En la última Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, celebrada en noviembre, los Obispos españoles aprobaron la publicación de un documento altamente clarificador, profundamente pedagógico, hecho a base de preguntas y respuestas sobre un tema candente y de vital importancia: sobre la eutanasia, los cuidados paliativos, las actitudes ante las últimas etapas de la vida. Era necesario.
De vez en cuando, como los ojos del Guadiana, aparecen voces, noticias, reportajes, películas, enseñanzas escolares, como algo sordo, que van repitiendo, una campaña más o menos oculta o larvada en favor de la eutanasia, encubierta a veces con el eufemismo de legislaciones en favor del derecho a morir dignamente o a decidir elegir una muerte digna. Esto va dejando su poso y haciendo camino, dejando huella y senda, como la gota de agua que cae sobre la roca y la perfora. Hace unos días, sin ir más lejos, me encontré con un grupo de jóvenes y les pregunté qué pensaban de la eutanasia. Una de las presentes tomó la palabra y me dijo con toda naturalidad: “si el paciente lo quiere y lo decide, ¿por qué no?”. Veía el rostro del resto de los jóvenes que asistían al encuentro que era de asentimiento y conformidad con lo que me respondía la joven. Me quedé helado, no era para menos. Así está sucediendo, con las campañas que directa o subrepticiamente se están haciendo y que están generando de manera insensible esa mentalidad, al menos, tolerante de la eutanasia o del suicidio asistido.
Hay que hablar con verdad y decir con precisión en qué consiste la eutanasia, y, sobre todo, cuáles han de ser las actitudes ante los últimos momentos de la vida, que no son otras que las que indica este documento y se resumen en la palabra ‘esperanza’. Existe mucha confusión ante este tema tan crucial y decisivo, y por eso se ofrecen estas reflexiones, tan luminosas y esclarecedoras válidas para todos. Era esperada esta voz autorizada de la Iglesia.
Sin duda todo ser humano, toda persona, tiene el derecho a morir con dignidad, como lo tiene a vivir con dignidad. Por supuesto que todo hombre merece morir con dignidad; y en eso se han de poner todos los recursos posibles, esmerar el trato humano médico, y extremar las atenciones de verdadera humanidad. Lo que no sería admisible, en modo alguno, es que, de una manera u otra, se propiciase y se posibilitase la eutanasia como una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor o desgracia. Esa actuación, cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad para que merezca el calificativo de digna en opinión de muchos, es siempre una forma de homicidio, que nadie por sí aceptaría. Es gravemente inmoral. Así de claro. Esto es necesario decirlo con nitidez y sin ambages. “La buena fe” no convierte una acción mala en buena.
Este documento episcopal hará un gran bien y será un gran servicio a la sociedad, al bien común, al bien de las personas, a la cultura de la vida y abrirá, como pretende, un camino de esperanza ante esa realidad de la última fase de la vida.
A todos nos corresponde escuchar sus enseñanzas, difundirlas y ponerlas en práctica: será un gran consuelo para todos. No existen en él palabras de condena, sino de esperanza y de amor y defensa de la vida y de las respuestas que es necesario aplicar como los cuidados paliativos, bien entendidos, como hace este documento, que marca un verdadero progreso de humanidad y de fe y apuesta por el hombre y su dignidad.