La actual comunidad de Moncada está formada por 13 hermanas. (FOTO: J. PEIRÓ)

L.B. | 07.02.2020

Las Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote celebraron el pasado domingo el 50 aniversario de la fundación del monasterio de Santa María de los Desamparados en Moncada, con una misa oficiada por el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, en la que participaron numerosos sacerdotes y religiosas de otras congregaciones, así como seglares.

Junto al Seminario Mayor, del que apenas les separan unos huertos de naranjos, se encuentran estas religiosas de vida contemplativa cuyo carisma es rezar por la santificación de los sacerdotes y seminaristas y también de la Iglesia entera. Esta misión queda reflejada en el anagrama ‘Por ellos y por la Iglesia’, que se puede leer nada más entrar en el edificio.

Mons. García Lahiguera
La congregación fue fundada en Madrid en 1938 por Mons. José Mª García Lahiguera (Navarra, 1903-Madrid, 1989), arzobispo de Valencia desde 1969 a 1978, y María del Carmen Hidalgo de Caviedes (Madrid, 1913- 2001). En la actualidad cuenta también con monasterios en Salamanca, Huelva, Toledo y Moyobamba (Perú), además del de Moncada.

En un principio, al ser fundado en 1970, el monasterio de Moncada ocupó provisionalmente una casa en el interior del complejo del Seminario Mayor.

La provisionalidad duró veinticinco años hasta que, al quedarse pequeño el edificio inicial y no reunir ya condiciones de habitabilidad, las religiosas se trasladaron en 1995 a su actual ubicación, también junto al Seminario.

“Todo ha sido un derroche de gracia de Dios. Buscaban por toda la diócesis un lugar donde establecerse y la providencia quiso que alguien pensara en esa casita junto al Seminario”, explica la priora, M. Mercedes González Argüello. Y también fue la providencia la que les llevó a su actual ubicación junto al Seminario.

Ofrecidas
En la actualidad son 13 las hermanas que forman la comunidad de Moncada. Las Oblatas -ofrecidas- viven en constante entrega y donación, abiertas a la voluntad de Dios. “Aunque esto es propio de cualquier cristiano, nosotras lo subrayamos”, comenta la M. Mercedes.

“La oblata le deja a Cristo su humanidad, su capacidad, para que Él viva en nosotras. Al conectar con el corazón de Cristo, le hacemos real y nuestra aportación a la vida y al ministerio de los sacerdotes es puramente espiritual. Les cuidamos maternalmente desde la oración”, añade la priora.

De ahí que aun estando entretejida de oración, trabajo y fraternidad, su vida sea primordialmente oración. “Podemos hablar, no somos cartujas ni ermitañas, pero sólo lo necesario, porque intentamos mantener el ambiente de silencio que favorece la oración”, subraya.

“La oración continua te hace tener un corazón jugoso, alegre, sereno y gozoso aunque haya complicaciones. Cuando te das con gozo, tu corazón rebosa”, comenta la Hna. Concepción Miret, quien a sus casi ochenta años, muestra una frescura y alegría envidiables.

“Vivimos de fe, no sabemos dónde va a parar el fruto de nuestra entrega, pero es un estímulo ver a los seminaristas ahí y para ellos también lo es vernos a nosotras aquí”, concluye la M. Mercedes.

Su faro de oración luce en medio de la noche

Dado que el carisma de las Oblatas de Cristo Sacerdote es rezar por los sacerdotes, seminaristas y también por la Iglesia, desde la fundación del convento en Moncada, hace 50 años, las religiosas mantienen turnos de oración continuos las 24 horas del día, durante todo el año. Cada una de ellas tiene una hora de oración asignada durante el día y otra hora nocturna. Como un faro en medio de la noche, desde la distancia puede observarse una luz en la espadaña del campanario del monasterio, que indica que hay una religiosa en oración (en la imagen).

“Al construir el edificio, el arquitecto puso una luz en la espadaña y, aunque en un principio su objetivo no era anunciar la oración, esa luz se ha convertido en un elemento característico de este convento y ya es imprescindible”, afirma la madre Mercedes. La luz es perfectamente visible desde el Seminario, y recuerda a los seminaristas que siempre hay una religiosa rezando por ellos. “Para ellos es un consuelo muy grande saber que estamos ahí, que rezamos por ellos para que se formen, tengan fuerza y se preparen para servir al pueblo de Dios”, indica la religiosa, quien recuerda entre risas que una vez se fundió el foco y “los pobres seminaristas estaban desolados”. En otra ocasión, y con el fin de ahorrar un poco, las religiosas decidieron apagar la luz a cierta hora avanzada de la noche pensando que ya no era necesaria, “pero hubo un seminarista que no podía dormir y al ver que estaba apagada se preocupó”, añade.