creando conciencia en nuestras comunidades eclesiales, implicándonos en la denuncia de esta injusticia y apoyando las iniciativas y campañas, como la que ya lleva a cabo Iglesia por el Trabajo Decente”.