Eva Alcayde | 20-10-2013

Inmaculada junto a su marido y su hijo.

Hace poco más de un año que la vida de Inmaculada Romero dio un giro inesperado de 180 grados. Era 30 de septiembre. Regresaba de una excursión familiar y en el coche viajaban también su marido, Tomás Conesa, su hijo Tomás, de 14 años, y dos amigos de éste, de la misma edad.
Inmaculada no sabe cómo sucedió, pero a la entrada del viaducto de Buñol el coche se estrelló contra un muro. “Mi marido y mi hijo murieron en el acto. Los otros niños, que viajaban detrás de mi, resultaron ilesos, y yo quedé gravemente herida”, explica con un hilo de voz y sin poder contener las lágrimas.
El último recuerdo que tiene, antes del accidente, es que los niños iban discutiendo por qué emisora de radio escuchar. “Como no se ponían de acuerdo mi marido quitó la radio”. Después la nada lo invadió todo.
“El coche quedó hecho un acordeón. Vi a mi marido entre un amasijo de metal y carne y oía a los niños gritar. Mi dolor era insoportable”, recuerda Inmaculada que permaneció consciente en todo momento. Transcurrió más de una hora hasta que los bomberos pudieron sacarla del coche y en ese tiempo, que a Inmaculada le pareció irreal, no dejó de preguntar por su hijo.
“Lo que más recuerdo es la voz del médico del SAMU, pero todo parecía un sueño. No podía pensar mucho, no te da tiempo. Había mucho estrés, y yo solo veía brazos de bomberos y médicos que luchaban por sacarme de allí”, relata.
Cuando a Inmaculada, que todavía estaba aprisionada en el coche con un montón de huesos rotos y casi sin poder respirar, le dijo el médico que su hijo había muerto, ella quiso morir también allí mismo. “¿Para qué vivir? No tenía mucho sentido si mi hijo y mi marido se quedaban en ese coche. ¿Para qué me dejaba vivir Dios, si mi proyecto vital se había terminado?”, se preguntaba Inmaculada una y otra vez.
Una vez rescatada, fue trasladada en helicóptero al Hospital la Fe, donde permaneció en la UCI unos 15 días. Al salir del hospital, en silla de ruedas, Inmaculada tuvo que enfrentarse a la realidad. “Pero, a pesar de todo lo que me ha pasado me he sentido querida por Dios, a través de toda la gente que me rodea”, dice.
Inmaculada tiene dos hermanas y un hermano que no la han dejado “ni a sol ni a sombra y no les ha importado abandonar sus trabajos para cuidarme” y amigas que “me traían lentejas y calditos todos los días”.
Una de ellas le regaló el libro ‘El hombre en busca de sentido’, del psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Tuvieron que leérselo en voz alta, pues Inmaculada sufrió una lesión en un ojo, del que ya le han operado tres veces.
“En cuanto pude salir a la calle fui a conocer la asociación. Allí me ayudaron mucho. La psicóloga Ana Losa me dijo que llevaba un duelo normal, nada patológico y que tener un concepto transcendente de la vida me estaba ayudando”, reconoce agradecida.
Inmaculada es catequista de primera comunión del Colegio Loreto, donde estudiaba su hijo y también pertenece al grupo de IDR de la parroquia de San Pascual Bailón, al que ha vuelto en cuanto la salud se lo ha permitido.
Reconoce que todavía no ha terminado su duelo y que llora y se emociona a todas horas. “El accidente me ha dejado también una empatía increíble con la gente y su sufrimiento. Ahora soy muy sensible al sufrimiento ajeno y lo entiendo mucho mejor”, explica.
Pero ella sabe que hace progresos. “En la UCI pasé muchas horas pensando, recurres a toda la formación que tienes y sacas todos tus recursos interiores”, dice Inmaculada que, desde el accidente ha agradecido muchas veces haber nacido en una familia cristiana.
“Me llegaban noticias de la gente, que se preocupaba por mi. No me podía dejar morir, esa gente me quería y yo tenía que corresponderles”, explica Inmaculada, que está convencida de que “todo el amor que he sentido, es la forma que Dios ha tenido de hablarme y de mostrarse”.
Ella sabe que con su accidente ha vivido una experiencia de Dios que le ha marcado. “No soy la misma que antes”, asegura. “Ahora soy más consciente de lo importante que es la fe y querer al prójimo. Todo lo que han hecho por mi, tengo que devolverlo”, añade.
Y lo que dice no se queda solo en palabras. Inmaculada decidió continuar la labor que realizaba su marido como voluntario en Cáritas Valencia. Así que hizo el curso de voluntariado y como pudo, con sus muletas, comenzó a ser voluntaria de la entidad.
“Haciendo esto es como encuentro sentido a lo que me ha pasado. No quiero vegetar en la vida hasta que llegue mi momento, así que hay que tener una actitud positiva, aunque sea en el dolor”.
Inmaculada no le echa la culpa a Dios por el accidente de tráfico que sufrió su familia. “Él no la tiene. Cuando pasa algo así, se pone a prueba tu fe y yo tengo la suerte de tenerla. Pero la fe no nace de repente, es algo que se cultiva, la piensas, la actuas y así aumenta”, reflexiona.
El pasado 30 de septiembre se cumplió un año del fatídico accidente. Inmaculada organizó una misa funeral y no pudo contener la emoción. “La iglesia estaba llena de niños. A mi eso me emocionó, porque veo que mi hijo Tomás, a pesar de su corta vida, ha dejado huella en sus amigos. A mi la tristeza se me ve en la cara, pero ese día me alegró ver tanto niño en la iglesia. Veo que hay esperanza en el futuro”, concluye.
Orientación gratuita para superar el duelo en la A. Viktor Frankl La Asociación Viktor E. Frankl, para la ayuda en el sufrimiento, en la enfermedad y ante la muerte, ofrece en Valencia orientación gratuita para superar el periodo del duelo. Sus profesionales orientan, acompañan y escuchan a las personas que necesitan apoyo para afrontar la pérdida de sentido existencial ante una enfermedad grave, vivencia de duelo o cercanía de la propia muerte. La asociación también ofrece gratuitamente grupos y talleres de ayuda mutua, así como cursos y seminarios de formación a profesionales y estudiantes. +INFO ww.asociacionviktorfrankl.or correo@asociacionviktorfrankl.org C/ Don Juan de Austria 34, pta 4.; 46002 Valencia Teléfono: 963.510.113 Horario de lunes a jueves y de 17.00 a 20.00 h. También en facebook