AVAN / ML Vives | 21-11-2012
La­ Catedral acogió la ceremonia­­ de consagración de seis segla­­res como diáconos per­­manentes por el arzobispo de­ Valencia, monseñor Carlos O­soro. En la celebración el pre­lado les pidió “amor entraña­ble e inquebrantable a la Iglesia”,­ así como “sencillez y hu­mildad” para poder desarrollar­ su nuevo ministerio, “que cons­tituye una gracia inmensa que­ da Dios a nuestra archidióce­sis”.
Los seis laicos que recibieron­ la ordenación como diáconos­ permanentes son José En­rique Ten Gimeno, profesor­ del colegio de los Escolapios­ en Valencia, de 62 años, ca­sado y padre de siete hijos; San­tiago Julián Frontera, ad­ministrativo en la Universidad­ Católica de Valencia ‘San Vi­cente Mártir’, de 39 años, casa­do y padre de tres hijas; Fede­rico Bultó Bultó, graduado so­cial y asesor laboral de 62 a­ños,­ casado y padre de un hijo; Juan­ Antonio Natividad Feno­llosa, celador en la conselle­rí­a de Sanidad, de 64 años, ca­sado y padre de dos hijos,; Je­sús Miguel González Prie­to,­ arquitecto de 41 años, casa­do­ y padre de cuatro hijos; y Jo­sé Segura García, auxiliar ad­ministrativo de la Generalitat,­ de 49 años, viudo y con un hi­jo.
En la misa de ordenación, an­te más de mil personas que lle­naron la Catedral, y en la que con­celebraron un centenar de sa­cerdotes, monseñor Osoro les­ recordó que “sois consagrados­ al servicio de la Iglesia” y por­ ello, les expresó que “cuan­do se quiere a la Iglesia se la­ sirve con todas las consecuen­cias, sin reservarse nada pa­ra uno mismo, porque se ve su­ grandeza en cómo injerta a los­ hombres en la vida del Se­ñor”.­ El prelado reconoció que “es­ verdad que a la Iglesia los hom­bres le entregamos a veces nues­tras deficiencias, pecados y­ desesperanzas, pero el Señor po­ne en ella la santidad, la gracia,­ la entrega, la vida, su palabra”.­
Finalmente, monseñor O­so­ro­ invitó a los nuevos diáconos per­manentes a que vivan su ma­gisterio “con una fe plena, con­ vuestra palabra pero, sobre to­do, con vuestras obras, firmes­ en el espíritu y fieles en la ce­lebración de la eucaristía diaria,­ que es lo que hace nacer la ca­ridad en el seno de la Iglesia, por­que fuera de la eucaristía no ha­remos otra cosa que una ong”. “Por ello, el servicio de los diáconos permanentes debe estar orientado, principalmente hacia la caridad”.
Con esta ordenación, los nue­vos diáconos permanentes re­ciben el encargo, además, de dis­tribuir la comunión como mi­nistro ordinario, de presidir ce­lebraciones exequiales, y admi­nistrar los sacramentos del Ma­trimonio y del Bautismo.
Durante el rito de la ordenación,­ al término de la homilía, los­ seis nuevos diáconos permanentes se­ postraron mientras se procla­maron las letanías de los san­tos y, a continuación, tuvo lu­gar la imposición de manos por­ monseñor Carlos Osoro sobre cada u­no­ de ellos para consagrarlos.
Los diáconos permanentes rea­lizarán, desde el instante de su­ ordenación, diferentes servicios­ a la archidiócesis, como el mi­nisterio de la Liturgia, la Pala­bra y la caridad en colaboración­ con los presbíteros, y en la mi­s­­ión que el Arzobispo les enco­mendará en fechas próximas.

Y CON PERMISO DE LAS MUJERES El origen del diaconado se remonta a la época de los apóstoles, según ha explicado Miguel Payá, profesor de la Facultad de Teología y formador de los diáconos. Con los siglos el diaconado quedó como la fase previa a la ordenación sacerdotal y desapareció su carácter permanente. Los diáconos se distinguen de los presbíteros porque no pueden presidir la Eucaristía y suministrar el sacramento de la Reconciliación. En el Concilio Vaticano II, se res­tableció el diaco­nado permanente para hombres casados, solteros o viudos. Un diácono casado que pier­de­ a su esposa no puede volver a­ contraer matrimonio y los que son ordenados diáconos sien­do solteros o viudos se comprometen al­ celibato permanente. En caso de que el diácono esté casado es requisito indispensable que la esposa autorice por medio de un documento escrito la aceptación de la ordenación del esposo.